Que el FC Barcelona esté imputado por pagar al número de dos de los árbitros más de 7 millones de euros durante más de 17 años demuestra, más que ninguna otra cosa, que el fútbol está transformándose a una velocidad vertiginosa. Y menos mal que lo hace.
¿Quién se va a creer que esa fortuna es lo que supuestamente valían unos informes sobre la actitud de los colegiados? ¿Quién va a suponer que el club lo hacía sin esperar nada a cambio? ¿Quién va a creer a los presidentes del Barcelona, a los últimos y a los primeros en estos más de quince años, defendiendo la idoneidad y ecuanimidad de semejante gratificación, y aprobándola?
Este camino ya no tiene vuelta atrás: la entrada del deporte nacional en la edad adulta, donde uno es responsable de a quién besa, con o sin consentimiento, o de a quién paga resulta irreversible. Pronto parecerá imposible que semejantes prácticas se hayan llevado a cabo. Pero así ha sido.
El juez instructor Joaquín Aguirre, con su auto, hace temblar no solo los cimientos del club catalán, también esos sobre los que se asienta la máxima competición nacional. Es, de algún modo, un jaque al fútbol español, que ha permitido que semejante situación se prolongara durante lustros sin que nada relevante haya sucedido, sin que nadie lo haya impedido o castigado de manera justa. Hasta ahora.
Pero que el Barça vaya al banquillo, lejos de ser malo, solo puede conducir al mundo del fútbol a un lugar mejor. Uno donde la conducta de todos los clubes y la respuesta de todos los árbitros se encuentren fuera de toda sospecha. Ese lugar que siempre debieron habitar.
El máximo dirigente del Atlético de Madrid ha denunciado estos días que el Real Madrid, el otro gran club español, crea un "clima insoportable" para los colegiados, y que por eso "adultera la competición".
Puede que Miguel Ángel Gil Marín tenga razón, pero desde luego no sería lo mismo el presunto pago de millones de euros en sobornos al vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros y a su hijo, que abrumar a los colegiados con el peso de la leyenda de un club o el carisma de sus jugadores, en ocasiones los más sobresalientes del mundo en su puesto. Una cosa es pagar por influir, otra es que alguien se deje influir por la fortaleza de una institución o de lo que la rodea.
Xavi Hernández, actual entrenador del equipo, donde ha permanecido casi toda su vida deportiva, reitera que nunca ha tenido la sensación de que los árbitros favorecieran a su equipo, pero eso solo refleja que nunca jugó contra él.
Con la imputación por cohecho del Barça por los pagos del caso Negreira, con la irrupción de la Guardia Civil en la sede de la RFEF en busca de indicios que corroboren una "corrupción sistémica", ciertamente se debilita la imagen internacional del fútbol español, ahora que nuestras jugadoras acaban de ganar con toda brillantez, y con la máxima notoriedad, el Mundial.
Pero su poderoso #seacabó va más allá del fútbol femenino. Supone, ya, una formidable ola de ética y limpieza que contribuirá a crear un deporte más limpio, tanto en los despachos y los vestuarios como en el terreno de juego.