A dos minutos del final, tras un excelente pase hacia atrás de Carrasco, Luis Suárez lo dejó claro: esta Liga es del Atlético de Madrid. El zapatazo del delantero uruguayo evidenció, al mismo tiempo, otras realidades futbolísticas respecto de los dos grandes rivales de los colchoneros. La primera, que el Barcelona hizo el ridículo dejando marchar al gran amigo de Messi. La segunda, que el Real Madrid, sin título alguno, cierra la temporada en falso.
Tiene mérito lo de los rojiblancos. Su debilidad económica es evidente si se les compara con Barça y Madrid. Y, como en el resto de los apartados de la vida, la economía casi siempre lo define todo. En este caso, sin embargo, la entidad que preside Enrique Cerezo está a punto de culminar una proeza que cristalizará, salvo sorpresa mayúscula, el sábado en el José Zorrilla.
No dejes de creer, dicen en el Metropolitano. Este último domingo, los jugadores siguieron fieles a su lema. El 0-1 les dejaba donde casi siempre: a un paso del triunfo final. Tenían, a escasos 120 segundos del final reglamentario, la competición liguera perdida. Pero creyeron. Y apareció Suárez.
Rafael Nadal, que sin duda no es atlético, preguntó nada más terminar su brillantísimo duelo con Djokovic cómo iba la jornada en España. Si alguien cree en sí mismo, ese es Nadal. La prueba es que ganó en Roma a pesar de que estuvo varias veces a un instante de regresar prematuramente a Baleares. Aún parece increíble que haya ganado el partido de tercera ronda contra Shapovalov, que perdía por 6-3 y 3-0. Pero él, aunque no sea atlético, nunca deja de creer.
El mérito de Nadal es de otra galaxia. No solo por su imponente calidad tenística. No tanto por su increíble capacidad de retorcer los límites de lo posible para lograr algo más, para dar un paso más. También, quizá sobre todo, por lo que supone su personalidad como espejo de quienes todos pudimos llegar a ser en otras disciplinas, sin serlo, y como reflejo de lo que aún podrían conseguir otros en cualquier ámbito de la vida.
El mérito del Atlético, este año, no es galáctico, que ese término está reservado para entidades mucho más poderosas, pero sí es colosal. Está claro que con un presupuesto mayor se adquieren los derechos de mejores jugadores. Y que, con mejores jugadores, lo normal es ganar siempre, o casi siempre.
Pero Miguel Ángel Gil y Cholo Simeone, las otras dos grandes patas del proyecto rojiblanco, han logrado construir un gran club que obtiene unos resultados que se sitúan muy por encima de sus posibilidades teóricas.
Eso, desde luego, no le ocurre a todo el mundo. A veces, de hecho, sucede el fenómeno opuesto. El Deportivo de La Coruña, que ni siquiera lidera su grupo en 2ªB, es un ejemplo. El Zaragoza y el Málaga, dos históricos de Primera, otro, deambulando por la categoría inferior sin mayor horizonte que dar por concluido el curso deportivo.
Pero el fútbol es mucho más que deporte. Más, sin duda, que un balón, varios árbitros y 22 jugadores. Es, fundamentalmente, pasión. Y estos días en Valladolid, Huesca y Elche todo son nervios. Los equipos de dos de esas tres poblaciones abandonarán LaLiga Santander y quién sabe cuándo volverán, si lo hacen, a Primera.
El fútbol, por supuesto, es, también, dinero. Mucho dinero, ese que dice Florentino Pérez que necesitan ahora los clubes grandes para sobrevivir, el fundamento que ha esgrimido detrás de la fallida creación de la Superliga Europea, un asunto que no se ha sellado bien y que, sin duda, reaparecerá en el futuro disfrazado de alguna manera.
Pero, por ahora, lo que queda es un loable y apasionado Atlético que mira, inquieto y entusiasta, al fin de semana mientras se lame los labios, sabiendo que está a punto de arrebatar a dos entidades mucho más poderosas, las que han ganado 15 de las últimas 16 Ligas, el gran título nacional.
También, claro, es posible la tragedia atlética. Pero esta vez ni los colchoneros más pesimistas, esos que incluso disfrutan de los grandes fiascos de última hora, la contemplan.