No podemos chuparnos el dedo. No podemos fingir que no vemos el hilván que une la escalada de violencia verbal y simbólica con la que Vox está reventando la paz social y el debate democrático, agrediendo y victimizando al Gobierno, justo cuando más apurada es su situación política.
El episodio del ahorcamiento y apaleamiento del pelele con la distorsionada efigie de Sánchez no ha sido fruto de una gamberrada espontánea en el entorno lúdico de la Nochevieja. Ha sido un acto planificado con el propósito político de echar gasolina al fuego de la polarización y desestabilizar no ya cualquier proceso de colaboración entre el PSOE y el PP, sino los propios cauces democráticos para dirimir sus diferencias.
Hay desde luego una relación de causa y efecto entre la premonición amenazante de Abascal en Argentina –"Habrá un momento en que el pueblo quiera colgar de los pies a Sánchez"- y su teatralización callejera con un grado extremo de violencia. Es como recalar en una estación intermedia, camino de que se materialice la profecía autocumplida.
Y si la mitad restante del recorrido no tiene visos de culminarse, se debe más a las medidas de seguridad que lógicamente rodean al presidente que al menor atisbo de contención en las minorías agresivas movilizadas por Vox. Las imprecaciones dirigidas al muñeco, mientras era apaleado salvajemente en Nochevieja, eran las mismas que Sánchez y su esposa tuvieron que escuchar a las puertas del Círculo de Bellas Artes el día de la presentación de su libro.
En uno y otro caso se trataba de la banda sonora del linchamiento de un político, bajo la coartada del tiranicidio. En las tremendas uvas de la ira de Ferraz las palabras y los hechos concordaban, como si hubiéramos pasado ya de una lectura dramatizada a un ensayo general con todo.
También es insoslayable la dedicación personal y directa de Santiago Abascal a la tarea de alimentar la caldera a presión montada desde hace semanas frente a la sede del PSOE. No sólo por sus reiteradas visitas a esa primera línea del frente, sino por la justificación insistente de unos escraches en los que cada día se reproduce el riesgo de que a un manifestante o un agente de la autoridad se le vaya la mano. Si alguien dijera que eso es lo que desea Vox, no sería fácil refutarle.
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La producción y escenografía del ahorcamiento y apaleamiento en efigie del presidente, entre aullidos de "¡Ensáñate! ¡Ensáñate!", eliminan cualquier ambigüedad sobre la intencionalidad política del evento. La pancarta de los cachorros de Vox que encuadraba la acción lo resumía todo, cual si fuera el subtítulo de una película de Einsenstein o el rótulo didáctico de una obra de Brecht: "Consumado el golpe, estalla la REVUELTA".
El "golpe" es, claro está, la investidura de Sánchez a cambio de la amnistía a Puigdemont y sus cómplices en los hechos delictivos del 17. Algo tan detestable y anómalo como legal y legítimo.
Establecida la falaz premisa de que ese pacto inmoral y pernicioso, pero impecablemente ceñido a las reglas parlamentarias vigentes, constituye en sí mismo un "golpe de Estado", entra en juego la automática justificación de la "REVUELTA". Valga la redundancia, tratándose del nombre de la oficiosa organización juvenil de Vox, caracterizada por la agresividad de sus aportaciones.
Porque su forma de "revolverse" contra ese "golpe" imaginario no es presentar enmiendas a las leyes, recurrir las decisiones judiciales cuando sea pertinente, convocar manifestaciones pacíficas o participar con argumentos sólidos en los debates en los medios. No, su forma de "revolverse" es insultar a personas que ostentan una representación popular y reventar en efigie a quien ha sido investido jefe del Gobierno, según las normas constitucionales.
De la misma manera que lo peor de los pactos del PSOE con Junts y Esquerra por un lado y con Bildu por el otro es la falsificación del relato de cuanto nos ha traído a la actual situación, otro tanto puede decirse de esta narración adulterada. Del "golpe" a la "revuelta": como decía Robespierre, el pueblo tiene derecho a la insurrección.
"Repudio la amnistía, pero defiendo su derecho a aplicarla mientras las urnas, el Parlamento o los tribunales no se lo impidan"
Y es muy significativo que el evento de Nochevieja contara con unos presentadores, una retransmisión en directo y unos "media partner" que comparten esa falaz premisa y gran parte de los modales de Vox para vergüenza del periodismo.
La denuncia del PSOE ante la fiscalía que EL ESPAÑOL ha reproducido íntegramente tiene la virtud de hacer un compendio minucioso de estos hechos que, como venimos diciendo desde la propia mañana de Año Nuevo, "no deberían quedar impunes". O sea, lo mismo que hemos dicho siempre que las víctimas de esta violencia simbólica han sido otros dirigentes políticos, o no digamos el jefe del Estado.
Todos debemos sentirnos agredidos por este vandalismo grupal que trata de proyectar la furia, la rabia la frustración y el odio de unas minorías sobre los representantes de nuestras instituciones.
Repudio con toda mi inteligencia y energía la Ley de Amnistía como parte troncal de la estrategia política de Sánchez, pero defenderé con el mismo vigor su derecho a aplicarla mientras las urnas, el Parlamento, los tribunales o su sano juicio no se lo impidan.
Por el camino del pelele y la piñata, por el camino de la regresión al barbarismo, que nadie cuente con EL ESPAÑOL. Estamos orgullosos de ser el periódico con mayor audiencia de España, pero si alguien busca comprensión para estos métodos, que no nos lea. Tendrá que buscar en otro sitio.
