Joan Laporta, el presidente del F.C. Barcelona, necesita una defensa tan dura como la de Andoni Goikoetxea, el carnicero de Bilbao que lesionó a Maradona, o como la de Marco Materazzi, el italiano que sacó de quicio a Zidane en el Mundial de 2006, para protegerse de la goleada que está recibiendo en el caso Negreira.
Una defensa no necesariamente honesta, tampoco fundamentalmente inteligente, pero sí férrea. Desafortunadamente, en su ánimo de proteger al Barça, Laporta está incurriendo en numerosas faltas y acumulando un buen número de tarjetas. Todas rojas.
Quizá lo más grave que está haciendo, en la insólita defensa de unas decisiones que resultan difícilmente admisibles, sea azuzar el enfrentamiento entre los dos grandes equipos de fútbol de nuestro país. Como consecuencia, también entre sus aficiones. Con sus declaraciones y su actitud, Joan Laporta suma su voz a la de quienes fomentan la intolerancia entre blancos y culés. Con sus recientes ataques al Real Madrid, Laporta refuerza a todos aquellos que buscan el conflicto, y no el entendimiento, entre las dos ciudades. Esta responsabilidad será ya, para siempre, suya.
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Cuando se ha cometido una torpeza de las dimensiones de las que se presumen en el caso Negreira, la única actitud razonable sería pedir disculpas (en primer lugar, a los simpatizantes del Barça) y depurar las responsabilidades oportunas. Porque las hay, y muchas.
Laporta, sin embargo, ha preferido ignorar el elefante rosa que vaga por la sala de trofeos del club, laureles ahora cuestionados, y torpedear con argumentos insostenibles a quienes sí lo vean. Esto es, a casi todo el mundo.
Es muy probable que la pataleta pública del presidente catalán, dos meses después de que estallara el escándalo, tenga que ver con su propia actuación en el pasado. Si el Barça hizo algo mal, incluso algo susceptible de ser considerado un delito, él también lo hizo. Por la misma razón, salvar a la institución de una sanción, ya sea económica o deportiva, o incluso de otro tipo, es también salvarse a sí mismo.
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No hay informe ni vídeo alguno que pueda justificar el pago de más de siete millones de euros al número dos de los árbitros por parte de un club de LaLiga. Ni la propia institución ni ningún otro equipo, más allá del F.C. Barcelona, concibe semejante desembolso por los motivos que se expusieron en la comparecencia de Laporta. Sólo una rocosa voluntad y el deseo inquebrantable de creer en ello pueden llevar a aceptar la argumentación del presidente del máximo exponente deportivo catalán.
Javier Tebas, el presidente de LaLiga, no lo ha hecho. El descrédito para el Barcelona resulta evidente, pero sería una ligereza considerar que el caso no salpica también, de algún modo, a los demás clubes que forman parte del fútbol profesional español. Ellos también son víctimas de las decisiones que se han tomado durante dos décadas en los despachos del club de la Ciudad Condal en relación con Enríquez Negreira, segundo miembro con más poder dentro del Comité Técnico de Árbitros.
Por eso es importante que la investigación de la UEFA sobre una posible "violación del marco legal" del Barça a raíz de este caso se lleve a cabo hasta las últimas consecuencias. Como ha afirmado Laporta en contestación a Tebas, quien señaló que el Barcelona "no ha aclarado nada" en esa comparecencia, los "detalles" los dará en sede judicial.
Ojalá que pueda hacerlo y que resulten más convincentes y sensatos que los que expuso esta semana, cuando mostró unos cuantos informes y acusó al Real Madrid de ser "el equipo del régimen".
Goyo Benito, Migueli, Arteche… Laporta va a necesitar una defensa muy dura para sobrevivir al caso Negreira. Pero también necesitará de una imaginación como la de Laudrup, que encontraba soluciones donde no las había, y una precisión argumental como la que aún muestra Messi con su pierna izquierda. Y, por supuesto, en todos los casos, la entrega de Puyol.