Llegó el tiempo de quedarse a las puertas, de no entrar en ningún lado. Antes uno hablaba desde dentro y ahora se habla desde fuera porque todas las puertas están cerradas y abrirlas sería un trabajo para el que no nos pagan.
Vedado el conocimiento, trancada la información, seco el parlamentarismo, muerta la lengua. No hay posibilidad de réplica porque no hay discursos, todo lo que quedan son piedras que se lanzan unos a otros porque ya no les quedan palabras.
Dicen honradez y se achica la democracia, repiten meritocracia y todo calla a su alrededor. Han levantado un "y tú más" como una trinchera desde la que obviar la realidad. Ellos y los otros.
De nosotros se han olvidado, se acuerda Tezanos mensualmente, que llama como un amante a casa para regalarnos el oído con sus certezas: "¿Y quién es más alto? ¡Pedro, sí señor!".
Todo se ha vuelto superficial, las conversaciones duran cinco minutos, los periódicos se incendian cuando los abres, las noticias se suicidan en Twitter. La fama es efímera… por eso nadie llega a ser famoso, porque no le da tiempo a cuajar.
Lo más profundo que nos queda es la piel. Todo el mundo anda por la calle llevándolo todo a flor de piel: la indignación, la náusea, el orgullo, la esperanza. Más adentro no hay nada.
Nos han dejado incapacitados para la profundidad, para la reflexión, para algo que vaya más allá de la pantalla del móvil y la yema del dedo. Somos un océano de conocimiento con dos centímetros de profundidad y así corren por la superficie todos los temas escabrosos: las mascarillas, los robos, las maletas, los guardias civiles muertos, Air Europa, Begoña… Y ninguno de ellos llega a permear.
Tullidos para lo importante, cojos de realidad. Nos han untado de grasa para que todo resbale, nos han dado tanto sebo que ya todo da igual.
Por eso dicen que al novio de Ayuso le han puesto seis multas y creen que eso equivale a que un ministro y un asesor se lo llevaran todo, menos los leones del Congreso porque estaban atornillados a España.
Se esconden a plena vista porque ya nadie sabe diferenciar lo profundo de lo superficial.