Mientras en España investigamos sobre los motores de plasma para viajes de interplanetarios, Estados Unidos, Rusia y otras potencias mundiales están inmersos en una auténtica carrera sobre quién tiene el mayor poder en el espacio. Al igual que lo acaecido en la carrera espacial, la Unión Soviética llevó la voz cantante en los primeros compases de la guerra en el espacio. Años en los que Estados Unidos se encontraba en una incómoda zaga que solo superó al ser el primero en poner un pie en la Luna.
Porque Rusia sigue siendo, a día de hoy, uno de los países que más invierte en todo lo relacionado con el espacio y está consiguiendo muchos avances en la ya abiertamente denominada 'guerra espacial'. Estados Unidos tiene conformada una prometedora fuerza aérea espacial -no son los únicos- y ha enviado varios equipos de la mano de SpaceX para ir tomando posiciones. Mientras, desde Moscú están inmersos en un programa mucho menos mediático que el americano y llevan varios años con capacidad militar probada para derribar satélites amigos, enemigos o cualquier otro vehículo que no sea de su agrado y viaje por el cosmos.
El último de estos movimientos lo han llevado a cabo hace pocas semanas cuando probaron un arma capaz de destruir satélites en órbita. Una auténtica declaración de intenciones que le ha supuesto al Kremlin una pequeña crisis diplomática de las que ya estamos un poco acostumbrados. Pero Rusia y Estados Unidos, aunque conforman el núcleo histórico, no son los únicos en tener programas de misiles antisatélites más o menos avanzados.
India y China han obtenido una especial relevancia en los últimos años y otros como Israel vienen pujantes en busca de hacerse un hueco en esta guerra espacial. Todos ellos poseen programas de armas antisatélites pero solo algunos han podido ponerlos a prueba de forma exitosa.
Misiles contra satélites
Los programas de misiles dedicados a derribar satélites arrancaron de la mano de la Guerra Fría. Los dos países con más poder militar de aquellos tiempos pugnaban por ser los primeros en conseguir poner un pie en la Luna y las tensiones iban in crescendo a medida que pasaban los meses. Los satélites fueron precursores de las misiones tripuladas y tenían un papel fundamental en el desarrollo del espionaje moderno, las comunicaciones globales e incluso a finales de los 60 se empezaba a cocer todo lo relacionado con el geoposicionamiento militar. Y suponían un plato demasiado jugoso como para que la posibilidad de destruirlos pasase desapercibida a los estrategas de ambas naciones.
En 1958 y tras varias pruebas malogradas con misiles acoplados a un Boeing B-47, Estados Unidos incorporó una etapa más al misil Bold Orion y consiguió resultados satisfactorios, aunque no plenos. El artefacto, disparado a bordo del mismo modelo de avión a 10.700 metros, pasó a tan solo 6,4 kilómetros del satélite Explorer VI. Una distancia considerablemente pequeña y letal si se hubiera empleado una carga nuclear en vez de una ojiva estándar.
Tanto el Bold Orion como el High Virgo -otro proyecto llevado a cabo por Estados Unidos- se consideran desde el punto de vista militar Air Launch Ballistic Missile (ALBM o Misiles Balísticos Lanzados desde el Aire) y fueron las apuestas primigenias para 'derribar' satélites. Este segundo programa tuvo como protagonista al avión bombardero Convair B-58 Hustler y fracasó poco después del primer intento al perderse la comunicación y la fuente imagen de la cámara instalada a bordo del misil.
En el ejército de Estados Unidos no conocieron las 'propiedades' de las explosiones nucleares hasta las pruebas realizas en el océano Pacífico bien entrados los años 50, en las que reventaron, literalmente, varios atolones dejándolos fuertemente contaminados e inservibles para la vida humana. Tras la explosión de una bomba nuclear, se dieron cuenta de que el pulso electromagnético -del que se resguarda Trump en el avión del juicio final- dañó tres satélites de comunicaciones en órbita y dejó inutilizados varios equipos electrónicos.
