El pasado lunes a las 7:30, como todos los días entre semana, nuestros cuarenta y pico mil suscriptores recibieron en su correo mi Buenos Días, encabezando "El Despertador". Su texto literal era un compendio de la Carta publicada la víspera:
"En menudo callejón oscuro —eso sí, con procesiones de antorchas— se está metiendo Sánchez. Los líderes separatistas ya dan por hecha la amnistía y están convirtiendo la Diada de hoy en una gran manifestación por la independencia. Si Sánchez no les baja pronto de la nube, habrá que obligar a Sánchez a cambiar de hoja de ruta. Eso sólo lo puede hacer la opinión pública a través de una plataforma transversal en la que confluyan los dirigentes del PSOE que ya se han manifestado y políticos de todas las ideologías. Sirva como ejemplo la Platajunta Democrática del inicio de la Transición: a ver quién la revive".
A las 9:38 reprodujimos el comentario en mi cuenta de Twitter —bastante pornografía intelectual difunde ese canal como para llamarle X—, con la peculiaridad de que, en función del número de caracteres, se omitieron las dos frases finales. Quedaban, pues, como últimas palabras "habrá que obligar a Sánchez a cambiar de hoja de ruta".
A las 11:22 el número tres del PSOE, Santos Cerdán, retuiteó mi comentario y apostilló: "Directores de medios que se niegan a aceptar el resultado de las urnas y que se creen en la potestad de quitar y poner gobiernos a voluntad. Más que inquietante".
Sintaxis al margen, había tal desproporción entre esas acusaciones y su fundamento que, cuando me las enseñaron, me encogí de hombros y decidí no entrar al trapo. Ya sabía que, básicamente, a lo que se dedican en Ferraz es a poner tuits.
Sin embargo, a lo largo del día otros portavoces del partido y del propio Gobierno insistieron tanto —pública y privadamente— en transmitirme su enorme enfado, que me pareció adecuado volver a enlazar mi último videoblog, Antorchas supremacistas contra las luces de la Constitución, y la propia Carta, en la que "respetuosamente" apelaba al presidente: "Escúchenos, señor Sánchez, por ese camino, no".
Y, por si quedara algún margen para malinterpretarme, añadí un tuit final a las 18:05: "La única 'obligación' que cualquier ciudadano puede imponer a un presidente legítimo, además de las propias de su cargo, es oír a la opinión pública y obrar en consecuencia. Nos jugamos mucho para que la ambigüedad literaria de un verbo desenfoque la cuestión".
Directores de medios que se niegan a aceptar el resultado de las urnas y que se creen en la potestad de quitar y poner gobiernos a voluntad.
— Santos Cerdán León (@santicl) September 11, 2023
Más que inquietante. https://t.co/pHZiTximvh
Lo de la 'ambigüedad literaria' venía a cuento de la primera acepción del verbo 'obligar' en el Diccionario de la RAE: "Mover e impulsar a hacer o cumplir algo, compeler, ligar". Es decir, que, incluso descontextualizando la frase de marras, yo no estaba sino dando "impulso" a Sánchez para que "cumpliera" con sus públicos pronunciamientos contra la amnistía y con sus promesas de poner a Puigdemont a disposición de la justicia.
¿Tiene eso algo que ver, siquiera de refilón, con "negarse a aceptar el resultado de las urnas" y "creerse en la potestad de quitar y poner gobiernos a voluntad"?
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No hubiera detallado tan aleve escaramuza si no hubiera marcado la pauta, a modo de pequeño ensayo general o de recurrente ejecución de una treta preconcebida, de lo que le ocurrió veinticuatro horas después a José María Aznar. La reproducción completa de sus palabras en un acto de FAES, que cualquiera puede comprobar, corrobora fielmente la síntesis literal que hizo EL ESPAÑOL: "Es preciso activar todas las energías en el marco de una contienda democrática para plantar cara a un plan que quiere acabar con la Constitución".
Deducir de ello un ánimo "golpista" e incluso el preludio de un nuevo "alzamiento", como hizo a continuación la ministra portavoz Isabel Rodríguez —ojo, desde el atril del Consejo de Ministros— sólo puede responder al propósito de enterrar cualquier debate bajo la losa de la violencia verbal. De esas "palabras frenéticas" que Stefan Zweig percibía como augurio de "hechos frenéticos" en todo proceso revolucionario.
"If everybody screams, nobody hears": si todos gritan, nadie escucha. Esa es la dinámica que trata de generar el gobierno, para tapar los graves argumentos contra la ley de amnistía que exige Carles Puigdemont, apoya públicamente Yolanda Díaz y negocia en secreto Pedro Sánchez.
El Gobierno pretende que lo que importe no sea, de ninguna manera, el fondo del asunto, los argumentos jurídicos, éticos o de sentido común político, sino la bondad o maldad intrínseca de cada interlocutor, divididos por el confortable eje izquierda-derecha. Que el maniqueísmo, en el que Sánchez se mueve como pez en el agua, se imponga a todo lo demás. Ya se lo dijo Zapatero a Iñaki Gabilondo hace quince años: "Nos conviene que haya tensión".
