"Gracias al independentismo vasco y catalán, las derechas ya no forman parte de la ecuación política". Son las palabras de la portavoz de Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurua, ayer mismo, durante el debate de los Presupuestos.
Aizpurua celebró la consolidación de "un bloque claramente progresista al menos para tres años". Desde que Sánchez llegara a Moncloa, resulta más fácil interpretar la acción del gobierno a partir del discurso de sus socios que escuchando al presidente. Todo queda mucho más claro.
La intervención de Aizpurua confirma algunas sospechas. Durante mucho tiempo, el PSOE justificó la suma de la investidura como un acuerdo coyuntural al que lo obligaban "las circunstancias". Sin embargo, poco a poco se ha ido constatando que aquel era un pacto robusto sobre el que se articuló un proyecto de legislatura. La malbaratada oferta de Ciudadanos a Sánchez para sacar adelante los Presupuestos sin mediación del independentismo así lo atestigua.
En cualquier caso, el acuerdo presupuestario no representa, como ha afirmado Aizpurua, la consolidación del bloque progresista. Cabe albergar muchas dudas sobre el presunto progresismo de algunas de las fuerzas de la suma. Pero, incluso dando por buena la equivalencia entre partido de izquierdas y partido progresista, resulta difícil acomodar al PNV o el PDeCat en dicha categoría.
Se opera, no obstante, una identificación de los ejes ideológico y territorial, de tal suerte que, cuanto más hacia la periferia se posiciona uno en el segundo, más progresista parece. El independentismo sería, pues, la quintaesencia del progresismo en nuestros días. Así, la llamada mayoría de progreso no es sino una mayoría construida en torno al rechazo del ordenamiento territorial establecido en la Constitución del 78.
La suma que sostiene a Sánchez no comparte un alma progresista: está formada por una constelación de partidos que, en el caso menos rupturista, aboga por un Estado plurinacional y, en el más, por un desmantelamiento del Estado actual que conduzca al alumbramiento de un puñado de Estados nuevos.
Tampoco en esto el pacto es coyuntural. Hace años que Podemos esbozó un plan de acción que pretendía conjugar un cierto patriotismo “nacionalpopular” con la colaboración con las fuerzas nacionalistas que sirviera para acelerar la caída del orden del 78. En la práctica, ambos elementos se mostraron difíciles de conciliar electoralmente y, tras la marcha de Errejón, Iglesias renunció al elemento patriótico capaz de lograr una penetración transversal para convertirse en el sereno imprescindible que procurara a Sánchez la llave del apoyo nacionalista.
Así se cosió el bloque que Aizpurua asegura que durará "al menos tres años", y gracias al cual "las derechas ya no forman parte de la ecuación política". Porque, para alcanzar los diversos objetivos políticos que persigue cada una de las fuerzas de la coalición presupuestaria, es preciso expulsar del sistema a los partidos que se oponen a ella. Y eso pasa por convertir a los adversarios en enemigos y en señalarlos como ilegítimos e indignos.
Lo explicó muy bien ayer el vicepresidente Iglesias, que celebró el "recorrido ético" de Bildu y condenó la "inmoralidad permanente" del PP. La de Iglesias es, como escribió Ortega del comunismo, "una moral extravagante".