El paradójico título de mi Carta del domingo electoral –Ganará Feijóo, decidirá Sánchez- es ya una conflictiva realidad. Basta ver la desolación del vencedor, la euforia del derrotado, el estupor del ciudadano medio obligado a mirar a Waterloo y la ceguera mediática al no percibir que sólo se ha celebrado la primera vuelta de una elección que tendrá segunda.
Por supuesto que el decaimiento del PP es el resultado de una nefasta gestión de las expectativas que recuerda el ejemplo clásico del senador Muskie que en 1972 esperaba arrasar en las primarias de New Hampshire, superando en los sondeos el 40% de los votos. Cuando ganó con claridad, pero sin llegar a ese listón, se vino abajo y anunció entre lágrimas en medio de la nieve, que se retiraba de la lucha por la nominación demócrata.
Aquí no se trata esencialmente de eso, sino de la esterilidad de un triunfo que en sí mismo debería haber marcado un hito en la historia de nuestra democracia, pues es la segunda vez en casi medio siglo que un líder de la oposición le gana a un presidente del Gobierno. Y con unos miles de votos y un escaño más de margen de los que Aznar le sacó a González en el 96.
La diferencia es que aquella que yo mismo bauticé como "amarga victoria" abría un camino hacia la investidura que Aznar transitó con determinación, pactando con un PNV sin la sombra de Bildu en el cogote y una Convergencia i Unió instalada en el pragmatismo.
Ahora nada de eso es posible. Fundamentalmente por la bomba mefítica que el PP lleva adosada en el sidecar y de la que Feijóo no ha sido capaz de desprenderse durante la campaña.
Narciso Michavila ha contribuido notablemente a confundir al candidato, a hacerle creer que no necesitaba dar ningún paso adicional para llegar a la mayoría suficiente. Y es de justicia reconocer -o más bien admirar- el brío, la pasión política y la capacidad de levantarse de la lona de Pedro Sánchez. Pero si Feijóo no va a llegar a la Moncloa, al menos a la primera, no es por lo uno ni por lo otro, sino por lo mal que huele Vox.
Y quiero subrayarlo: no es tanto el miedo a Vox lo que ha ido movilizando día a día a la mayoría de los indecisos que se han terminado decantando en favor de Sánchez, hasta darle 25 escaños más del tope en que le situaban los sondeos, sino la repulsión que producen los dirigentes de Vox. Por sus trazas, por sus dichos, por sus hechos.
"Muchos percibíamos que Vox iba a contaminar con su olor a naftalina el cambio sereno hacia un proyecto reformista, transversal y modernizador"
Sólo una minoría poco informada sentía el riesgo de que Vox determinara, desde dentro o desde fuera, las políticas esenciales de un gobierno de Feijóo. Bastaba conocer la trayectoria del líder del PP y su firmeza de carácter para saber que no iba a abdicar de su autonomismo, su europeísmo o su beligerancia contra la violencia de género y el cambio climático.
Pero éramos muchos los que sí percibíamos que Vox iba a contaminar con su olor a testosterona, sobaco y naftalina, con su estética reaccionaria, con su tono altisonante y sus modales tabernarios el cambio sereno hacia un proyecto reformista, plural, transversal y modernizador.
[Michavila hace bueno a Tezanos: arrastró al PP creando unas expectativas que condicionaron el 23-J]
Por eso Feijóo dijo en EL ESPAÑOL que Vox no era un "buen socio", que crearía "tensiones innecesarias" y que sus ideólogos le "intranquilizaban". Por eso ofreció a Sánchez el acuerdo que le habría librado de Abascal en una investidura que ya veía poco menos que ganada.
Ni lo uno ni lo otro fue suficiente porque los pactos previos en la Comunidad Valenciana y Extremadura le restaban mucho crédito y le obligaban a ser más contundente. Feijóo se quedó corto al no repudiar y descartar expresamente a Vox.
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"Todo cambió cuando Vox se convirtió en el eje de la campaña, fue nuestra tabla de salvación", me explicaba el otro día un ministro que redobló sus intervenciones en los mítines. Y, según su experiencia, la apelación del PSOE que más caló durante la campaña fue el "¿Pero de dónde los sacan?", referido al desfile de extravagantes personajes de sainete que Vox fue desplegando como portavoces, ediles, aspirantes a consejerías o presidentes de parlamentos autonómicos.
Empezando por el falangista Buxadé del ordeno y mando; siguiendo por los botarates que se dedicaron a quitar lonas, censurar obras de teatro y repintar bancos como declaración de intenciones; y terminando por el propio Abascal, cuya actitud durante la campaña -debate a tres incluido- fue, como bien le retrató una de nuestras columnas, la de aquel Martínez "El Facha" creado por el dibujante Kim a comienzo de la Transición.
