Además de la reducción en la emisión de gases a todos los niveles, investigadores de todo el mundo se encuentran trabajando en buscar formas de frenar el calentamiento global que el planeta sufre desde hace décadas. Desde un flota de burbujas espaciales del tamaño de Brasil hasta sombrillas atadas a asteroides como los programas a mayor escala, pero existen otros que se pueden realizar en la superficie de la Tierra y no requieren de grandes despliegues espaciales.
Dentro de esta última categoría se encuentra un proyecto que pretende emitir aerosoles a la atmósfera para que las nubes brillen más y se reduzca la cantidad de radiación que llega hasta la superficie. En ello están trabajando un grupo de científicos de la Universidad de Washington, que cuentan con sus instalaciones a bordo de un portaviones retirado desde donde realizan algunos de los experimentos.
Hace escasos días, se realizó el primer encendido de un cañón de partículas muy específico y nada relacionado con la guerra naval. El objetivo de esta prueba era comprobar si la máquina que tardó varios años en crearse podía rociar consistentemente aerosoles de agua marina del tamaño correcto y al aire libre, tal y como recoge The New York Times.
"Cada año tenemos récords de cambio climático, temperaturas récord y olas de calor, esto impulsa salir a buscar más alternativas", ha declarado Robert Wood, científico principal del equipo de la Universidad de Washington que dirige el proyecto de iluminación de nubes en entornos marinos. "Incluso aquellos que alguna vez pudieron haber sido realmente extremos".
Este cambio climático está dejando este 2024 como un año de récords. La Tierra experimentó una temperatura media de 14,14 grados centígrados que suponen 0,73 grados más respecto al periodo de referencia que va desde 1990 a 2020. En España, en cambio, este incremento ha sido de 0,6 grados y sitúa al país por debajo de la media de subidas en el mundo.
Cañones de nubes brillantes
La primera vez que se planteó una idea parecida fue en 1990. El físico británico John Latham publicó una carta en la revista científica Nature abriendo la posibilidad de inyectar pequeñas partículas en las nubes para que éstas sean más brillantes y así frenar el ascenso de las temperaturas.
La propuesta de Latham, según recoge el mismo NYT, planteaba una estrategia mundial a gran escala que incluía la creación de una flota de 1.000 veleros no tripulados para recorrer los océanos de todo el mundo mientras rociaban continuamente pequeñas gotas de agua de mar en el aire. El fin era exactamente el mismo de desviar el calor solar de vuelta al espacio, empleando la reflectividad de la sal marina como espejo a gran escala.
Este sistema se sustenta desde el prisma científico por el conocido como efecto Twomey consistente en que una gran cantidad de gotas pequeñas reflejan más la luz solar que una pequeña cantidad de gotas grandes. "Si podemos aumentar la reflectividad aproximadamente un 3%, el enfriamiento equilibrará el calentamiento global causado por el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera", explicó Latham a la BBC. "Nuestro plan ofrece la posibilidad de ganar tiempo".
En otra línea diferente a la tesis del físico británico, Bill Gates, fundador de Microsoft, financió en 2006 el comienzo de un programa en Estados Unidos con el fin de llevarlo a la práctica. Uno de los primeros participantes fue un ingeniero jubilado que había trabajado en Xerox, donde había ideado un sistema para producir y rociar partículas de tinta para fotocopiadoras.
Ese conocimiento, en una rama totalmente diferente, sirvió como base para el cañón de aerosoles que están probando en la actualidad. "Las partículas que son demasiado pequeñas no tendrían ningún efecto", dijo Jessica Medrado, científica investigadora que trabaja en el proyecto de la Universidad de Washington. "Si son demasiado grandes, podría producir el efecto contrario". El tamaño idea está en el orden de las partículas submicrónicas de aproximadamente 700 veces más pequeñas que el grosor de un cabello humano.
El equipo científico trabajó en adaptar el sistema de las fotocopiadoras para sus necesidades y finalmente encontró una solución basada en empujar aire a muy alta presión a través de una serie de boquillas. De esta forma, podían crear suficiente fuerza para romper los cristales de salta en partículas extremadamente pequeñas del tamaño justo.
Junto al pulverizador que acaban de probar por primera vez en la cubierta de un portaviones estadounidense, los científicos colocaron un contenedor marítimo estándar que alberga un par de compresores, que son los que alimentan al rociador mediante una manguera negra. Tras realizar correctamente el encendido, la máquina comienza a coger aire de los compresores y el agua marina, mezclándolos y expulsando el compuesto hacia los sensores convenientemente dispuestos.
El objetivo de este primer encendido fue determinar si los aerosoles que salían de la máquina mantenían ese tamaño mientras transcurrían por el aire en diferentes condiciones de viento y humedad. "Se necesitarán meses para analizar los resultados", indicó Robert Wood. "Pero las respuestas podrían determinar si el brillo de las nubes marinas funcionaría y cómo lo haría".
Estados Unidos no es el único país en el que este tipo de programas han ganado peso y popularidad en los últimos años. Australia es otra de las grandes naciones que ha apostado por darle más brillos a las nubes marinas para paliar la radiación solar.
Escepticismo y consecuencias
El hecho de interferir a gran escala —o, por lo menos, intentarlo— en el clima mundial siempre despierta cierto reparo cuando no un frontal rechazo. David Santillo, científico de Greenpeace International, apuesta por una visión escéptica ante las propuestas de modificar a conveniencia la radiación solar. "Si el brillo de las nubes marinas es utilizada a una escala que pudiera enfriar el planeta, las consecuencias serían difíciles de predecir, o incluso medir".
"Bien podrían estar cambiando los patrones climáticos, no sólo sobre el mar, sino también sobre la tierra", dijo al mismo medio. "Esta es una visión aterradora del futuro que deberíamos intentar evitar a toda costa".
"Espero, y creo que todos mis colegas esperan, que nunca usemos estas cosas, que nunca tengamos que hacerlo", comentó Sarah Doherty, científica atmosférica de la Universidad de Washington y directora del programa que busca dar brillo a las nubes marinas. Doherty reconoce que existe la posibilidad de que se produzcan efectos secundarios que aún deben estudiarse, incluidos los cambios en los patrones de circulación oceánica y las temperaturas, que podrían perjudicar a la pesca.
El cambio en el brillo de las nubes también podría alterar los patrones de precipitaciones en un lugar y aumentarlos en otros. "Pero es vital descubrir si tales tecnologías podrían funcionar y cómo en caso de que la sociedad lo necesite".