En la por múltiples razones recomendable teleserie El joven papa, del realizador italiano Paolo Sorrentino, hay, entre muchos otros, un par de momentos memorables. Los protagoniza Voiello, el cardenal secretario de Estado del Vaticano, al que al principio de la serie vemos embobado frente al ordenador mientras contempla las florituras con el balón de Diego Armando Maradona, en su época de delantero del Nápoles, del que el príncipe de la Iglesia es forofo incondicional. En otro momento, el cardenal se apresta a ver un partido de su escuadra favorita vestido con la equipación blanca y celeste del conjunto napolitano. Al filo de la blasfemia, el cardenal, un hombre astuto y calculador, pero profundo y sincero creyente, llega a dar a entender que no puede descartar la condición divina del legendario astro argentino.
No es infrecuente oír, de labios de los hinchas del Barça, declaraciones semejantes respecto de su estrella absoluta, el también argentino Lionel Messi. La devoción por su ídolo es tan extrema y tan absoluta que llevó a muchos de ellos a comprender y aun disculpar que defraudara al fisco, según sentencia firme dictada por el Tribunal Supremo. Incluso hubo quienes le aplaudieron a la entrada del juzgado de Gavà donde hubo de acudir a prestar declaración y donde se exculpó de todo diciendo que “de la plata” se encargaba su padre. Su carácter cuasisagrado se ve confirmado una y otra vez en el arrobo y aun el servilismo con que hablan de él los directivos del club, que lo han convertido en una suerte de emblema supremo e irreversible del barcelonismo, en una figura a la que está todo supeditado, no sólo en la táctica que sigue el equipo en el campo, sino también en cualquier aspecto de su comunicación institucional.
Que el Barça se haya convertido a su vez en un ariete, si no en el buque insignia deportivo del independentismo catalán, ha conducido en estos días a una curiosa colisión de credos, casi tan difícil de resolver como la del atribulado cardenal Voiello de la ficción televisiva. Si el espíritu actual del barcelonismo se asienta sobre la adoración incondicional de Messi, y a la vez se ha vuelto casi indisoluble del movimiento independentista, debe de ser muy difícil para quienes abrigan a la vez ambas pasiones procesar el hecho de que el argentino haya exigido una cláusula contractual de salvaguardia, y eventual desvinculación del club, para el caso de que Cataluña alcance la independencia.
Se justifique como se justifique, es una deserción en toda regla. Uno puede aceptar que le abandone un seguidor, incluso un camarada cuya fe resulte demasiado débil para enfrentar las dificultades de la causa; que te vuelva la espalda tu dios, así sea sólo futbolístico, debe de ser algo parecido a una hecatombe.