Sólo en ese registro cabe encuadrar su augurio de que el triunfo de la derecha acarrearía en Cataluña una situación "peor que la del 17" y una suspensión permanente de la autonomía. Eso fue lo que disparó al PSC y frenó el resurgir del PP catalán, pese a los múltiples viajes de Feijóo con el "bilingüismo cordial" por bandera.
"Feijóo tuvo la oportunidad de romper la regla de tres que pesaba sobre él -el PP es a Vox, lo que el PSOE a Podemos, ERC y Bildu-, que le habría llevado a Moncloa"
Con Vox no caben medias tintas. Igual que con los herederos del comunismo en la Europa del Este. Los cuarenta años de dictadura inspirada en el fascismo han tenido un efecto vacuna contra la extrema derecha y el autoritarismo. La historia siempre deja secuelas. Y por injustas que parezcan, las mayores tragaderas de la sociedad española con la extrema izquierda y el separatismo no dejan de ser parte de la realidad.
Feijóo tuvo la gran oportunidad de romper la regla de tres que pesaba sobre él -el PP es a Vox, lo que el PSOE a Podemos, Esquerra y Bildu- y obtener una ventaja competitiva que le habría llevado a la Moncloa. Yo la definí en mi Carta del 22 de enero de este año: "Consistiría en adquirir el compromiso formal de no dar entrada en el gobierno de ninguna autonomía, capital de provincia o ciudad de más de cien mil habitantes a ningún representante de Vox".
['Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis' de la caída de Vox: Buxadé, Hoces, Ariza, y Méndez-Monasterio]
Aunque no podíamos imaginar que su concatenación fuera tan inmediata y fulminante, en el momento de publicar esas líneas todos éramos conscientes de que el escrutinio del 28-M precedería a las generales. Por eso añadí: "Si esa noche se abrieran oportunidades contrarias a tal estrategia en lugares como la Comunidad Valenciana, Castilla la Mancha o Extremadura, valdría la pena renunciar a ellas en el corto plazo y apostar por repetir las elecciones o condenar al PSOE a gobernar en minoría, a la espera de una clarificación definitiva en las generales en diciembre".
Ya me advirtieron entonces desde Génova que Feijóo sólo tendría autoridad para imponer una restricción así a sus barones cuando llegara a la Moncloa. Era la pescadilla que se mordía la cola.
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Cuando el PP consiguió con gran mérito que en dos de esas tres comunidades le salieran los números con Vox, ni siquiera se planteó resistir la tentación de hacerse con el poder, dando asientos a los extremistas. En Valencia con la precipitación de los hechos consumados. En Extremadura mediante la embarullada rectificación de la patética María Guardiola.
El debate de si todo esto pudo aplazarse hasta después del 23-J, como ha hecho el PSOE en Navarra para que no volviera a aflorar su entendimiento con Bildu, es ya extemporáneo. Como bien dice hoy en EL ESPAÑOL Carlos Mazón, ahora lo único que cuenta es lo que haga su gobierno. Y hay que reconocer que con la solvente feminista Susana Camarero como vicepresidenta de Igualdad, la ex de Ciudadanos Ruth Merino como portavoz y consellera de Economía y la respetada directiva hotelera Nuria Montes en Turismo las expectativas son muy altas.
Por recurrir al argot del otro vicepresidente, Vox tendrá sólo banderilleros en esa cuadrilla y quien sabe si Mazón logrará fagocitarlos, como Zaplana hizo en su primera legislatura con Unió Valenciana.
Ese es uno de los dos caminos que debe combinar el PP: asimilar a los asimilables, reabsorber a los no recalcitrantes que salieron de su seno, apelar a la reflexión de los votantes; pero a la vez enfrentarse frontalmente con la dirigencia de Vox, como acaba de hacer Juanma Moreno en el parlamento andaluz. Y desde luego no ceder a sus pretensiones ni en Aragón, ni en Murcia.
"El PSOE va a preferir intentar la investidura de Sánchez con esos peligrosos socios a cualquier pacto de Estado o gobierno de coalición"
Repetir las elecciones en cualquier autonomía, serviría para pasarles a los mandos de Vox la factura por los servicios prestados a la continuidad de Sánchez en la Moncloa. Y no digamos si su obstinación al exigir sillones perpetuara a gobiernos de izquierdas en minoría. No cabría mejor escenario para el PP de cara a la segunda vuelta de las generales y tiempo habría después de reponer el equilibrio electoral mediante mociones de censura.
