Para tener un partido nacionalista es imprescindible saber de economía lo mismo que un adolescente, que es casi lo mismo que sabe un chimpancé. Es decir, que una rabieta basta para que muchos padres aflojen billetes con tal de que les dejen en paz.
Con la Moncloa funciona igual. Los partidos nacionalistas son adolescentes crónicos sin posibilidad de remisión. Creen que ellos le perdonan la vida al mundo cada mañana, que gira para ellos. Luz de nuestra vida, fuego de mis entrañas: Na-cio-na-lis-mo.
Se ven, más que necesarios, imprescindibles. Por eso le hablan sin respeto a todas las instituciones (sean jueces, fiscales, electorado o periodistas). La adolescencia, en muchos casos, supone la barbarie del alma.
Es la única explicación para que trataran ayer de condicionar el apoyo a los decretos de Pedro Sánchez a que se multara a las empresas que huyeron de Cataluña. Aquellas que se marcharon buscando seguridad jurídica y fiscal tras 2017.
Una genialidad más a la lista de ocurrencias de Carles Puigdemont, Artur Mas, Quim Torra y esa larga nómina de historiadores, filósofos y economistas en almoneda.
La única pregunta seria es si alguna vez al nacionalismo catalán le interesó Cataluña. Y una vez más la respuesta evidente es que no. Les interesó el bolsillo de los catalanes en la medida que engrosara el propio.
Ser empresario en España es un deporte de alto riesgo que va de las ocurrencias de Montoro a los caprichos de Yolanda Díaz, pasando todas las mañanas por las ideas de los nacionalismos, que, como buen populismo, pretende enrasar todo por abajo. Si Cataluña se queda sin empresas, que sin empresas se quede también Madrid.
Lo preocupante de Junts y de que el Gobierno de Sánchez la sopesara seriamente no es la propuesta, ilegal a todas luces, sino más bien el fondo último de la medida. Que no es otro más que multar a toda persona inteligente que sacase su empresa del infierno económico en el que han convertido Barcelona y Cataluña.
Ahora quieren chantajearlos. O vuelven al gueto nacionalista a que les sigan sangrando, o multa.
Los que huyeron de Cataluña con su empresa a cuestas cuando el nacionalismo dejó la atmósfera irrespirable acabarán de proscritos, al tiempo, como Robin de Locksley. Por capricho de Puigdemont y con la venia del presidente.