"Moncloa necesita con urgencia una crisis en el PP. Y si no existe, habrá que fabricarla"
Y cuánto más se exagere, cuanto más se embarre el campo con descalificaciones gruesas, mejor. Aunque eso termine convirtiendo a la ministra portavoz en una de esas previsibles tertulianas que no dejan pasar la ocasión de retorcerle el pescuezo a alguien tan caricaturizable como Aznar. Si lo dice Aznar, como mínimo tiene que ser un ejercicio de "golpismo", un acto de imposición sobre Feijóo y un síntoma de las banderías en el PP.
De la intimidación gubernamental a la manipulación gubernamental: Moncloa necesita con urgencia una crisis en el PP. Y si no existe, habrá que fabricarla. Bien para facilitar el pacto con Puigdemont, bien para afrontar con mejores perspectivas una repetición electoral. No hay más que ver todos los días los enfoques sesgados de los medios del Grupo Prisa, reproducidos por la radio y televisión públicas.
[Editorial: Escalada verbal del Gobierno para acallar las voces antiamnistía]
De ahí que, para ganar esta batalla en el terreno de la opinión, sea fundamental conservar la calma. Evitar el frentismo. Repudiar cualquier nueva foto de Colón. Rechazar la dialéctica del Ángel y la Bestia. Protegerse contra la sisifemia de la obsesiva construcción de un mundo cartesiano en el que los buenos y los malos sean siempre los mismos. Apagar la radio cuando escuchemos insultos atroces contra Sánchez y los suyos y alaridos sin tasa contra la blandenguería de Feijóo, Cuca Gamarra y Bendodo.
Y, por supuesto, sacar a Vox de la ecuación. Recordar que, como bien explicó FAES, el factor determinante de que Sánchez siga en la Moncloa fue el tremendismo de Abascal —aquel "155 perpetuo" que catapultó al PSC— en la recta final de la campaña electoral.
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Esta no es una contienda a muerte, ni siquiera a primera sangre, entre el progresismo y la reacción, sino un pulso político entre los defensores de la España constitucional forjada en los consensos de la Transición y el accidentalismo egoísta de quienes anteponen los réditos de la investidura a la estabilidad del Estado y la igualdad de los ciudadanos.
De ahí que la mejor aclaración que pudiera hacer Aznar fue la que verbalizó el jueves ante Carlos Herrera: "Yo no he dicho nada que no hayan dicho muchos dirigentes del PSOE con los que coincido".
Ese es el camino. Sin la bronca y la distorsión mediática, o el Gobierno renuncia a pactar la amnistía —con ese o cualquier otro nombre— o tendrá dos graves problemas. El primero, la pérdida de la cohesión en el PSOE porque ni Sánchez ni ninguno de sus agentes es capaz de atribuir una misma motivación, y, menos aún, de índole mezquina, a personajes tan dispares como González, Guerra, Rosa Conde, Belloch, Almunia, Jáuregui, Cosculluela, Laborda, Virgilio Zapatero, Jordi Sevilla, Madina, Elena Valenciano, Jerónimo Saavedra, Rodríguez Ibarra, Lambán, Page o el filósofo Vargas-Machuca que habla hoy en EL ESPAÑOL nada menos que de "profanación" y "prostitución".
"Los ministros Bolaños y Llop celebraron —¡hace sólo dos meses!— la sentencia del Tribunal Europeo que retiraba la inmunidad a Puigdemont"
Al menos la mitad de los votantes socialistas piensan lo mismo que ellos, según las últimas encuestas. Y atención a las crecientes reticencias en el PSOE de Madrid, ya esbozadas por Lobato, o en el propio PSC, inquieto ante el riesgo de volver a perder el decisivo voto recuperado a Ciudadanos.
El segundo problema del Gobierno, todavía más grave, es el de su "falta de racor", por recurrir al argot cinematográfico. O sea, la discordancia entre las distintas escenas de lo que pretende ser una misma película. El espectador no se puede creer un relato en el que se ve a Sánchez prometiendo traer preso a Puigdemont, al Grupo Socialista negándose a admitir a trámite una ley de Amnistía por su flagrante inconstitucionalidad, a los ministros Bolaños y Llop celebrando —¡hace sólo dos meses!— la sentencia del Tribunal Europeo que retiraba la inmunidad al prófugo porque "ya está más cerca de rendir cuentas a la justicia" y poco después ver a los mismos actores negociando la Amnistía de las Siete Monedas con Yolanda Díaz como avanzadilla.
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Esas dos contradicciones del sector mayoritario del Gobierno —con los suyos, consigo mismos— son los flancos débiles en los que debemos insistir tenazmente los contrarios a nuevas concesiones que contribuyan a minar el siempre admirable y perfectible Régimen del 78. Y hoy, como hace casi medio siglo, la confluencia en lo fundamental de los muy diversos es nuestra mayor fortaleza.
