En la primavera de 1887, Nellie Bly recorrió las redacciones de Nueva York en busca de un trabajo como reportera. Sólo le ofrecían lo que no quería: escribir de moda, asuntos domésticos y cotilleos. El director del World editado por Pulitzer, John Cockerill, le dijo que “para lo que están preparadas” las mujeres era “tan limitado que un hombre es mucho más útil”.
Ese septiembre la veinteañera se volvió a plantar en la redacción del World y no desistió hasta ver otra vez al director que llamaban “coronel” y que era famoso por haber disparado en su despacho a un abogado que estaba investigando.
Bly propuso hacer un viaje a Europa camuflada entre los inmigrantes que sufrían las peores condiciones en los transatlánticos. El director aceptó pensarlo y consultarlo con Pulitzer. El editor no se atrevió, pero el World le sugirió otra idea a Bly: hacerse pasar por una mujer desequilibrada para que la internaran en un manicomio de la ciudad donde se creía que había maltratos a mujeres. La joven aceptó, aunque preguntó dudosa cómo la sacarían de allí. El director contestó: “I don’t know. Only get in” ("No lo sé, sólo entra").
Bly salió y aquel octubre logró el primer gran éxito periodístico de su vida con las crónicas de sus diez días de incógnito. Pulitzer dijo después que la periodista era “muy brillante” y “muy intrépida”.
Así se coló en un periodismo donde sólo había hombres. Aun así, el año siguiente, cuando fue a proponer a sus editores dar la vuelta al mundo e intentar batir los 80 días de Phileas Fogg, el gerente del periódico casi se rió de ella. Ningún periódico correría el riesgo de mandar a una mujer sin acompañante por el mundo. Y ninguna mujer sería capaz de hacer algo así de rápido por la docena de baúles que tendría que llevar. “Es algo imposible para ti”, le dijo.
El 14 de noviembre de 1889, a las diez menos cuarto de la mañana, Nelly Bly zarpó en el Augusta Victoria desde Hoboken, enfrente de Manhattan, para dar la vuelta al mundo. Sola. Con una bolsa de viaje muy ligera y un único vestido. Setenta y dos días, seis horas, 11 minutos y seis segundos después, volvió a pisar New Jersey y completó su viaje. Batió el récord y a su rival, que trataba de dar la vuelta en dirección opuesta. Su competidora era otra mujer periodista, Elizabeth Bisland.
Nelly Bly nació una semana como ésta de 1864. Unos días antes había pensado en ella. Di una charla debajo de la vidriera que adornaba la fachada del World y que hoy cuelga en la sala donde se dan los premios Pulitzer, en la facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia. Mis colegas en la mesa eran todas mujeres, todas reporteras políticas.
La perseverancia de Nellie Bly muy probablemente cambió la prensa neoyorquina y de ahí la del resto del mundo. Su ejemplo fue y sigue siendo una motivación para los que no se desaniman, para quienes creen que lo imposible es sólo una excusa, para los intrépidos. A veces cuesta más. Pero a menudo el éxito está tan cerca como una palabra más, una idea más. Basta una bolsa de viaje muy ligera.