Ya no hay verano. Aquel acuerdo tácito entre españoles felices, o que al menos todavía aspiraban a la felicidad, por el que se paraba el país del uno de julio al treinta y uno de agosto cada año. Se bajaban las persianas a la hora de la siesta, se abrían las sandías, y no había sobresaltos por alguna ley no escrita, más allá de los deportivos, hasta el uno de septiembre.
Los políticos cogían vacaciones y los telediarios no tenían más remedio que llenar con piezas del Tour de Francia, la Vuelta Ciclista, las carreras el primer día de las rebajas, los atascos de la operación salida y los reportajes que se repetían puntualmente cada año sobre los riesgos de un corte de digestión a la hora de las piscinas.
El mundo guardaba un orden todavía y había un respeto por la salud mental del personal. Éramos más libres y ninguna ciudad española te negaba la entrada por no tener dinero para un coche mejor.
Hoy, entre la AEMET avisando del fin del mundo cada quince días porque junio fue más cálido que mayo, y mayo más cálido que abril, y abril un infierno del que sólo se tienen temperaturas similares registradas en el octavo círculo del infierno de Dante, y la ONU asegurando que estás desahuciando a tu abuela y al planeta por cada parrillada que organizas con amigos en un jardín, vivimos como forajidos mirándonos las espaldas y lejos de nuestra patria, que es el verano porque somos mediterráneos y no finlandeses, aunque a alguno le pese.
Hemos perdido mucho como sociedad, entre otras cosas la dignidad. Qué menos que exigirles a los políticos, por ese grandísimo argumento de peso, ya que entre todos les pagamos el sueldo, que de julio a septiembre (puesto que el resto del año es imposible) nos dejen en paz. Que lleven sus traumas, sus ansias, su irrelevancia, sus problemas con la justicia, como cualquier otro español: callados y con resignación… en Doñana.
Pero ellos prefieren no irse de vacaciones, no sea que a la vuelta un Alvise más les haya robado el trabajo, usurpado el foco, enfurecido a sus votantes, "porque a mis votantes sólo les alarmo yo", o sencillamente no sea que entre todos los españoles nos diésemos cuenta de que, sin ellos, España funciona igual.
Esto es la teoría de la baldosa, que decía Umbral. Aquella por la que no cogía vacaciones en el periódico porque nadie era imprescindible, y por la que decía que si dejaba su baldosa, su metro cuadrado en Madrid, en septiembre probablemente le hubieran encontrado un reemplazo mejor.
Hoy esa teoría la ejercitan nuestros políticos. Y tener que aguantar un columnista es una cosa, pero tener que aguantar un político es mucho peor.
Sólo queremos una tregua, que ya hay que suplicarlo como si estuviéramos negociando con la mafia. Amanecer mañana en paz, sin poner en tela de juicio, por unos y por otros, las garantías del Poder Judicial, sin amenazas contra la prensa. Poder colgar la hamaca, suspender la actualidad, abrir los periódicos y leer las esquelas de tipos que no conocíamos porque en España no ha pasado más.
Estamos a mitad de julio, día arriba, día abajo, y no hay forma de que nos dejen en paz.