No dejan de ser unas elecciones autonómicas a las que no se presentan ni Sánchez ni Feijóo, pero dentro de unas horas uno de los dos se tambaleará malherido y el otro recibirá un empujón clave que marcará la legislatura.
Es tan trascendental lo que está en juego hoy en Galicia -nada menos que el horizonte de la España constitucional- que el episodio que ha tensado inesperadamente la campaña, hasta el extremo de poner el desenlace en el alféizar de la incertidumbre, parece extraído de una pesadilla.
El mejor resumen de la falta de sentido del almuerzo off the record que Feijóo mantuvo hace ocho días con más de una docena de periodistas, me lo hizo un estrecho colaborador de Sánchez: "Si yo veo al presidente en una circunstancia así, irrumpo en el comedor, le digo que un familiar cercano acaba de sufrir un infarto y lo saco como sea del restaurante".
Y es que, cuantas más vueltas se le dé, más incomprensible resulta que el líder del PP se prestara a una reunión con ese formato en un momento tan inadecuado para su partido y para él. Tanto su buen juicio como el de su equipo están hoy en entredicho.
Las reglas de un off the record varían según los usos periodísticos. En sentido estricto se trata de una sesión en la que nada de lo que se dice es atribuible a nadie. Las informaciones, opiniones e ideas fluyen en un diálogo exento de formalismos y los presentes son libres de transmitirlas, pero sin revelar ni su autoría, ni siquiera su origen. Así funciona, por ejemplo, el influyente Club Bilderberg.
La fórmula también sirve para desvelar noticias exclusivas que el informador debe luego verificar con una fuente distinta. Ya que estamos en vísperas del aniversario del 23-F, pondré un ejemplo meridiano. Al día siguiente del golpe, el entonces ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, me citó en una discreta cafetería y me contó off the record que el general Armada no había acudido al Congreso a salvar la democracia, sino que estaba implicado en el golpe. Como no podía atribuírselo al ministro, llamé al jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo. Sólo lo publiqué en la portada en Diario 16 cuando él lo corroboró.
Para que este mecanismo no restrinja el derecho a la información de los ciudadanos, en beneficio de la capacidad de manipulación de los políticos, cualquier off the record debe ser fruto de un pacto explícito previo. El Washington Post cortó de raíz el abuso unilateral de la fórmula cuando publicó que "un alto cargo del Gobierno que pidió no ser identificado y cuyo nombre es Henry Kissinger aseguró ayer que…"
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En la política española los off the record suelen ser en realidad sesiones de background en las que, en modo tertulia con mesa y mantel, se transmiten posiciones amplias para que los informadores conozcan el contexto en el que se desarrolla la actualidad. A veces, como en este caso, se pacta publicar lo más relevante con una atribución genérica del estilo de "un alto cargo del partido".
Desde el punto de vista del compareciente el formato tiene sentido cuando no quiere, no puede o no debe hablar en público sobre algo. Mientras él guarda oficialmente silencio, sus confidencias van creando opinión mediante el mecanismo de la ósmosis mediática.
Analizando la cuestión con frialdad técnica y sin dirigir a nadie un reproche específico, es difícil imaginar un disparate mayor que celebrar una comida off the record con dieciséis periodistas, algunos de ellos notoriamente hostiles al PP y proclives por lo tanto a identificar sotto voce a la fuente, para hablar de algo sobre lo que todos los días, mitin tras mitin, se había venido pronunciando ya Feijóo. Y encima ese "algo" no era cualquier cosa.
"Es difícil imaginar un disparate mayor que celebrar una comida off the record con 16 periodistas, algunos hostiles y proclives a identificar a la fuente"
La posición de Sánchez y sus soldados mediáticos es tan desesperada en la defensa de una amnistía que hoy rechaza el 77% de los españoles, incluida la mitad de los votantes del PSOE, que cualquier matiz, cualquier digresión, cualquier análisis ponderado que afloje el nudo que les ahoga puede servirles de munición para un contrataque.
Y catapultas dispuestas a lanzar con entusiasmo esas bolas de fuego no les faltan. He ahí el impresionante despliegue de mentiras o medias verdades orquestado durante toda esta semana a toda prisa por los medios públicos y concertados de la prensa ibérica, con la sexta velocidad puesta.
El error garrafal de Feijóo ha sido incrustar un evento concebido para generar esa lluvia fina que va calando en las distancias largas en el turbión incontrolable de una campaña. Sea cual sea el desenlace de esta noche, lo ocurrido debería servirle de lección. Es extraordinario tener alrededor un núcleo de colaboradores leales y abnegados, pero para competir con la cada vez mejor engrasada máquina de guerra de la Moncloa, va a necesitar cualificados refuerzos en materia de estrategia.
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Los reproches no pueden pasar de aquí porque es falso de toda falsedad que nada de lo que se le atribuye a Feijóo en ese off the record suponga ni un giro, ni un cambio de posición respecto a la amnistía y los indultos. Y menos aún que lo convierta en "mentiroso" o "hipócrita" por mantener posiciones distintas en público y en privado.
La única divergencia que existe, esa sí, es la que separa al Feijóo real, un hombre reflexivo y moderado por naturaleza, del Feijóo imaginario que la propaganda gubernamental caricaturiza como el caudillo extremista e intransigente de la "fachosfera".
