La revolución que representa la náutica desde Colón a Elcano conmovió el orbe entero, desmoronándose a su paso la concepción pliniana-ptolemaica (tripartita) de la cosmografía terrestre antigua para añadir una cuarta parte americana, con un océano “pacífico” interpuesto, según avanzan hacia el occidente buscando el contacto con India y China.
El Mediterráneo, donde reinan las galeras y los portulanos, dejaba de ser el escenario de la historia universal para dar paso (el “viraje del siglo” le llamó Braudel) a una nueva era oceánica dominada por la nao y la carta esférica. En buena medida, sigue siendo la nuestra.
Por eso podríamos hablar con Hegel para referirnos a este proceso, iniciado el 12 de octubre de 1492 y que culminó el 6 de septiembre de 1522 (cuando la nao Victoria entró en el puerto de Sanlúcar tras dar la vuelta al mundo), como “el bello día de la universalidad, que irrumpe al fin, después de la luenga y pavorosa noche de la Edad Media”.
Porque la consecuencia de todo ello es la aparición del mundo “moderno” (así se le llamó en el contexto de la polémica entre antiguos y modernos). Un nuevo mundo que surge a partir del descubrimiento del continente americano y de los tres océanos (Atlántico, Índico y Pacífico) como masas de agua interpuestas entre los continentes, y cuya existencia y medida eran desconocidos hasta ese momento.
Descubrimientos que implicaron también la reconfiguración íntegra del orbe. Porque, además de América, se descubre de nuevo el Viejo Mundo al quedar este también resituado como consecuencia de los hallazgos de la exploración oceánica. La novedad es, en cierto modo, el orbe entero, que es descubierto en su totalidad, mostrando su verdadera cara (facies totius universi).
Así, la iniciativa colombina, representada por el emblema del plus ultra, adquiere un peso enorme desde el punto de vista histórico universal porque por primera vez una acción imperial va a proyectarse sobre las dimensiones reales del orbe, dejando a los imperios antiguos (el de Alejandro, el de César, el de Carlomagno) como desarrollos de dominio meramente regionales.
Según Paolo Jovio en su Diálogo de las empresas militares y amorosas (1551), el invento de este emblema (o empresa) se debe a Luis Marliano, médico milanés de Carlos I, obispo de Tuy, y, dice Jovio, “allende de otras virtudes y habilidades, gran mathematico”. Marliano inventó esta gran empresa emblemática para indicar, según Jovio, que la “felicíssima conquista de la Indias Occidentales” sobrepasa en grandeza y gloria las conquistas romanas.
Pero es que además, sigue Jovio, “ciertamente me parece que la empresa de las columnas de Hércules que trahe con el mote PLUS ULTRA, no solamente ha sobrepujado de gravedad y hermosura a la empresa del eslavón [el toisón de Oro] que trahía el agüelo [Carlos el Temerario, de Borgoña, abuelo de Carlos I], mas aún también a todas las otras empresas que han trahído hasta oy los otros príncipes y reyes”.
El Viejo Mundo, en efecto, se ve desbordado, superado por los dominios de Carlos I y de Felipe II, y así queda reflejado en la expresión de Ariosto, que hará fortuna (“no se pone el sol”).
Con esta, y de nuevo haciendo referencia a la proyección esférica (global) del Imperio español, se destaca el hecho de que no hay precedentes antiguos, aun siendo heredero suyo, de este dominio imperial moderno: “Por tal obra, la Voluntad suprema no solamente de este Imperio entero tiene ordenado darle la diadema que fue de Augusto, Traján, Marco y Severo, mas de toda la tierra de acá extrema, do nunca el sol ni el año abre sendero: y bajo este Monarca quiere a punto que haya solo un rebaño y pastor junto”.
Hoy, 15 de octubre de 2021, se estrena el documental, España, primera globalización, de José Luis López Linares, que explica muy bien este proceso decisivo para la historia universal. El día de la universalidad. Vayan al cine. Gracias.