Lo aprendido en estas pruebas resultó en una cadencia de programas de misiles antisatélite planteados para lanzarse desde tierra como si de cohetes se trataran. Además, consideraron integrar cabezas termonucleares para hacer todavía más efectivo el lanzamiento. El primero de estos programas fue el denominado 505 que empleaba misiles Thor con base de lanzamiento en Reino Unido. Poco tiempo después se sumó el Programa 437 que se mantuvo operativo en una pequeña isla del Pacífico hasta 1975. A partir de ese año, tanto el programa 505 como el 537 fueron clausurados. Aunque invirtieron mucho, los estadounidenses consideraron que los proyectos no presentaban una especial relevancia a nivel militar; hasta que la inteligencia del país descubrió que la todavía pujante Unión Soviética tenía un programa exitoso de misiles antisatélite.
En ese momento, año 1982, Estados Unidos desarrolló su particular misil capaz de lanzarse desde un caza F-15 modificado. El único momento de gloria que consiguieron ocurrió en 1985 cuando un misil impactó contra un satélite del país norteamericano. El programa fue cancelado en 1988 y, sin mucho más donde rascar, llegamos casi a la actualidad. En 2008 Estados Unidos destruyó otro satélite espía utilizando un misil lanzado desde un barco de la Marina. Siendo el método 'de cabecera' de EEUU en la actualidad, o al menos el más reciente que se conoce de forma oficial.
Ahora sí, pasamos a la Unión Soviética como el otro pilar histórico de la industria de los misiles antisatélite. Sus primeros proyectos sobre el tema son prácticamente coetáneos a Estados Unidos aunque la estrategia ha sido, a lo largo de los años, diferente. La primera aproximación -oficial- de la URSS tuvo lugar de la mano del que fuera presidente del Consejo de Ministros en 1960 Nikita Khrushcev, que dio luz verde al proyecto Istrebitel Sputniko (Destructor de Satélites, en la traducción literal) con el misil UR-200 como apuesta.
El funcionamiento del sistema ideado se aproximaba al objetivo y, cuando estaba lo suficientemente cerca, hacía explotar una ojiva de metralla para dejar al satélite fuera de juego. Todo ello en un tiempo que iba desde los 90 a los 200 minutos desde el lanzamiento. El misil UR-200 tuvo varios problemas en el desarrollo provocando que encadenara varios retrasos y los mandos del ejército soviético optaron por aparcar este proyecto para apoyar a otro modelo de misiles.
Los R-36, como así se denominaban, obtuvieron buenos resultados y se realizaron 23 lanzamientos como parte del programa Istrebitel Sputniko (IS). Del mismo modo que pasó casi durante toda la década de los 50 y 60, los soviéticos encabezaban la carrera espacial. Esta vez la de destruir un satélite con un misil. Ocurrió en 1970 y, con 32 impactos recibidos capaces de penetrar 100 mm de blindaje, los soviéticos destruyeron el primer satélite de la historia. El programa IS se clausuró en 1983 al tiempo que Estados Unidos reanudaba, a toda máquina, su programa antisatélites.
Tanto la URSS como EEUU tuvieron varios proyectos paralelos empleando tecnologías novedosas. Según declaraciones del Pentágono en 1984, la Unión Soviética habría "cegado" varios satélites espía estadounidenses durante los años 70 y 80 empleando emisores láser desde complejos militares en tierra firme. A principios de los años 80, la URSS también trabajó en una adaptación del caza Mikoyan MiG-31 llamada MiG-31D para equiparlo con un misil capaz de alcanzar satélites. Un programa, muy similar al que Estados Unidos realizó con el F-15, que parece estar vigente con un nuevo tipo de arma y que podría haber desatado la última crisis diplomática de Rusia frente a EEUU y Reino Unido de hace unas semanas.
