Como suele pasarles, tenían más razón cuando callaban.
Cuando ahora reconocen que algo falló, algún protocolo quizás; cuando se pliegan ante quienes critican que no levantasen antes la voz; cuando reconocen (sin hacerlo) la terrible hipocresía de estar todo el día con la matraca de la violencia sexual y callar ahora; ¿qué están diciendo en realidad?
¿Qué se supone que deberían haber dicho?
¿Que un compañero suyo es un poco neoliberal en la cama, un poco falto de responsabilidad afectiva y un poco dado a perder la calma con la cocaína?
A falta de unas denuncias un poco más sustantivas que las que hemos ido leyendo, lo que se les pide es un exceso de exhibicionismo incluso para ellos, que ya desde sus inicios convirtieron la política en una exhibición obscena de sentimentalismo, con sus amores y desamores y sus amistades y sus enfados.
El problema no es que no hablasen. Es que tampoco podían callar. Si no iban a ser capaces de la heroicidad de defender la presunción de inocencia de Errejón, y de ningún partido podríamos esperarlo menos, lo que tenían que haber hecho y no hicieron era apartarlo discretamente y a tiempo.
Porque los hechos que se le imputan no constituyen de momento ningún delito, pero sí una enmienda a la ejemplaridad de las buenas costumbres del hombre de izquierdas, deconstruido, y, sobre todo, al discurso feminista que fundamenta, legitima y excusa a todo ese espacio ideológico.
Si se les han excusado las más variopintas y bananeras de las barbaridades ha sido precisamente en nombre del feminismo y de las políticas del cuidado y la salud mental. En eso se tenían por serios y centristas, cuando no centrales.
Y en esto demuestran hasta qué punto importan realmente el feminismo y los cuidados y la salud mental cuando no son sólo una excusa para atacar a los machirulos de la oposición o prometer generosos presupuestos para comprarle a cada españolito de bien una felicidad. O dos.
Y ya no es que no se atreviesen a denunciar a Errejón. Es que ni siquiera se han atrevido a cuidarlo. Y con sus hipócritas culpas y disculpas le administran ahora, al pobre enfermo de neoliberalismo, ese jarabe democrático que tanto les gusta y que es más destructivo que la cocaína.
Ese feminismo tan serio y trabajado no les llegó ni para un triste "amiga date cuenta".
Y esas políticas curanderas que debían devolvernos la cordura no han dado ni para fingir que se toman en serio la salud mental de sus propios compañeros.
Buena señal del pecado y de su penitencia es que hayan prometido someterse a un curso de feminismos de esos que normalmente reservan a los machirulos ajenos.
No les queda más remedio que purgar sus errores ideológicos con más ideología. Porque son ellos quienes, como todo aspirante a revolucionario, han convertido el vicio en delito y la mala resaca, el arrepentimiento tardío y la vergüenza por una o dos noches de excesos en la prueba definitiva del delito.
También ellos deberían ser condenados al linchamiento público y la muerte civil, poniendo así en evidencia, y hasta que se demuestre lo contrario, que lo peor de Errejón sigue siendo su ideología.