La intervención de Odón Elorza en el Congreso de los Diputados me ha chiflado. Tanto que me lo he descargado en el móvil y así lo llevo siempre encima. No porque yo en el metro disfrute más de un Elorza furibundo que de un, es un poner, meloso C. Tangana, sino porque me viene fenomenal en cualquier momento para ilustrar en apenas dos minutos y de manera muy clara a lo que me refiero cuando hablo de “deshonestidad intelectual”. También para mostrar lo que no debería hacerse jamás en un debate sano con vocación auténtica de interés por la verdad.
Pero hace tiempo, demasiado, que no presenciamos algo así y casi hemos normalizado, el “casi” es tristemente irónico, que en los debates políticos los argumentos se hayan visto desplazados por el uso torticero e indecoroso de las emociones.
En este vídeo, la misma persona que pedirá, exigirá más bien, unos segundos después que deje de utilizarse a las víctimas del terrorismo, es la que empieza su intervención enumerando de manera impúdica cómo acompañó en sus últimos minutos a algunas de esas víctimas. Los descendientes de algunas de las cuales, además, han manifestado más que explícitamente su rechazo y repulsa al blanqueamiento de los herederos de los terroristas.
Es esa superioridad moral autoadjudicada de la que tantas veces hablamos la que permite a sus miembros poder hacer exactamente lo mismo que dicen combatir, simultáneamente y sin disimulo.
Se equivoca Elorza, aunque no creo que sea por descuido precisamente, cuando habla de utilizar a las víctimas como ataque al Gobierno. Primero, porque la crítica legítima a nuestros dirigentes no es un ataque, sino un sano cuestionamiento. Y segundo, y más importante, porque la crítica no es en este caso al Gobierno sino a los pactos de este con Bildu.
También ese hacer pasar la parte por el todo, recurso reaccionario del moralista empedernido sin predisposición por la justificación argumentada, aparece evidenciado aquí. Ya les digo que el vídeo es un completo y que debería enseñarse en las universidades, si las universidades de hoy fuesen ese templo del saber al que se supone probidad, como muestra de lo que no se debe hacer a poco que se respeten las instituciones públicas, a los ciudadanos y a la democracia misma.
Sin inmutarse siquiera, sigo, afirmará más tarde que en este Congreso se sientan franquistas y “unas derechas de vocación golpista”, poco después de decir que ETA desapareció y no está aquí. Hay que tenerlos como Manolete para sostener al mismo tiempo que lo que nos conviene ya es historia pero lo que no, está más que presente. Que un partido legítimo es golpista porque sus ideas difieren de las nuestras pero otro, también legítimo (no lo olvidemos), no debe ser lastrado por sus raices. Ni por sus manifestaciones ni actos del presente siquiera (homenajes a sus terroristas y ausencia de condena explícita al terrorismo del que emanan ellos incluidos). Que el pasado, pasado está, siempre que sea para que a nosotros nos salgan las cuentas.
Hizo bien Guillermo Díaz en señalarle lo curioso del tema, esa memoria selectiva de la que adolecen. Ese decidir que unos son ya pasado remoto y es mejor olvidar, que solidarizarse con las víctimas y recordarlas es miserable y un ataque frontal a los poderes del Estado, mientras en otros es más que necesario señalar que se mantiene viva la infamia. Capitalizar la moralidad es lo que tiene, que siempre gana la banca.
La próxima vez que quieran explicar a alguien el concepto del “tablero inclinado”, impagable metáfora de Cayetana Álvarez de Toledo para designar a este fenómeno, hagan como yo y ahorren tiempo: enseñen el vídeo de Elorza. Si la vergüenza ajena les permite soportarlo.