El mundo aeronáutico está teniendo un comienzo de 2024 muy complejo. Tras el accidente en el Aeropuerto de Haneda en Tokio, un avión de la estadounidense Alaska Airlines sufrió un incidente a bordo al desprenderse una parte del fuselaje en pleno vuelo. La aeronave protagonista de este último suceso es un Boeing 737-9 MAX que se encontraba cubriendo la ruta desde Portland (Oregón) a la ciudad canadiense de Ontario.
La pieza que salió despedida es realmente una puerta de emergencia que la aerolínea mantiene sellada debido a la configuración interna de la cabina. Al optar por no llevar el número máximo de pasajeros a bordo —lo que se conoce como configuración de alta densidad— que permite el avión, la normativa de seguridad aérea exime a Alaska Airlines a tener esa salida habilitada por una mera cuestión de proporción entre pasajeros y vías de evacuación.
El percance ocurrió cuando el Boeing se encontraba en plena fase de ascenso y a una altitud de unos 16.000 pies (4.876 metros). En ese momento, y habiendo transcurrido el vuelo con normalidad hasta entonces, se desprendió la pieza provocando una despresurización explosiva que a su paso también arrancó parte del recubrimiento interior de la cabina de pasajeros. Afortunadamente nadie estaba sentado en los dos asientos contiguos y el saldo de heridos y fallecidos es cero.
La reacción de la Administración Federal de Aviación (FAA) estadounidense no tardó y poco después ordenó que los aviones de ese modelo permanecieran en tierra en todos los vuelos del país."La FAA exige inspecciones inmediatas de ciertos aviones Boeing 737-MAX 9 antes de que puedan volver a volar", declaró Mike Whitaker, jefe de la propia FAA.
"La seguridad seguirá impulsando nuestra toma de decisiones mientras ayudamos en la investigación de la NTSB del vuelo 1282 de Alaska Airlines", añadió en referencia a la Junta Nacional de Seguridad del Transporte, la encargada de la investigación de los accidentes e incidentes aéreos en Estados Unidos. Boeing, como fabricante de la aeronave, se alineó con las palabras del máximo responsable de la FAA y ha apoyado la decisión de mantener en tierra los aviones con la misma configuración que el afectado.
Las causas todavía se están investigando y la NTSB no ha publicado ningún comunicado respecto a ellas. "Básicamente aquí podríamos estar ante un problema del avión —por eso se han dejado todos los MAX 9 de EEUU en tierra hasta que se determine qué pasó— o bien algún tipo de fallo de mantenimiento", ha explicado a EL ESPAÑOL - Omicrono Pedro Carvalho, aviador, escritor, experto en temas aeronáuticos y también conocido como PatoAviador en X.
Con toda la prudencia que se requiere en esta fase tan preliminar de la investigación, Carvalho indica que "es todo muy extraño". "Porque desde que solventaron los problemas del EMCAS [un fallo que mantuvo a la serie 737 MAX en tierra durante un año y ocho meses] hace ya tres años, han volado por el mundo miles de estos aviones y ninguno ha dado problemas".
El experto también indica que "resulta difícil de entender aquí un fallo de mantenimiento en una aeronave que es completamente nueva". Comenzó a operar hace 9 meses. "Creo que es un suceso en el que vamos a tener que esperar para ver qué ha ocurrido".
Despresurización explosiva
"Hay que tener en cuenta que los aviones comerciales van presurizados, pues a elevadas altitudes no hay suficiente oxígeno para la vida humana", ha indicado Carvalho. "Por lo tanto, el avión debió descender hasta un nivel aceptable para respirar", que se estipula en las reglas de navegación aérea a 10.000 pies (3.000 metros) de altitud en caso de no tener obstáculos geográficos.
Otro punto a señalar es que "las descompresiones explosivas no suelen dejar al avión incontrolable ni mucho menos". Si afectan sólo a partes como esta pieza de fuselaje, los sistemas electrónicos e hidráulicos que comandan y accionan las superficies de vuelo de la aeronave permanecen intactas. De igual forma, los aviones comerciales modernos cuentan con sistemas redundantes para garantizar la operatividad en caso de fallo.
En este tipo de situaciones, lo que suelen hacer los pilotos es realizar un descenso de emergencia de la forma más rápida y segura posible para garantizar que las personas a bordo puedan respirar sin necesidad de las mascarillas que cayeron de la parte superior de los asientos. "El siguiente paso es declarar la emergencia y solicitar a los controladores vectores [indicaciones de rumbo y altitud] para aterrizar cuanto antes".
"Ha habido mucha suerte de que no hubiera nadie sentado junto a esa puerta", señala Carvalho. "Pues la diferencia de presión hubiera ejercido una enorme fuerza sobre esas personas" con un desenlace fatal. "Si no hubieran estado con el cinturón de seguridad abrochado, lo más probable es que hubieran sido succionadas hacia el exterior de la aeronave". Algo que, según explica, "ya ha pasado".
El experto pone como ejemplo el vuelo 1380 de la también estadounidense Southwest Airlines que, en abril de 2017, sufrió un percance similar. El Boeing 737-700 que protagonizó ese caso se encontraba a más de 10.000 metros de altura cuando el motor izquierdo explotó y una pieza impactó contra una ventana del avión. Detrás del cristal se encontraba una pasajera de 43 años cuya cabeza fue succionada debido a la descomprensión y, aunque consiguieron sujetarla y regresarla al interior del avión, falleció al llegar al hospital tras el aterrizaje.
La diferencia respecto al caso del avión de Alaska Airlines es que en este último caso el agujero en el fuselaje es mucho mayor. Si en el 737 de Southwest tan sólo se rompió la ventanilla, el mayor hueco dejado por la puerta de emergencia en el MAX 9 habría dejado sin posibilidad de rascarte y supervivencia en caso de succión. Por lo que el resultado habría sido muy diferente.