Los 'novatos' más fuertes
China, como una de las potencias mundiales surgidas en las décadas más recientes, no iba a ceder un milímetro en esta particular guerra espacial. En 2007 consiguieron destruir un satélite meteorológico empleando un misil DF-21 modificado y propulsado por dos etapas. Este movimiento puso a China en el mapa de los misiles antisatélite y Estados Unidos miró con recelo al país oriental. El lanzamiento de 2007 supuso la primera interceptación -al menos oficialmente- desde que el Douglas F-15 referenciado algunos párrafos más arriba destruyó el satélite en 1985.
A partir de ese momento, y siempre tomando a las diferentes agencias de inteligencia de Estados Unidos como referencia, China ha ido 'disfrazando' de lanzamientos científicos algunas pruebas militares antisatélite.
Pasamos entonces a India como otro de los países que han emergido con más fuerza en el sector aeroespacial en los últimos años. Oficialmente, el programa indio dio el pistoletazo de salida hace tan solo 8 años con el Indian Ballistic Missile Defence Programme. Ya en 2019, India llevó a cabo la misión Shakti, en la que un interceptor impactó contra un satélite en la órbita baja de la tierra. Las reacciones no tardaron en aparecer, aunque en este caso advirtiendo de los peligros de los restos de las explosiones, que pueden campar libremente por el espacio sin una órbita asignada o incluso caer descontrolados a la Tierra.
Tras el éxito de la misión, Rusia invitó a India a que se uniera a la alianza de no proliferación de armas en el espacio que actualmente componen la propia Rusia junto a China.
El póquer de países con capacidad para mandar un misil contra un satélite lo completa Israel. Ser una de las naciones con mayor industria militar y de seguridad del mundo también acarrea tener la posibilidad de derribar uno de estos aparatos espaciales. Aunque no se ha puesto en práctica, la Israel Space Agency (Agencia Espacial de Israel) afirma que sus misiles interceptores Arrow 3, en los que Estados Unidos lleva invirtiendo con centenares de millones de dólares desde 2008, son capaces de realizar esta tarea.
La guerra espacial que viene
Aunque el concepto 'guerra espacial' pueda parecer sacado de cualquier película de George Lucas, Estados Unidos ya cuenta con un Comando Espacial alimentado por un presupuesto multimillonario. Echando un vistazo a la asignación del gobierno liderado por Donald Trump, nos encontramos con un montante de 15.400 millones de dólares para el año 2021, que contrastan con los 'escasos' 40 millones de este 2020.
De ellos, algo más de 10.000 millones irán directos al departamento de investigación y desarrollo como parte de un proyecto a medio y largo plazo. Los planes del U.S. Space Command (Comando Espacial de Estados Unidos, en español) son los de crear un ejército completo bajo el paraguas del Departamento de Defensa del país con el que "realizar operaciones en, desde y hacia el espacio para disuadir conflictos y, si es necesario, vencer la agresión, proporcionar el poder de combate espacial [a la fuerza Conjunta/Combinada] y defender los intereses vitales de los Estados Unidos con aliados y socios", según reza la página web oficial del Comando.
Informaciones que por seguro ya han recogido en Rusia y China. En este caso ambas naciones no coinciden. Mientras China se ha posicionado totalmente en contra del Comando Espacial de Estados Unidos, Rusia mira de reojo pretendiendo pasar lo más desapercibida posible.
Cuando el vicepresidente de Estados Unidos Mike Pence anunció en 2018 la creación de la Fuerza Espacial el mundo se dividió en dos: los que lo veían como una idea loca y los que temieron inmediatamente por su vida por la militarización del espacio. Lo que muchos desconocían es que Rusia tuvo y todavía conserva su particular programa de Fuerzas Espaciales.
Se trató de una rama dependiente de las fuerzas armadas del país impulsada en 2001. Una idea que nació para operar el particular escudo antimisiles que Rusia tiene sobre Moscú y que aglutina tareas de diseño y desarrollo de nuevas naves espaciales así como el mantenimiento de las existentes.
La Fuerza Espacial rusa como tal cerró sus puertas en 2011 reemplazándose por las Fuerzas de Defensa Aeroespacial, que siguen operativas hoy en día con la misma misión que la original.