“No dejéis que ningún mamarracho os amargue la vida”. A veces, no es tan fácil. Porque el mundo está lleno de ellos, y resulta frecuente que intervengan en algunos, o muchos, con mala fortuna, de tus días.
Pero este es el mensaje, el gran encargo, de Forever Young, la obra que se acerca, en tono inteligente y humorístico, a los condicionantes que impone la vejez, y que aún se puede ver en Madrid.
Los personajes de esta comedia son viejos, como lo seremos todos, si tenemos suerte, algún día. Pero ellos también fueron jóvenes y recuerdan, en ocasiones nostálgicos, siempre mordaces, hasta qué punto lo disfrutaron, aunque muchas veces no fueran conscientes de ello.
“Tu tiempo es limitado, no lo desperdicies viviendo la vida de otra persona”, afirmó Steve Jobs. Él, precisamente, no lo malgastó en absoluto. Solo vivió 56 años de su propia vida, pero le dio tiempo a cambiar el mundo. Si hubiera tenido más tiempo su revolución hubiera sido incluso mayor, pero los dioses, ya se sabe, nos convocan en el momento más inesperado.
Esta magnífica obra de Erik Gedeon dirigida por Tricicle aborda ese fenómeno de la pérdida de las cualidades físicas e intelectuales entre divertidos saltos de nostalgia abducidos siempre por la música, que es estelar y, posiblemente, el mayor baluarte de estos viejos fascinantes.
['Forever Young', caricatura de la vejez a ritmo de rock]
“No le encuentro la gracia a la vejez”, señaló Antonio Resines. Puede que, simplemente, no la tenga. Al menos para la mayoría. Pero, si buscas bien, igual la encuentras escondida en alguna esquina olvidada de la memoria, como hacen los residentes de este asilo en plena calle Alcalá.
“La vida es una película rodada en un único plano secuencia del que solo podremos hacer una toma”, afirma en el monólogo final uno de los actores. Eso también lo olvidamos: no es un ensayo general; la vida es lo que sucede ahora mismo mientras, como recordaba John Lennon, estamos ocupados haciendo otros planes.
A los intérpretes de Forever Young no les falta ni una de las dificultades y estorbos asociados a la vejez. Tienen alopecia, prótesis, manías, agitación y se encuentran a menudo confinados, aunque siempre provisionalmente, en algunas páginas de su pasado. Pero también tienen ganas de vivir y de hacerlo con toda la dignidad y el alborozo posibles.
Alguno de ellos coincidiría con Marcello Mastroianni en que la vejez es una condena sin derecho a recurso, porque no hay mucho que se pueda hacer al respecto. Pero ninguno de ellos parece renunciar a su pasado, incluidas las locuras que cometieron los años en las que las pudieron hacer.
Todo pasa en un segundo. Puede que no lo parezca, pero la vida no es más que un segundo. Así que, como dice Ray hacia el final de esta sublime oda a la senectud, “no la malgastéis: vividla plenamente”. Y, si tenéis cerca al mamarracho, arrojadlo al mar.