Si las posiciones de Feijóo sobre Cataluña hubieran sido alguna vez las de Abascal y su 155 permanente -que, por cierto, apuntalaron a Sánchez en la Moncloa-, podría hablarse de cambio de guion. Pero como ese estereotipo no es sino una fabricación del PSOE, también es suya ahora la doble impostura de acusarle de travestismo político. Equivale a llamar mutante a quien aparece con una morfología distinta de la que tú mismo le has atribuido ficticiamente.
"¿Qué tiene de particular que Feijóo tardara 24 horas en rechazar la amnistía, cuando Sánchez lleva ya medio año dedicado a intentar justificarla?"
Porque ¿qué tiene de particular que Feijóo tardara "24 horas" -expresión coloquial equivalente a "en un pis pas"- en rechazar la amnistía que le pedía Junts, cuando Sánchez lleva ya medio año dedicado a intentar justificarla con sucesivos argumentos a cuál más variopinto y menos convincente?
¿O que situara la tipificación como terrorismo del caso Tsunami en el plano de lo "discutible" -cuando esa discusión existe a todos los niveles- y se remitiera, como deberían hacer siempre los políticos, a lo que decidan los jueces?
¿O que pusiera tales condiciones para indultar a Puigdemont que en la práctica lo haga lamentablemente imposible? Y elijo con precisión el adverbio pues, si esa posibilidad existiera en los términos planteados por Feijóo, significaría que la política tendría una oportunidad real de sopesar el perdón de un delincuente juzgado, condenado, arrepentido y comprometido a renunciar a la unilateralidad. Yo también apoyaría ese indulto, pues tendría contrapartidas muy superiores -supondría nada menos que el final del procés- que las que conllevó el perdón parcial a Junqueras y compañía.
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Desde el bando gubernamental se argumenta que el mero hecho de que Feijóo haya puesto esas condiciones ya implica haber entrado en el marco mental de las medidas de gracia y la "reconciliación" que propugna el PSOE.
Pero hay que negar la mayor. Si Feijóo recurrió a ese concepto es porque la "reconciliación" no sólo es un anhelo compartido por cualquier demócrata, sino una de las banderas que constituyen el santo y seña de todos los adictos al espíritu de la Transición.
La gran diferencia entre el líder del PP y el presidente del Gobierno estriba en la concreción de ese noble objetivo -que no puede ser otra que el retorno del separatismo al pleno sometimiento al marco constitucional-, y sobre todo en el modo de conseguirlo.
"Comparar las contradicciones de Feijóo con los incumplimientos de la palabra de Sánchez es como comparar un vaso de agua con el Caribe"
El PSOE esta haciendo de la necesidad entreguismo y el PP debe mantener la mano tendida, con toda la firmeza y sin ninguna ansiedad, a la espera de que el deudor vuelva a casa dispuesto a saldar las cuentas pendientes. Si eso no sucede nunca, pues no nos "reconciliaremos" nunca. "Conllevanza" orteguiana y adelante.
Si hubo un día en el que patinó Feijóo no fue el de la comida off the record en Galicia, sino cuando propugnó la ilegalización de los partidos independentistas. Los proyectos son colectivos, los delitos individuales. Cuestión distinta sería si Junts y Esquerra se convirtieran, como lo fue Batasuna, en el brazo político de una organización terrorista. La Ley de Partidos lo contempla, pero hoy por hoy no estamos en esas.
En todo caso, recurriré a la metáfora que me puso Hugo Chávez antes de echarme de su despacho. Comparar las contradicciones de Feijóo sobre la cuestión catalana con los incumplimientos de la palabra dada por Sánchez en este mismo asunto, "es como comparar un vaso de agua con el inmenso mar Caribe".
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La enseñanza de todo lo ocurrido es que en la España actual no hay margen para hacer política con escarpines, ni siquiera en ocasiones singulares. Basta el menor atisbo de un traspiés en el que hayas podido doblarte levemente el tobillo para que las hordas enemigas te declaren cojo de por vida en las redes sociales.
El líder de la oposición tiene que salir cada mañana con el chaleco antibalas bien ceñido bajo el traje de material ignífugo, el escudo contra minas personales en ristre y, por supuesto, las botas de goma caladas hasta las rodillas para chapotear en el barro. Esto es la Champions, señores, y Moncloa no cree en las lágrimas.
[Videoblog del Director: El error no forzado de Feijóo o al fusilamiento por la tibieza]
Más que imposible es indeseable adelantar acontecimientos. Sobre todo, porque los peligros que para la España constitucional implicaría que un partido separatista como el BNG gobernara Galicia, a la vez que sus homólogos lo hacen en Cataluña y el País Vasco, serían tan graves que más vale no desgranarlos detalladamente.
Baste advertir que el eje de los programas de todos los actuales aliados del PSOE en las próximas elecciones generales sería la exigencia de sendas consultas de autodeterminación. ¿Quién se fiaría de que llegados a ese punto Sánchez no cambiara también de opinión como viene haciéndolo desde hace cinco años cada vez que lo necesita? Si así fuera, el orden constitucional en su conjunto, empezando por la Monarquía, estaría en almoneda.
Cuidado pues con lo que suceda esta noche. No vaya a resultar que la vaca que derribó el quinqué, que prendió la paja, que quemó el establo, que dejó en llamas la manzana y que provocó el gran incendio de Chicago fuera una vaca gallega.