Los últimos de Nabatiye, la ciudad más castigada por Israel: "Es un orgullo sacrificar mi casa por la resistencia"
- Esta capital del sur del Líbano ha pasado de tener 150.000 habitantes a 6.000. Ahora el único resquicio de vida está en los hospitales.
- Más información: En el sur del Líbano critican que los cascos azules "ya no hacen nada" y la ONU alega que sin ellos sería mucho peor.
En Nabatiye ya sólo se escucha un sonido. El zumbido incesante de los drones israelíes es la única banda sonora de una ciudad en la que hace nada vivían alrededor de 150.000 personas. Hasta el mes pasado, este era uno de los grandes núcleos urbanos del sur del Líbano, y su tamaño comparable al de Algeciras, Santiago de Compostela o Logroño. Ahora, se estima que quedan menos de 6.000 personas.
Nabatiye ha sido una de las ciudades más golpeadas desde el comienzo de la guerra en Gaza en octubre de 2023. El pasado mes de agosto, ya antes de la escalada entre el Gobierno de Benjamín Netanyahu y Hezbolá, los aviones de la Fuerza Aérea israelí atacaron un supuesto almacén del partido-milicia chií en la ciudad. Murieron 11 personas. Pero el verdadero asedio de la cuna de los nabateos -el pueblo bíblico al que debe su nombre- empezó a finales de septiembre.
Israel emitió un aviso de evacuación de la ciudad el 3 de octubre. La mayoría de habitantes, refugiados y desplazados internos que habían huido de zonas más peligrosas del sur abandonaron Nabatiye en masa. En aquel momento, se estimó que un 5% de la población lo hizo. Entre ellos, Riad, un joven padre de familia que se mudó con sus padres, su mujer y sus hijos a un apartamento en Beirut. Riad aprovecha un día libre del trabajo para acercarse a ver si su casa sigue en pie. Lo hace a escondidas de su esposa y su madre, que le han pedido que no se atreva a volver al sur. Y, en la calle donde ha pasado toda su vida, comprueba con sus propios ojos que su casa ha sido destruida.
“Creía que iba a estar triste, pero no lo estoy”, dice mientras esboza una sonrisa delante de los escombros que un día fueron su casa. “Echaré de menos todo lo que acabo de perder. Fotografías, recuerdos, mi infancia, la de mis hijos… Pero no puedo estar triste porque este es el menor sacrificio que puedo hacer por la resistencia”, recuerda, refiriéndose a los esfuerzos liderados por Hezbolá para contener una invasión israelí. “Nuestros hombres están dejándose la vida en el sur, hay familias enteras que mueren. Mi casa es lo mínimo que puedo dar, y lo hago con orgullo”, sentencia.
Salir de Nabatiye no fue una opción para Ali, un muchacho de 23 años que pasa los días en la avenida principal de la ciudad. Se apoya sobre un coche con un difusor con la bandera estadounidense. Detrás de él emergen montañas de escombros con lo que un día fue el zoco otomano de Nabatiye. Cubiertos de polvo gris se atisban señales de distintos comercios: estantes de joyas, libros amontonados, el letrero de una floristería... Sobre las ruinas, un cartel amarillo Hezbolá reza: “Made in USA”. El 13 de octubre, tras el ataque aéreo que destrozó el zoco, se encontraron restos de munición estadounidense.
Pese a eso, también se quedó en su ciudad el alcalde, Ahmed Kahil. Cuando Israel emitió la orden de evacuación, este respondió en una entrevista a Reuters con un contundente: “Ni hablar”. Pero la suerte de Kahil no sería la de volver a gobernar su pueblo. Tres días después del ataque al zoco, mientras descargaba un camión de ayuda humanitaria, diez ataques israelíes golpearon el Ayuntamiento de Nabatiye y lo mataron a él y a 15 personas más. 52 personas quedaron heridas. Tras los escombros, aún se ven el camión y las cajas de ACNUR con víveres que por ahora nadie ha distribuido aún.
Estos días, el motor de Nabatiye son sus hospitales. Aunque con la abrumadora mayoría de los vecinos en el exilio ya no hay apenas bullicio en las consultas, todo el personal de los dos hospitales de la ciudad se han quedado internos para atender a los heridos de los ataques israelíes en la región.
La familia de Salma, médico del hospital público Nabih Berri, está en Trípoli. Pregunta a los periodistas si la guerra se extenderá mucho. “No puedo estar otro mes durmiendo en la oficina”, bromea.
En una pizarra de su despacho, hay un mapa de Ucrania dibujado poco después de que estallara aquella otra guerra. Sobre el mapa, un mensaje en árabe dice: ‘Dejémosle hueco a la esperanza’. Salma lamenta: “De eso hace casi tres años. Hicimos ese mapa esperando borrarlo al cabo de unos meses. Pero los meses pasaron, y ahora la guerra ha llegado a nuestras casas también. Está claro que con esperanza no basta, tampoco”.