Hoy es el último día para ver Traidores en la página de RTVE. El fabuloso documental de Jon Viar cuenta la historia de quienes, como su padre, Iñaki Viar, abandonaron ETA y renegaron de la violencia en el albor de la democracia.
Pero Traidores es mucho más que una recopilación de testimonios. Jon Viar filma un ejercicio terapéutico, casi un exorcismo, para expulsar al diablo que él, y toda una sociedad, todavía llevan dentro.
La narrativa sigue los pasos de su padre. Desde su reclutamiento a su participación en el atentado sin víctimas que le costó una condena de 20 años de prisión. Cumplió ocho no por la magnanimidad del régimen, sino por la ley de amnistía. Fue en esas fechas que Iñaki Viar, como Jon Juaristi, Mikel Azurmendi o Teo Uriarte abandonaron ETA y pasaron a ser traidores.
El documental es hábil en mostrar que se convierten en traidores no solo a ojos de ETA, sino del pueblo vasco. Porque además de renegar de los medios violentos, reniegan de los fines políticos y del sistema de creencias (el nacionalismo) que execró el terrorismo.
Renegar del nacionalismo es más difícil que enfundar el arma, porque implica un aislamiento social insoportable. Ese fue el paso más difícil para Iñaki Viar, cuyos padres eran de esos nacionalistas vascos que, aun oponiéndose a la violencia, nunca se manifestaron contra ETA.
La película alterna entrevistas con imágenes de archivo y grabaciones domésticas realizadas por un niño enamorado del cine y obsesionado con ETA. Y son los vídeos caseros los que irradian sentido y originalidad a la película, pues retratan a ETA como ese fantasma que habitaba en el armario de todos los salones de Euskadi.
Jon tenía nueve años cuando mataron a Gregorio Ordóñez. Once cuando mataron a Miguel Ángel Blanco y doce cuando se fundó el Foro de Ermua. Sus modestos cortometrajes subrayan una clave en la que no se insiste lo suficiente: los niños juegan a ser etarras, no portavoces de ¡Basta Ya! Portar un arma, dormir en el monte al raso enfrentarse al imperio es más atractivo que defender el Estatuto de Autonomía, y esta aura épica que rodea la guerrilla explica las simpatías que una parte de la izquierda sigue sintiendo hacia ETA.
La película, decía, es casi un exorcismo. El intento de expurgar un mal colectivamente incubado y que desde hace más una década ha visto debilitado su principal antídoto: la verdad, que es una y simple.
Por fortuna, el documental de Viar la deletrea: contra ETA fueron muy pocos, muy valientes y muy importantes; la mayoría de la sociedad calló y dejó caer; para Arnaldo Otegi, los terroristas eran “jóvenes patriotas vascos”. El proyecto era la limpieza étnica, y el nacionalismo es el origen y la finalidad de todo.