Hay una obsesión por la juventud en la sociedad actual. Un cierto fetichismo que convierte a los jóvenes en criaturas casi míticas a las que se les debe una mezcla de adoración y protección. En el mundo de hoy, junta a un par de jóvenes haciendo cosas de jóvenes y captarás la atención que atraían antes los zoológicos.
Así que es normal que estén los ojos puestos en Lisboa, donde se celebra estos días la Jornada Mundial de la Juventud. Jóvenes y católicos al encuentro del papa Francisco. No puede haber más morbo en un solo evento.
Cada colilla tirada al suelo será examinada al detalle. Cada taco soltado en directo será analizado sintácticamente. Cada joven que haya bebido de más saldrá en la televisión. Cada palabra pronunciada será interpretada de todas las maneras posibles. El mundo, que desprecia e ignora a la juventud católica el resto del año, le exigirá ahora un comportamiento ejemplar. Y, ojo, hace bien.
Y como no se podía empezar la fiesta sin que estemos todos, ya tenemos también los tuits del fuego amigo envenenado que critican que los jóvenes estén bailando a Karol G y a Quevedo a dos días de recibir a Su Santidad. Si ya Hakuna les cuesta, el reguetón debe ser duro para estos ortodoxos de Twitter. Los católicos han de vibrar sólo con el gregoriano de los benedictinos, claro. Cómo aburre esta gente, siempre en guerra santa.
De fondo, late la pregunta de qué es un joven. De a qué debe dedicar su tiempo, su dinero y su primera semana del mes de agosto. Su vida.
La sociedad ya ha respondido a esa pregunta. O eso cree. Un joven del siglo XXI es una víctima de sus circunstancias, miembro de la generación perdida y condecorado con el distintivo de "frágil" e "intolerante a la frustración". Qué se le va a hacer, otros lo son a la lactosa.
Un joven del siglo XXI es también un activista. Alguien con cosas importantes que decir y que tiene que ser escuchado en los foros internacionales y en los centros de toma de decisión, apartando a quien ha recorrido ya más camino, porque el suyo es mejor sólo por ser nuevo.
Es curioso este encumbramiento. Al fin y al cabo, la juventud no es más que una etapa que empieza y acaba. Como la educación primaria, como una varicela o como un yogur con una fecha de caducidad algo extendida. Pero que caduca al fin y al cabo.
Aquí el quid de la cuestión es que el joven es el único que posee una capacidad codiciada, la de entregar intacto el futuro. Como escribió Miguel de Unamuno, "si todos los jóvenes que, mustios y lacios, arrastran sus videzuelas entre envidias y desalientos, se uniesen para la lucha de hoy, surgiría de entre ellos, al punto, el poeta de mañana". Por el contrario, si envenenas la capacidad de un joven de creer en el futuro, envenenarás al joven.
¿A qué ha ido entonces toda esa peña a Lisboa? ¿Por qué cientos de personas se acumulan en el suelo de un polideportivo y comparten cinco duchas?
Quizá estos jóvenes se hayan cansado de escuchar que el futuro no les pertenece y que, en cualquier caso, tampoco tiene mucho que ofrecerles. Así que mejor que no inviertan en sí mismos, sino que se gasten en lo efímero.
Quizá no quieren oír más que están hechos para no pensar, sino para el carpe diem y para vivir instalados en "todo lo que no podrás hacer después". Quizá quieren que se les ofrezca algo más que identidades baratas, etiquetas vacías de significado y un plan a cinco años alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
¡Bien viva qué está la Iglesia! https://t.co/0Sc0hC5FkW pic.twitter.com/vTZWNCttJP
— Manuel Beas (@Manuel_beas) July 31, 2023
Puede que en Lisboa no haya jóvenes perfectos. Para algunos, porque escuchan a Hakuna y, para otros, porque gritan al ritmo de Karol G. Pero lo que sí hay son jóvenes insatisfechos que buscan algo que les suene más verdadero sobre quiénes son, el mundo en el que viven y para qué están en él.
Y el papa Francisco ya les ha empezado a hablar. Y lo ha hecho para criticar el utilitarismo que antepone el progreso técnico a la persona. Para animar a los jóvenes a desconfiar de las soluciones prefabricadas. Y para defender al no nacido, al migrante y al anciano al que ahora se quiere eutanasiar. No está mal para el supuesto Papa de la Agenda 2030. El mismo que ha recibido a peregrinos ucranianos y que se ha reunido con víctimas de abusos sexuales por parte del clero. Quien diga que la JMJ es Tomorrowland sabe poco.
Durante estos días, es probable que los jóvenes escuchen que no tienen que esperar a que la vida empiece. Que ha empezado ya. Y que no se dejen convencer de que lo que viene después no vale lo suficiente la pena. Oirán hablar de la belleza, de la fragilidad de quien no es autosuficiente y de la importancia de tomar decisiones para no instalarse en el inmovilismo. Se les dirá que la vida es para entregarla o no es vida. Y que si es barato, no es amor.
¿Es esto la verdad? Lo que es seguro es que es, al menos, algo distinto. Así que, joven que cantas y bailas, escucha atento, que quizá te encuentres a ti mismo estos días en Lisboa.