No debe de ser fácil abandonar lo poco que tienes, casi todo emocional, y echarte a la carretera, a pie, sabiendo que, si llegas, lo que te espera al final de un trayecto de miles de kilómetros es el Ejército. Y no el tuyo, sino el de Trump.
Pero eso han hecho 10.000 centroamericanos, la mayoría hondureños, unidos por el sueño de cruzar la frontera mexicana y adentrarse en la tierra prometida, la que les dará la oportunidad de trabajar; la que les ofrecerá la posibilidad de vivir de otro modo.
Una vida miserable solo en parte es vida. Una existencia denigrada por la penuria solo en parte es existencia. Además, realmente, ¿quién dijo que uno no podía transitar la corteza terrestre por donde verdaderamente le plazca? Quienes inventaron las fronteras desconocían la fortaleza que emana de la necesidad extrema; con ella, los centroamericanos de La Caravana desafía una de las fronteras más comprometidas del planeta.
El hambre, el deseo de evitar la indigencia o el de escapar de la violencia que asola a buena parte de Centroamérica constituyen el nutriente básico del motor que lleva a numerosos ciudadanos a cubrir una distancia de 2.600 kilómetros que carece de cualquier garantía de éxito. Es más: tiene muchas más probabilidades de hacer reflexionar al mundo de las que tiene de conseguir que esos migrantes penetren, como anhelan, en suelo norteamericano.
Pero huir de uno de los pocos países del mundo que tienen dos ciudades entre las más peligrosas del mundo, San Pedro Sula y Tegucigalpa, es una motivación poderosa, suficiente para provocar una "invasión". Porque así ha llamado el presidente de EE.UU. a los migrantes: invasores.
Los salvadoreños, nicaragüenses y guatemaltecos que se han unido a los hondureños suman un grupo de hombres y mujeres, también niños, que difícilmente podrían invadir nada. Bastante tienen con evitar mayores dramas de las que ya arrastran, esos que podrían provocarles los Zetas y otras bandas de criminales o, quizá, algunos miembros poco honrados de las fuerzas de seguridad mexicanas.
El éxodo centroamericano, que comenzó con 1.800 personas, continúa rumbo al Norte. En el Norte, creen los migrantes, se hayan la libertad, el trabajo, la prosperidad.
Pero no es así. Estados Unidos ha desplegado ya en la frontera sur a 5.200 militares armados como si fueran a la guerra en una operación que ha denominado "Patriota Fiel". La tragedia humanitaria que se puede producir cuando La Caravana se enfrente al paso fronterizo con EE.UU no parece menor, a 19 días de la salida de Honduras y aún a solo 100 kilómetros de la frontera entre México y Guatemala.
Resulta cuando menos singular enfrentar la realidad de que la mayor potencia mundial despliegue a su ejército para frenar la llegada a su suelo de los migrantes centroamericanos y que, sin embargo, uno de los países más acogedores del mundo con los refugiados sea, precisamente, uno de los menos favorecidos económicamente: Uganda. El país que preside Yoweri Museveni mantiene una política de puertas abiertas hacia los refugiados, y así le va muy bien. Todo el mundo es bienvenido al país africano, como explicaba esta semana Joseph Goldstein en The New York Times.
Donald Trump continúa su lucha contra los migrantes: asegura que hay entre ellos terroristas de Oriente Medio y miembros de la Mara Salvatrucha, y amenaza con cortar la ayuda al desarrollo en Centroamérica si continúa el éxodo migratorio. Al mismo tiempo, apela al sector más conservador de su país y se refuerza ante las cruciales elecciones legislativas del próximo 6 de noviembre, en las que su partido se juega mucho. No sabe, tal vez, que los miembros de La Caravana se juegan mucho más: su vida y su dignidad.