Porque las tres premisas sobre las que debe trabajar hoy el PP y cuantos deseen que Puigdemont, Junqueras y Otegi no condicionen el futuro de España son:
1) Que, incluso después de perder el estratégico escaño 172, el PSOE va a preferir intentar la investidura de Sánchez con esos peligrosos socios a cualquier pacto de Estado o gobierno de coalición como el que propugna EL ESPAÑOL, apoyándose en los agravios sufridos durante la campaña, como si no hubieran sido recíprocos.
2) Que tanto si Sánchez fracasa en su empeño -porque el precio resulte inasumible- como si lo logra, estamos abocados a unas nuevas elecciones generales en un plazo de entre cinco y veinte meses ya que el verdadero problema no será la investidura sino la gobernabilidad con una coalición tan heterogénea y 172 diputados, el Senado y los consejos interterritoriales en contra.
3) Que sólo con un compromiso expreso de Feijóo de dejar a Vox fuera del Gobierno, sea cual sea el resultado de los nuevos comicios -esta precisión es esencial-, podrá el PP disipar la nube tóxica de miedo y aversión que ha ido sacando de sus casas a cada votante de izquierdas.
[Editorial: Sin pacto PP-PSOE no habrá gobierno viable]
Si quiere llegar a la meta, Feijóo debe romper el imaginario sidecar en el que ha conseguido instalarse Abascal y arrojarlo a la cuneta. Para eso no es suficiente el brindis al sol de que preferiría pactar con el PSOE. Hace falta un órdago expreso: antes que gobernar con Vox, me vuelvo con Eva a Galicia.
Lo hecho, hecho está y sólo el tiempo podrá ayudar a deshacerlo. Pero mientras Vox no abandone el machismo, la xenofobia, el centralismo y el negacionismo climático, de igual manera que el PCE abandonó el leninismo y el PSOE el marxismo, el PP debe declararlo socio non grato. Sólo la exclusión previa de Vox de cualquier nueva combinación de Gobierno, dejará al PSOE sin excusa para eludir sus obligaciones como partido de Estado.
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Comparto al cien por cien la reflexión de FAES, en el sentido de que "ninguno de los errores e insuficiencias que quieran advertirse en la campaña del PP pueden igualar en sus efectos al papel desempeñado por Vox", al haber "representado lo que los socialistas querían difundir".
Aznar tiene especial autoridad para decirlo porque, al atraer todo el voto a la derecha del PSOE, logró llegar al poder en 1996 y conquistar la mayoría absoluta en 2000. Fue Rajoy en su famoso mitin de Elche de 2008 quien, fustigando la disidencia –"Que se vayan al partido conservador o al partido liberal"- alentó la fragmentación de la alternativa y el nacimiento de Vox y Ciudadanos.
"Con Vox por encima del 10%, Sánchez seguirá en la Moncloa. Con Vox por debajo del 8%, Feijóo llegará en solitario a la Moncloa"
Queda por ver si los que han votado a Vox, los que han jaleado a Vox desde los medios ultras y los que han pactado con Vox en ayuntamientos y comunidades han aprendido la lección. De eso dependerá el resultado de la segunda vuelta de estas elecciones, sea cual sea su fecha. Con Vox por encima del 10%, Sánchez seguirá en la Moncloa. Con Vox por debajo del 8%, Feijóo llegará en solitario a la Moncloa.
Aunque siempre quedará un núcleo menguante de fanáticos irreductibles, supongo que gran parte de los que se han dejado llevar por un patriotismo demasiado ardoroso, por el apego a valores tradicionales o por el odio visceral a Sánchez reaccionarán y no volverán a permitir que su voto contribuya a provocar un clamoroso gol en propia meta como el del 23-J.
Pero, cuidado: en las historietas de El Jueves, junto a Martínez "El Facha", siempre aparecía el "señor Morales", líder fáctico del grupo ultra, al que Kim definió como "uno que iba a aprovecharse de la ocasión, llenándose los bolsillos".
Son los más peligrosos, los voxeros de conveniencia, a veces voxeros de quita y pon, que han hecho de su radicalismo un modus vivendi y esta misma semana han vuelto a demostrar que contra Sánchez viven mejor. O, por ser más exactos, que insultando a Sánchez y a los dirigentes del PP que no insulten a Sánchez es como viven a sus anchas, cobrando por adelantado la profecía del Apocalipsis.
Por fortuna, Feijóo no es el senador Muskie ni en España cae nieve alguna que justifique la retirada de un claro vencedor, pese a haber quedado por debajo de los pronósticos en una primera vuelta electoral.