Quedan algo menos de ochenta días para la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
Sin embargo, en la campaña no se plantean cuestiones políticas internacionales que, sin embargo, son decisivas.
Y no se habla, en particular, de la cuestión más importante de todas, a saber, la actitud que habrá que adoptar frente a las ambiciones imperiales de la nueva Rusia.
Ni siquiera hablo del activismo de los comandos de mercenarios de Wagner en Mali, que entran en conflicto directo con los intereses franceses.
Ni del bombardeo rutinario de Idlib, ese Guernica sirio al que ya nadie le presta demasiada atención.
Tampoco de la alianza táctica con el neosultán Erdogan y, en Asia, con las nostálgicas dinastías chinas que llevo cinco años denunciando.
Hablo, muy cerca de casa, del orden que reina en Almatý (Kazajistán) y de las imágenes de los tanques rusos que recuerdan a las de Budapest en 1956 y a las de Praga en 1968.
Me refiero a los 150 000 soldados apelotonados en la frontera con Ucrania que, con sus 480 tanques, su veintena de vehículos de asalto y un número desconocido de misiles terrestres Buk retienen a los europeos del Maidán a punta de pistola.
Y me refiero, más allá de Kazajistán y de Ucrania, al proyecto de doble tratado dirigido el 17 de diciembre a Estados Unidos y a la OTAN, sobre el que Françoise Thom, en un extenso artículo publicado en el Desk Russie, demuestra que, a ojos de Moscú, es un verdadero ultimátum.
Si los occidentales se entrometen en nuestro coto ucraniano, declara, en esencia, el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Alexander Grushko, tendrán que “enfrentarse a una alternativa técnico-militar” y verán cómo el “continente” se convierte en “el escenario de un enfrentamiento bélico”.
Si dejan que las cosas se prolonguen y retrasan la toma en consideración de nuestras propuestas, se expondrán a un “ataque preventivo” semejante al que emplea Israel para amenazar a Irán, añade el general Andréi Kartapólov, exviceministro de Defensa y presidente del Comité de Defensa de la Duma.
Y, a la atención de los que no hayan entendido la “gravedad” del chantaje que pone sobre el tapete el Kremlin, he aquí su portavoz, Dmitri Peskov, comentando el lanzamiento de un misil hipersónico Zircon que Moscú llevó a cabo el día de Navidad. “Espero”, se jacta, que ahora nuestras propuestas resulten “más convincentes”.
Nunca se habían expresado en ese tono las autoridades rusas.
Nunca Vladimir Mojegov, a quien el sitio web francés Sputnik presenta como “politólogo americanista”, se había permitido bromear diciendo que los misiles Zircon son los “aliados más fiables” de Rusia, que pueden “partir por la mitad un destructor como una cáscara de nuez” y que son capaces de “disparar a los torpes portaaviones como quien dispara a unas latas con un revólver”.
Y nunca los medios de comunicación del régimen, como Svobodnaya Pressa, se habían permitido decir que Rusia, en caso de ampliación de la OTAN, “enterraría a toda Europa y a dos tercios de Estados Unidos en media hora”.
Esta escalada hacia los extremos me sorprende, pero solo en parte.
La he visto venir desde el momento, en agosto de 2013, en que Barack Obama dio la señal de retirada para entrar en un nuevo mundo, sin América, como si fuera precolombino.
Y le medí las hechuras en 2016, en Ámsterdam, durante un debate público, que puede verse en línea, con uno de los ideólogos de Putin y Eurasia, Alexander Dugin.
Pero sería bueno que se dieran cuenta aquellos de nuestros candidatos que se empeñan en ver al amo del Kremlin como un simpático interlocutor, rodeado de occidentales molestos y que no hace más que defender su derecho a un espacio vital.
Tendrían que despertar esos sordos que, en todos los partidos, se niegan a escuchar a un experto militar ruso, Konstantin Sivkov, que imagina que el “potencial nuclear” de Rusia “eliminará físicamente” a Europa y explica que “no habrá” “casi ningún superviviente” al final de esta anunciada guerra nuclear.
Lamento profundamente que todavía haya tantos locos en el seno de lo que se supone que es una opinión pública ilustrada, personas que no ven que la espiral que lleva a aceptar la anexión de Crimea para evitar la anexión de Ucrania, luego la invasión de Ucrania para evitar la invasión de los Balcanes, luego el sometimiento de los Balcanes para impedir la finlandización de los Estados bálticos, la neutralización de Polonia, e incluso la tutela de los grandes y viejos países de Europa Occidental, es la misma espiral que se puso en marcha en 1938 en Múnich.
Putin ha declarado la guerra a Europa, esa es la pura verdad.
Una guerra fría, claro está.
Una guerra suspendida con el telón de acero cayendo, por el momento, en la línea del frente ucraniano.
Pero una guerra, al fin y al cabo.
Una guerra que ya no duda en decir que es una guerra.
Y su instigador, aunque desagrade a los señores Zemmour, Mélenchon o Fillon, ya tiene la inmensa responsabilidad ante la historia de haber roto el tabú que suponía el paso seguro a un continente dos veces destruido.
No hay tema más preocupante en estos momentos que este del que les hablo mientras se inician las conversaciones en Ginebra, de las que los europeos están excluidos.
Y no debería haber, repito, a poco menos de ochenta días de las elecciones presidenciales francesas, ningún debate más candente que el de este nuevo secuestro orquestado por el más celoso de los adversarios de Francia, por utilizar las propias palabras de Milan Kundera.