Como todo lo que vemos es nuevo, creemos que la noticia ha empezado con nosotros. Estoy seguro de que eso se acaba pasando, pero no tengo claro cuándo. Puede que sea con la paternidad, con un buen puñado de canas, con una enfermedad, con la muerte de los abuelos. En realidad, imagino que hay muchos caminos para dejar de ser joven.
Pero una cosa es ser joven y otra gilipollas.
Mientras escribo, pienso en que algo ha debido de cambiar radicalmente. Porque siempre ha habido, más o menos, el mismo número de jóvenes. Y siempre ha habido, espero, la misma proporción de gilipollas entre ellos. O, mejor dicho, entre nosotros. Porque me niego a creer que seamos más idiotas que nuestros padres.
La cuestión es ¿cómo es posible que para un buen puñado de activistas sea una gran idea rociar con puré y tomate las obras de arte más importantes de la humanidad? Con las estatuas lo veo más obvio. A mí no se me ocurriría tirar ninguna. Guardaría en un museo las que no fueran dignas de homenaje. Pero entiendo el mecanismo que opera en quienes empuñan el hacha: si derriban a Colón, acaban con cualquier forma de colonialismo. Es una lógica absurda, pero una lógica al fin y al cabo.
Veo los vídeos en bucle y no encuentro ninguna explicación. Botticelli, Picasso, Van Gogh, Da Vinci. En una entrevista con este periódico, miembros de estos colectivos aseguran que irán a por más. Se acercan y lo ensucian todo. Los miro a los ojos. Hago zoom con mi teléfono móvil. Y no sé qué pasa en esas miradas. Porque, precisamente, los cuadros profanados exhiben la belleza como una idea universal. Pienso en lo que decía Fernández Flórez: "¿Cómo es posible hacer una guerra después de haber escuchado a Beethoven?".
El fondo de la causa, como ocurre en la mayoría de las causas que empeoran la humanidad, es noble. Quieren conservar el planeta. ¿Y no es el planeta un lugar mejor si se conservan con mimo sus obras de arte?
He leído algunos periódicos viejos. De esos amarillos y crujientes. He visto fotos de estatuas caídas, de dictadores asesinados, de calles en llamas. Era una forma típica de celebrar la caída de un régimen. Por ejemplo en Rumanía o Italia. Pero no he encontrado fotos de cuadros ardiendo, todos esos cuadros que encargaron hace ya más de cien años los líderes totalitarios.
Parece que el Gobierno va a reformar el Código Penal, reducir a la mitad el delito de sedición a cambio de que ERC le apruebe los Presupuestos. ¿Por qué no aprovechar la coyuntura e incrementar la pena para quienes provoquen daños en obras de arte?
El artículo 323 dice así sobre los delitos contra el patrimonio artístico: "Será castigado con la pena de prisión de seis meses a tres años o multa de doce a veinticuatro meses el que cause daños en bienes de valor histórico, artístico, científico, cultural o monumental, o en yacimientos arqueológicos, terrestres o subacuáticos. Con la misma pena se castigarán los actos de expolio en estos últimos".
Justo después se añade que si los daños son de especial gravedad, podría aplicarse la horquilla superior de la pena.
Es decir, si yo voy mañana al Museo del Prado y le meto un quemazo a Las meninas, estaría, como mucho, tres años en la cárcel. Pero alegando arrepentimiento, brote psicótico y alguna que otra cosa más, puede que fuera menos. O quizá, vete a saber, ni siquiera pisaría el trullo a cambio de pagar una multa.
Para muestra un botón. Los chavales que le arrancaron una mano a la Cibeles en Madrid pagaron una multa de 30.000 euros.
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