Como si no lo hubiéramos sabido siempre, desde la misma noche electoral. Ellos también lo sabían. Por eso bailaban tan animadamente aquella oscura noche de julio en Ferraz. Por eso mismo, también, Isabel Díaz Ayuso apuntaba, ante el clamor del PP por "haber ganado" las elecciones generales, que "no estamos para celebraciones". La presidenta madrileña siempre (o casi siempre) en su sitio.
Pedro Sánchez, nuestro presidente aún en funciones, ha acordado seguir en la Moncloa otros cuatro años más a cambio de amnistiar delitos de terrorismo y de corrupción. Es así de simple. Lo podrá disfrazar como quiera, cosa que ya hace, refiriéndose a la llegada de nuevos tiempos, a la necesidad de mejorar la convivencia entre Cataluña y el resto del Estado, al beneficio general que se obtiene de hacer de la necesidad virtud.
Pero, en realidad, no es imprescindible que gobierne él. Hay más opciones. No se trata de geometría electoral sólo. Hay otras miradas válidas sobre la complicada situación política actual.
Porque, como señala Alberto Núñez Feijóo, el presidente de los populares, los españoles no han votado permitir a Sánchez que haga lo que va a hacer. Es cierto que, en el fondo, gana el combate electoral no quien obtiene más votos, sino quien puede gobernar. Quien es capaz de alcanzar pactos.
Pero el lado siniestro de semejante argumento aparece cuando uno de los participantes carece de limitaciones en cuanto a qué puede o no negociar.
Con esta última pirueta, ya aprobada por ERC y cerca de serlo por Junts, que da por hecho un verificador internacional, Sánchez se garantiza la investidura de la que nunca dudó. Aderezada ahora, además, con la cesión de Rodalies y la condonación de parte de la deuda catalana.
Si el líder socialista, en sus frecuentes apariciones públicas, no para de sonreír, sabedor de un éxito que nunca hubiera soñado tras la debacle de las elecciones municipales de mayo, imagínense a Carles Puigdemont, que pasa de vivir exiliado a pisar la alfombra roja que le tiende el Gobierno. Ese mismo al que humilló con el referéndum ilegal, primero, y la declaración de independencia fallida, después.
Por supuesto, si los españoles hubieran sabido a tiempo que en vez de traer a Puigdemont ante la Justicia, como dijo Sánchez que haría, iba a liberarlo de sus delitos, probablemente habrían hecho que las urnas arrojaran unos resultados diferentes.
Los que hay, en cualquier caso, también son claros: el PP ha obtenido 330.000 votos por encima de los socialistas y nada menos que catorce escaños más. Es difícil sostener, pues, aunque al PSOE no parece que le avergüence hacerlo, que la ciudadanía ha decidido que Pedro Sánchez siga gobernando.
Y mucho más embarazoso aún resulta defender que los españoles apoyan de forma mayoritaria que el presidente pueda resquebrajar el país antes que cambiarse de domicilio.