Ha sido la semana de las locas. Qué digo, ha sido la época de las locas, la vida entera de las locas. Locas es lo que nos llaman a las mujeres para expulsarnos del patio, para desacreditarnos, para ridiculizarnos, para inhabilitarnos para la conversación pública. Es fácil convertirse en una loca, qué duda cabe. Y cada vez más.
A cada paso pisas la mina. Eres una loca cuando te da por dirigir la conversación en una poblada mesa mixta, cuando cuentas una anécdota larga y consigues la atención de la grada, cuando te muestras valiente, segura, incorrecta, cuando blasfemas como un hombre, cuando ganas como un hombre, cuando follas como un hombre. Eres una loca cuando no pides perdón por existir y por tener boca y usarla.
Hubo un tiempo en el que eras una loca si querías estudiar, si querías votar, si querías ser culta para ser libre. Eras una loca si vestías con pantalón, si te cortabas el pelo, si tenías una cuenta propia en el banco. Eras una loca si te divorciabas del imbécil de tu marido, si elegías no tener hijos, si amabas a otras mujeres, locas también. Eras una loca si fumabas, si bebías. Eras una loca, una auténtica lunática, una verdadera chiflada, si leías. Eras una loca si escribías. Una loca muy loca. Una loca temeraria del peor tipo, de la que sabe que está loca e insiste. Insiste pensando. Insiste escribiendo.
Ah, sin duda los tiempos han avanzado. Las nuevas maneras de ser una loca prácticamente mutilan el carácter de las mujeres. Ahora eres una loca sólo si hablas alto. Sólo si te ríes alto. Sólo si entras en una habitación y se siente. Eres una loca si discutes, si no estás de acuerdo. Eres una loca si triunfas, pero desde luego también eres una loca si fracasas. Demasiado loca para la victoria. Demasiado loca para la derrota.
Hoy en España eres una loca si tienes voz y encima te da por llevarla lejos, bribona, psicópata, gamberra, histriónica, maniática, pirada, ciclotímica, desubicada de ti: zumbada, que llevas tu palabra a las tribunas, a los periódicos, a la música, al cine, a la política. Sobre todo, a la política. Eres una loca como Macarena Olona si disientes de los jefazos de tu tribu testosterónica, si le tocas el sonajero al machistoide de Ortega Smith, si participas de un partido excluyente y cuando lo descubres eres tú la excluida.
Qué loca está Olona, que no acató las leyes de los hombres, qué loca está, que exigió el sitio que consideró que merecía, qué chispeante loca, que se fue al camino de Santiago rezándole al milagro de los líderes varones, ella que nunca pintó santos. Eres una loca porque eres sibilina, dura, implacable. Eres una loca como Olona si te dan el portazo y tú aporreas la puerta, y tú destrozas la puerta, y tú escupes sobre la puerta antes de girarte y seguir tu propio camino. Loca.
Eres una loca como Irene Montero cuando tienes hijos siendo figura pública porque los van a acosar a ellos y a ti, loca, más que loca, que pones tu casa ahí en medio, para que la asaltemos todos, a quién se le ocurre, Irene, joder, que parece que vas provocando. Eres una loca porque diriges el Ministerio de Igualdad y porque tienes poder, porque fraguas leyes que cambian la vida de las mujeres y atraviesan la de los hombres, con lo que eso les raspa a ellos. Eres una loca como Montero si te da, como a ella esta semana, por defender la educación sexual de los menores y por hablar de consentimiento en un mundo donde hasta hace poco el más tonto se sentía legitimado para sobar a mujeres y niños: total, quién se iba a enterar, quién iba a creer a los eslabones más frágiles de la cadena.
Eres una loca: manipularán tus palabras. Te echarán a los perros. Te darán el último golpe cuando ya estés en el suelo. Pero como eres una loca —ellos lo saben: por eso te odian, por eso te temen, aunque sea en secreto— te levantarás.
Ninguna de estas dos mujeres, ni Olona ni Montero, son santas de mi devoción, la hemeroteca me avala, regístrenme, no soy sospechosa. Pero me da igual. Ambas sufren del mal endémico del silenciamiento femenino en la esfera pública. A las dos las llaman invasivas, rebeldes, incómodas, outsiders y locas.
No estamos locas, señor, pero nos están enloqueciendo.
Cuidado con eso. Cada vez, y gracias a ustedes, somos más y más peligrosas.