Quiero romper una lanza en favor de Pedro Sánchez. Me dicen algunos amigos que las lanzas, en los periódicos, son para arrojárselas al poder. Y tienen razón, pero el presidente del Gobierno logró, por primera vez desde que se mudó a Moncloa, empatizar con nosotros, los insultantemente jóvenes.
Cuando se tiene menos de treinta años, los grandes desafíos se afrontan en 49 segundos, los mismos que Sánchez persiguió a Joe Biden por el pasillo. Eso no ha cambiado con la tecnología, es una regla que viene configurando la sociedad desde hace por lo menos un siglo.
La última vez que firmé un contrato importante, tuve 49 segundos, quizá algunos menos, para convencer al que iba a ser mi jefe. En una reunión de portada, el becario que entra por primera vez para vender su noticia tiene 49 segundos; en realidad, bastantes menos. Y así con todo y en todas partes.
En cada curro, con cada persona que nos enamora. En nuestros exámenes, con cada abordaje a las personas que admiramos. Debemos demostrar nuestra valía en un chispazo, como si fuésemos estrellas fugaces. El joven se juega su futuro en lo que dura un estriptis de burdel de carretera. ¡Zas! Vivo o muerto.
No sucede en los partidos políticos, por lo menos en el PP y el PSOE, donde se puede cantar Forever Young hasta los cuarenta; donde el carné de las juventudes suele solaparse con la jubilación. Por eso el mérito de Sánchez es doble. Él, que lleva toda la vida en política y que apenas ha conocido la ferocidad del mercado laboral, se arrojó al desafío de los 49 segundos a sus casi cincuenta años. Nunca es tarde si la dicha es buena. Tampoco resulta tarde si el desenlace es bochornoso; lo importante anida en la cultura del esfuerzo.
Sánchez se ha convertido así en el político más empático con la juventud. Todos nos vimos reflejados en esa carrerita. “Llamadme Pedro”, nos diría él ahora. Pues sí, Pedro, estamos contigo. Porque, además, somos los que mejor podemos comprenderte.
En las luchas de los 49 segundos, las victorias resultan muy dulces. Suele ocurrir con los amores de verdad, con los goles marcados cuando todavía nos soñamos profesionales, con los estribillos compuestos cuando parece que nos espera un escenario, con el papel en el anuncio de salchichas cuando creemos que podemos ser actores… Nuestras conquistas se deciden en esos pestañeos.
Pero también sabemos, “Pedro”, que los fracasos en las pruebas de los 49 segundos resultan duros, durísimos. Sales del despacho del jefe, has tenido esa oportunidad, has fracasado y… la decepción, tornada obsesión, se te mete en la cabeza, toma asiento… y sale a pasear por la noche, hasta dejarte sin dormir.
A todos nos costaría conciliar el sueño, “Pedro”, si nos hubiera pasado algo como lo tuyo. Nadie sufre más el ridículo que un joven que afila sus sueños cada mañana. Tú ya no eres joven, presidente, pero te has convertido en uno de los nuestros. Con el paseíllo, te has ganado un lugar aquí, con nosotros, entre cervezas, asomados a los atardeceres de la decepción.
P.D: Me alegra saber, presidente, que nuestro partido de ping pong, ¡hasta quince minutos!, fue toda una cumbre internacional. Ya no sé cómo pedirte la revancha.