Dice que no piensa irse. Que la legislatura la acaba y que, por supuesto, se va a presentar a las próximas elecciones. O no, o sí, o yo jamás he dicho que sí, o cuántas veces quiere que se lo diga. ¿El qué? Que sí.
¿Hay quien dice lo contrario? Rumores de "señores con puro". Los que el obrero incauto se imaginaba con frac negro, chistera y panza de tensión alta, y que ahora llevan sus iniciales pulcramente bordadas en los puños de sus camisas, y mantienen la barriga y el colesterol a raya.
Y dice más. "Señores con puro en cenáculos de Madrid". Hasta ahora, sus amigos. De los que le gusta rodearse desde que es presidente. Los que se precian de llamar y de ser llamados (y consultados). Los que huelen a poder y huelen el poder. Los que le han bailado el agua y han soñado durante todo este tiempo con un Pedro Sánchez socialdemócrata y centrado que finalmente echase de su lado a la podemía y el separatismo y se abrazase a la gran coalición con el PP.
Eso sí, sin más ideología de uno y otro lado que el beneficio mutuo.
Hasta que, elección tras elección fallida, el desastre ha cogido velocidad y a algunos el presidente les ha empezado a oler a muerto.
O quizá no han sido ellos. Puede que en esos análisis que encargan los partidos a toro pasado para explicarse el porqué de un descalabro electoral (y después de suprimir cualquier párrafo en el que se mencionase a Pedro Sánchez como culpable) la conclusión haya sido: presidente, los votos los estamos perdiendo por la izquierda.
Y hete aquí que el experto en plagios hace lo propio y toma el ideario y el programa de Podemos y toda la farfolla de la izquierda indignada y separatista, y lo hace suyo en el debate sobre el estado de su cuestión.
Primer anuncio. Impuesto a los bancos y a las grandes empresas eléctricas, gasísticas y petrolíferas. ¿El resto de empresas? Queda poco más de un año para que la legislatura se acabe. Ya les tocará.
Segundo anuncio. Bono de esto, de aquello y de lo de más allá.
En ambos casos, ese giro a la izquierda (o más bien giro de guion), volvemos a pagarlo los de siempre. Esa menguante clase media a la que no se ha cansado de aludir en sus monólogos de estos días y que ya lleva sobre sus espaldas los 24 nuevos impuestos con los que Pedro Sánchez nos ha bendecido desde que es presidente.
No hace falta ser experto en economía para entenderlo. Si en cualquier empresa aumentan los costes de producción, inevitablemente lo harán los precios. Si se aumentan los impuestos a los bancos y las empresas eléctricas, gasísticas y petroleras, lo repercutirán de un modo u otro en lo que paguemos.
Dice que con estos impuestos se generarán unos ingresos de 2.000 millones de euros al año. ¿Eso en qué nos beneficia?
Pero es que estamos ante un Gobierno que celebra lo que recauda como si se tratase de un logro (lo mismo que el sheriff de Nottingham), olvidando cuestiones tan obvias como que la mayor parte de esa recaudación proviene del trabajo (no de las rentas) de gente que cada vez vive peor, y que el dinero de las grandes fortunas, señores oscuros o señores con puro, suele estar a buen recaudo (por eso ellos son ricos y la mayoría no).
Obviando también que lo que de verdad nos interesa es cómo se gasta ese dinero y que, justificadamente o no, todo nos parece despilfarro.
Quizás si nos regalase siquiera la imagen de un ligero (ligerísimo, casi inapreciable) sacrificio por su parte o por la de su Gobierno, a pesar de todo, mansos y pastueños como somos, la situación se nos haría un poco menos amarga.
Pero es que el sacrificio no es propio de señores con puro y Pedro Sánchez lo es. El que más.