Llega a su fin la presidencia española del Consejo de la Unión Europea y el juicio sobre la misma varía no sólo según quién lo emite, sino desde dónde lo hace. En general, desde Bruselas y las capitales comunitarias ha sido bien valorada, como resume el mensaje que Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, publicó el viernes al dar la enhorabuena a Pedro Sánchez por los "impresionantes" logros "conseguidos". Von der Leyen ha hecho comentarios del mismo tono y valoración en las últimas horas.
Tampoco se escapa a nadie que ambos quieren repetir en un cargo y necesitan del plácet del presidente español para conseguirlo. Pero, objetivamente, no son pocos los objetivos cumplidos, como el de la directiva de Inteligencia Artificial o, el más reciente, un acuerdo para la reforma del mercado eléctrico europeo.
No son negociaciones fáciles, que se mueven en la tensión entre lo técnico y lo político, entre la racionalidad de los cálculos de los expertos (más presentes en la Comisión) y las emociones propias de la gestión pública con las que han de vérselas los líderes y los partidos que habrán de explicar y aplicar las normas en sus países (sentados en el Consejo y el Parlamento).
De ahí que, por ejemplo, se haya quedado sin aprobar (aunque aún quedan unos días de Presidencia para intentarlo in extremis) el Pacto sobre Migración y Asilo, que atañe a una de las cuestiones políticamente más sensibles de las que atraviesan el continente.
Poco se comenta y valora el funcionamiento de la máquina engrasada que supone el trabajo conjunto entre funcionarios de los Estados miembros y de las instituciones comunitarias, además de entre representantes parlamentarios y líderes políticos.
La arquitectura de la Unión Europea es compleja, intrincada e ininteligible a veces para el gran público, pero funciona. Dada la historia reciente del continente, con sus guerras y sus fuertes identidades nacionales, son muchos los equilibrios que la Unión debe guardar, y su diseño institucional no podía resultar sencillo, ni un calco al de los Estados miembros.
Desde España, en cambio, el juicio ha sido muy crítico desde la oposición y parte de los medios. No sorprende la crítica en un momento de polarización en el que nada se concede al rival, pero sí cierto provincianismo a la hora de analizar la relación entre España y las instituciones de la UE.
Por supuesto, hay una crítica no sólo legítima, sino fundamentada, como la que reprochó al presidente ciertos pasajes de su última intervención en Estrasburgo. Por ejemplo, la mención del nazismo en su cruce de reproches con Manfred Weber, líder de los populares europeos. No es que no le asistiera la razón en lo que decía, pero, como escribe Luis Ruiz del Árbol en su ensayo Lo que todavía vive (Ediciones Encuentro), toda concepción sobre la política "descansa sobre una íntima decisión previa, muchas veces implícita, casi siempre inconsciente: si se prefiere convivir o llevar razón".
Pero en Bruselas no piensan que estemos derivando hacia una dictadura, ni nos vigilan con la lupa con que se mira a Hungría. Somos una de las últimas preocupaciones comunitarias, e incluso uno de los alumnos aventajados en dossieres importantes (como el de los fondos europeos), por más que, inmersos en el torbellino de nuestra polarización y nuestros debates tremendistas, nos cueste creerlo.
Dado que toda política interior es ya exterior (y no al revés, como se esperaba), habrá que acostumbrarse a que no queda ya ámbito que no esté afectado por el tribalismo. Menos aún el europeo, que está a medio camino entre política interna y exterior y ya empezamos a vivir con la intensidad propia de los debates locales.
Y no es algo a lamentar si se hace dentro de parámetros razonables. ¿Cuántas veces no hemos escuchado que había que politizar la UE haciéndola más vibrante y acercando sus debates políticos a los estándares ideológicos nacionales? Se trataba de alejar a la UE del cliché de nido de burócratas sin alma del que tanto oro han sacado distintos líderes y partidos.
El problema no es que se haya politizado Europa, sino la degradación general de la conversación pública que se ha producido al calor del malestar, la polarización y las redes sociales. Aquí, allá y acullá. En todo caso, el problema sería el momento que ha elegido Europa para politizarse.
Ya dijo Jean Monnet, uno de los padres de la Unión, que Europa se construiría en las crisis. Así que no seamos tan pesimistas, aunque cueste mucho no serlo tras ver según qué debates y según qué reacciones.