Dolores de Cospedal ha renunciado este lunes al puesto de libre designación que le ofreció el presidente del PP, Pablo Casado, en el Comité Ejecutivo Nacional. Y lo ha hecho con explicaciones muy poco convincentes, no sólo para la opinión pública sino, lo que es peor para ella, para la cúpula de su propio partido.
Sin embargo, Cospedal se aferra por ahora a su escaño para ganar tiempo y para que su salida de la vida política no sea tan deshonrosa. Pero la realidad es la que es: los audios de Villarejo indican que, junto a su marido, ordenó espiar a compañeros y a familiares de rivales políticos, un comportamiento bochornoso que ha intentado justificar, en el primer caso, como una "obligación" derivada de su cargo, y, en general, como resultado de una manipulación de las grabaciones para perjudicarla.
Aislamiento
La frialdad con la que el equipo de Casado ha encajado los argumentos de Cospedal son elocuentes: la estrategia del PP pasa ahora por aislarla, sin estridencias, y que sea ella la que acabe asumiendo que debe de abandonar su acta de diputada. Se trata de evitar así que tenga la tentación de adscribirse al Grupo Mixto del Congreso.
La presión sobre Cospedal aumenta cada día. Tiene razón Albert Rivera cuando advierte de que si la exsecretaria general del PP ya no puede representar a su partido, tampoco está en disposición de representar a los ciudadanos en el Parlamento.
Solución
Se da la circunstancia de que Cospedal se encuentra ahora mismo -quién se lo iba a decir- en una tesitura similar a la de Luis Bárcenas cuando el extesorero se enfrentó abiertamente al partido y a ella le tocó gestionar la situación. Entonces anunció aquella "indemnización en diferido" que tiene similitudes con esta dimisión cantada por capítulos.
El PP necesita que Cospedal abandone de forma inmediata y definitiva la actividad política. Cualquier intento de acordar una solución chapucera, como se intentó en su día con Bárcenas, desvirtuaría de raíz el proyecto de regeneración que abandera Pablo Casado.