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Cuestión distinta es el encaje de los hechos, fielmente descritos por el PSOE, en alguno de los tipos delictivos que invoca. Tanto nuestra jurisprudencia como la doctrina europea son muy restrictivas a la hora de perseguir injurias, amenazas o no digamos delitos de odio contra un cargo público, necesariamente sometido a un nivel de escrutinio y crítica mucho más duro y antipático que el que debe soportar un particular.
Alegar como hace el PSOE que en la España actual se persigue la ideología socialista no se compadece con la verdad. A menos que pongamos al propio Sánchez en cabeza de esos perseguidores, pues no son pocos los militantes con trienios que denuncian que no hay nada tan contrario al socialismo como sacrificar la igualdad a los separatistas.
El odio, bien patente, de los apaleadores no va dirigido contra el socialismo o el PSOE como organización -que en ningún caso sería un colectivo vulnerable- sino contra su líder y en concreto contra sus principales decisiones políticas. No parece adecuado que, por muy deleznables que sean, conductas así merezcan penas de cárcel.
Sobre todo, cuando se invocan valores morales para amnistiar delitos mucho más graves de simétrica intencionalidad política. ¿O acaso los dirigentes de Vox no serían amnistiables si un día fueran condenados por hacer cosas equivalentes a las que hicieron los de Junts y logran su misma capacidad de coacción parlamentaria? Eso -el precedente- va a ser uno de los peores lastres de esta ley comprada con siete votos.
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Por lo que se refiere a los apaleadores de la Nochevieja, lo idóneo sería recurrir a la Ley de Seguridad Ciudadana, reformarla si hace falta, para proteger el bien último de la convivencia pacífica en la vía pública mediante sanciones administrativas. Estoy seguro de que, si a los protagonistas de estos actos de violencia simulada les hubieran salido las Uvas en Ferraz a cinco mil euros de multa por cabeza, tardaríamos mucho en volver a verles el pelo en saraos similares.
Eso requeriría, claro está, de un pacto político entre el PSOE y el PP, para exigir unos umbrales razonables de civismo en el ejercicio de los derechos de reunión y manifestación. Porque en el fondo estamos sobre todo ante una cuestión de cultura democrática que sólo se fragua mediante el consenso.
"Aunque Vox tenga una mayor contigüidad con el PP y formen mayorías en CCAA y ayuntamientos, se ha convertido en la principal arma del PSOE contra Feijóo"
Y en ese ámbito habría que inscribir una ofensiva concertada para el aislamiento político y social de Vox, mientras sus pautas de comportamiento sigan marcadas por las instigaciones a la violencia de Abascal, los papirotazos, insultos y gestos despectivos de Ortega Smith o las iniciativas para dejar de honrar el legado de Miguel Hernández.
No digo que a Bildu o a determinados sectores del separatismo catalán no haya que achacarles cosas peores, pero Vox es un partido de ámbito nacional cuya ponzoña envenena de forma cada vez más insoportable el conjunto de nuestro sistema político y mediático.
Aunque topográficamente Vox tenga una mayor contigüidad con el PP y formen mayorías en comunidades y ayuntamientos, también es cierto que en la práctica se ha convertido en la principal arma del PSOE contra Feijóo. Sin Vox el PP no gobernaría en Extremadura o en Castilla-Leon y sería difícil que lo hiciera en Valencia, Aragón, Baleares y Murcia; pero sin Vox, Sánchez no estaría en la Moncloa.
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Comprendo que plantear esto en plena batalla frontal sobre una amnistía repudiable y perniciosa pueda parecer una quimera. Pero incluso con este factor espurio sobre la mesa hay muchos más elementos sociológicos en común entre el PP y el PSOE que entre el PP y Vox.
De hecho, lo que más anhelan tanto la cúpula como las bases del PP es una rectificación en el PSOE que permita restablecer los grandes consensos constitucionales. El propósito de Vox es en cambio convertir al PP en rehén de una confrontación sin tregua ni cuartel contra la izquierda que le lleve a cometer errores como el de poner el foco en la ilegalización de partidos, cuando lo que toca es desmontar políticamente la ley de amnistía.
Mientras para algunos de los barones de Feijóo Vox es un aliado territorial importante, para los ideólogos del "muro" que pretende erigir Sánchez se ha convertido en un imprescindible cooperador necesario. Por eso el regalo que anteanoche les pedí a los Reyes Magos es un desarme bilateral del PP y el PSOE en la utilización de la ultraderecha.
"Los votos dan derecho a Vox a entrar en el Parlamento, pero su conducta debería excluirles de cualquier combinación que se fraguara en el hemiciclo"
Que uno y otro dejen de emplear a Vox como punto de apoyo, ariete, complemento o catapulta. Que se aísle a los jerifaltes de Vox de la comunidad democrática, de igual manera que los penitentes y catecúmenos de la Alta Edad Media quedaban bloqueados en el nártex sin poder acceder a las naves del templo. Los votos les dan derecho a entrar en el Parlamento, pero su conducta debería excluirles de cualquier combinación o estrategia que se fraguara en el hemiciclo.
En términos prácticos eso significaría que los gobiernos autonómicos del PP deberían cesar a cualquiera de sus miembros que no condenara la piñata de Ferraz y que el PSOE debería contribuir a la gobernabilidad en los escenarios resultantes. Por supuesto que la misma filosofía debería aplicarse a Bildu en el Pais Vasco y Navarra mientras persistan sus actuales lazos con el terrorismo que ETA practicó durante medio siglo.
Nada de eso apareció ayer por la mañana junto a mi chimenea. Ningún paquete con la "C" de concordia, civismo o consenso. Será que con lo del mar Rojo los envíos de Oriente llevan este 2024 cierto retraso. Estaré pendiente semana tras semana y si no recibo nada parecido, procuraré portarme bien y volver a pedir lo mismo el año próximo.