Tuve la ocasión de asistir al Real Madrid-Chelsea de hace unos días. En la fila anterior a la mía, casi debajo de mi asiento, en una de las zonas más exclusivas del Bernabéu, un pijo (no sé, claro, si lo sería del todo, pero el uniforme desde luego lo llevaba), quizá de unos veinte años, seguía el ritual cada tres minutos. Sacaba su vapeador del bolsillo y le daba distraídamente una calada que inundaba, también de rabia, a sus vecinos.
Un par de días más tarde, en un concierto nocturno en una conocida sala madrileña, una jovencita morena, que parecía muy segura de lo que hacía, aspiraba y expulsaba sus miserias hacia arriba, copiando sin saberlo al vapeador del Bernabéu, aunque con una cadencia aún más exigente.
Cada día, cuando voy a buscar a mi hija al colegio, me asombra e indigna ver a adolescentes fumando con toda parsimonia y (podría parecer) una especie de humeante placer. Ante situaciones como estas, me pregunto, "pero ¿no saben que se están matando? ¿De verdad no lo saben?".
A las primeras generaciones de fumadores los engañó la mercadotecnia (cómo molaba fumar). A las siguientes las engañaron las tabacaleras, ignorando pruebas cada vez más evidentes de la avalancha de maldiciones que fumar desata en la salud. A unas y otras las acabó atrapando la adicción, de la cual sólo un pequeño porcentaje puede escapar y, a veces, cuando ya es demasiado tarde y su energía y su potencial longevidad se han visto notablemente dañadas.
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Pero ¿ahora? Ahora hay información. Ya resulta imposible desconocer lo dañino que es fumar. Y están por confirmar las probablemente peores (vaticinan los expertos) consecuencias de vapear.
La bronquitis crónica, las enfermedades cerebrovasculares, la cardiopatía isquémica, la diabetes y por supuesto el cáncer de pulmón son sólo algunas de las consecuencias de esta tragedia sanitaria que, además, le cuesta al Estado en cuidados médicos aproximadamente el triple de lo que ingresa en impuestos provenientes de esta industria.
La reina Letizia, en una intervención que debería ser reproducida de forma recurrente en todos los colegios e institutos, dijo este miércoles, en la inauguración de la European Conference on Tobacco or Health: "Seguro que ninguno de vosotros iría hoy a la cafetería y pediría un cóctel de amoniaco, cadmio, hidrógeno, potasio, colina, monóxido de carbono, acetona, arsénico, cianuro de hidrógeno, nicotina y formaldehído, entre otros ingredientes, ¿verdad?".
Lamentablemente, el pijo del Bernabéu, la chica del concierto, las amigas de mis hijas y tantos otros sí lo hacen, cada día, con cada calada, sin dejarse impresionar por la realidad: los fumadores viven, de media, catorce años menos que quienes no padecen, como la llamó con acierto la reina, esta enfermedad. Porque "no es un hábito, es una enfermedad".
Imagino que aún no saben que la vida, esos ochenta y pico años de esperanza vital teórica, en realidad no son más que cuatro días y medio y que el último aparece, inesperado, sólo un poco más tarde del primero en el que tienes conciencia.
Pero, si fumas o vapeas, lo hace mucho antes.