Porque, no nos engañemos, de todas las palabras que escribí el pasado fin de semana, la que el lunes provocó tanta erisipela en Ferraz y en la Moncloa no fue el verbo "obligar" sino el adjetivo "transversal". Esa es la palabra maldita, la kryptonita cuyo mero sonido premonitorio al echar a rodar sobre el confortable coto de caza de la polarización, no digamos su visualización con caras y ojos, nombres y apellidos, aterra al Superman de las izquierdas.
Sánchez ha demostrado una y otra vez que posee poderes extraordinarios para doblegar a la unión de lo que él llama "la derecha extrema y la extrema derecha" pero, como en el caso del superhéroe de DC Comics, esos poderes se debilitan como por ensalmo cuando se enfrenta a una conjunción del racionalismo, la moderación y la concordia constitucional procedente de diversos afluentes.
"Esta es mi receta: una plataforma transversal para una protesta transversal en defensa de una Constitución transversal"
Lo siento, compañeros de la Moncloa y de Ferraz, pero esta es mi receta: una plataforma transversal para una convocatoria transversal de una protesta transversal en defensa de unos valores transversales plasmados en una Constitución transversal. Con t de tirios, con t de troyanos. El apoyo de Alfonso Guerra a la manifestación de Sociedad Civil Catalana del 8 de octubre en Barcelona supone, por eso, un punto de inflexión extraordinario.
Y cuanto más evoquen los mamporreros de guardia mi largo antagonismo con el ex vicepresidente o con el propio Felipe González, mejor. Más pondrán de relieve la excepcionalidad, la gravedad, la pluralidad, la transversalidad… el idealismo de esta causa.
Puedo parecer ingenuo, pero estoy convencido de que si prosigue la acumulación de fuerzas en esta dirección —y para eso es esencial que el PP mida sus palabras desdeñando el dial del fanatismo—, Sánchez terminará dándose cuenta de que lo menos inconveniente para él será la repetición electoral. El movimiento de tierras a lo largo de esta semana ha sido tan intenso que el domingo pasado yo habría atribuido un 10% de probabilidad a esta deriva y hoy no me bajaría del fifty-fifty.
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Pese al respaldo obtenido al "no pasarán" de su briosa campaña electoral, con la impagable complicidad de Vox como aguerrido espantapájaros, Sánchez vuelve a ver como su base social mengua bajo sus pies, mientras Puigdemont no hace sino subir el listón de las exigencias y afrentas.
No es una tendencia aun irreversible, pero el desafío intelectual de presentar a Aznar como "golpista" para proteger a los hombres de Estado del procés, justificar la expulsión de Nicolás Redondo Terreros por su "menosprecio a las siglas del partido" o desacreditar a González cuando recuerda que a él no se le ocurrió expulsar a Nicolás Redondo Urbieta cuando le montó una huelga general, es una tarea que excede con creces las limitadas capacidades de los equipos de Moncloa y no digamos de Ferraz.
Si Zapatero todavía conserva su reservorio de talante, debería aconsejar a Sánchez que aborte con urgencia esta deriva, pues la vitola de "autócrata" que, en justa correspondencia, le endilgó el antecesor de ambos está calando muy rápidamente en la sociedad.
"¿Podrán algún día no lejano volver a la colaboración y la concordia los que con tanta saña se vituperan desde hace ya unos cuantos años?"
Comprendo que el silencio impuesto por Sánchez a sus alfiles y peones en relación con la amnistía irrite transversalmente a la mayoría de mis colegas, castigados a recibir respuestas que nada tienen que ver con sus preguntas. Pero es lo más inteligente que puede hacer el presidente mientras deshoja la margarita.
Si piensa en el coste de la investidura, casi tendría que lanzar una moneda al aire. Si piensa en el coste de la gobernabilidad, en su futuro a medio plazo y sobre todo en el porvenir del PSOE, votaremos el 14 de enero.
¿Y después de eso qué? Más transversalidad, gane quien gane, porque nuestro Estado constitucional está diseñado sobre el carácter ineludible de algunos consensos y ahí está el elocuente ejemplo del Poder Judicial, irresponsablemente abandonado a su suerte.
¿Podrán algún día no lejano volver a la colaboración y la concordia —o al menos a los grandes pactos de Estado— los que con tanta saña se vituperan desde hace ya unos cuantos años? Se trataría, en feliz metáfora del expresidente de RTVE Pérez Tornero, de "sacar la política del córner" en el que unos y otros no dejan de darse patadas y volver a jugar en todo el campo.
Como invitación a la esperanza, me quedo con la sabia reflexión de una persona con trabajado carné del PSOE, singular envergadura moral y probada lealtad a Pedro Sánchez: "Si estamos dispuestos a olvidar lo que Puigdemont y los demás nos hicieron a todos en 2017, no debería ser tan difícil olvidar lo que el PP ha estado diciendo de nosotros".