Israel quiere ampliar 30 km la zona de 'amortiguación' de la ONU para destruir a Hezbolá en el sur de Líbano
La guerra de 2006 acabó con un acuerdo por el que el gobierno del Líbano y las Naciones Unidas se hacían cargo de la frontera sur del país.
2 octubre, 2024 04:03Después de años exigiendo que Líbano y las fuerzas internacionales cumplieran su labor en la protección de la zona de seguridad establecida por la resolución 1701 de la ONU en agosto de 2006, Israel ha decidido no sólo ocupar por su cuenta dicha área, sino llevar la guerra contra Hezbolá al norte del río Litani. Pese a que en un inicio Israel pidió tan sólo la evacuación de civiles y personal militar internacional hasta la frontera natural del río, este martes, el Ministerio de Defensa extendió su petición de desalojo hasta el río Awali, 30 kilómetros más al norte.
La decisión tiene su lógica militar: Israel pretende aislar del resto del país y, sobre todo, de un posible suministro de armas desde Irán vía Siria, al mayor número posible de tropas de Hezbolá. Al ampliar el objetivo hasta el Awali -y no descartemos que pronto amenacen también el río Damour, aún más al norte-, Israel limita el espacio de operaciones. La idea sería bombardear los puentes de dichos ríos para hacer imposible el paso, tanto en un sentido como en el contrario. En otras palabras, que los miembros de Hezbolá no puedan huir… y tampoco puedan recibir refuerzos del norte ni del este.
De esta manera, la ocupación terrestre sería más manejable y el número de enemigos a batir, más limitado. Es una lección que Israel aprendió precisamente de su fallido intento de invasión en 2006, cuando Hezbolá consiguió repeler en buena medida su ataque y en la práctica pudo seguir bombardeando el norte de Galilea con mayor o menor intensidad, según los intereses propios y de Irán.
Las tropas de las FDI llevan desde octubre del año pasado haciendo incursiones secretas e infiltrándose en la zona, tienen un conocimiento aproximado de lo que les espera y además cuentan con el desconcierto de Hezbolá.
Descabezada y sin apenas posibilidad de comunicación después del ataque a localizadores y walkie-talkies, Israel entiende que la banda terrorista no tiene posibilidad de coordinación ante un ataque de este tipo y que cada unidad tendrá que hacer la guerra más o menos por su cuenta.
La 98ª División ha sido replegada desde Gaza y de momento lleva la iniciativa en el avance por el sur del Líbano, un avance del que apenas hay noticias, pues Israel mantiene un silencio absoluto al respecto.
Consecuencias diplomáticas
Aun entendiendo los objetivos militares, el desafío diplomático de extender la guerra hasta el Awali sí podría tener consecuencias. Es cierto que la ONU poco puede reclamar a Israel después de años incumpliendo su labor en la zona… pero también es cierto que hay miles de soldados internacionales en activo -650 de ellos, españoles- intentando pacificar el área de seguridad en la medida de sus escasas posibilidades y ante la presión constante de Hezbolá.
La llamada Fuerza Interina de Naciones Unidas en Líbano (FINUL) se replegó el pasado lunes al norte del Litani en condiciones poco ideales, pero aún no está claro si seguirá el mandato israelí de huir más hacia el norte. Básicamente, porque no están a las órdenes de Israel sino de la ONU, con lo que la decisión se tendrá que tomar en el máximo organismo.
Quedarse en una zona que va a ser bombardeada antes de una invasión terrestre y con el riesgo de quedarse aislados del resto del país si Israel destruye los puentes de paso sería un suicidio. Abandonar la misión ante el imperio de la fuerza sentaría un mal precedente.
De momento, más allá de las continuas peticiones de un alto el fuego que Israel, desde luego, no va a respetar, mucho menos tras el ataque de Irán de este martes sobre Tel Aviv, la comunidad internacional parece más preocupada por rescatar a sus ciudadanos de la zona y sacar con vida a sus tropas que de andar con retos y ultimátums.
Por ello, es de entender que, si Israel dice que se muevan al norte del Awali lo harán… y si les dice que al norte del Damour (y hablamos ya de unos 70 kilómetros desde la frontera israelí), también seguirán la orden, sin descartar que directamente se retiren del país al considerar su misión fallida.
Líbano como Estado normalizado
Lo que queda claro con estos avisos -Israel aún no ha llegado al Litani, aunque sigue avanzando pueblo a pueblo, desmantelando células de Hezbolá y bombardeando a la vez objetivos de la banda en la capital, Beirut- es que la idea de una incursión puntual era quizá demasiado optimista.
Israel no se va a limitar, como prometió a Estados Unidos, a tomar algunos pueblos del otro lado de la frontera para evitar el lanzamiento de proyectiles desde esas posiciones. Israel va a intentar acabar con la infraestructura de Hezbolá y eso requerirá de más tiempo y más acciones militares.
No parece, en cualquier caso, que su objetivo sea ocupar la zona o anexionársela, como sí pareció en 1980, cuando Menajem Begin invadió parte de un país en plena guerra civil como medida preventiva. Probablemente, dentro de su doctrina de “escalar para desescalar”, lo que busque Netanyahu sea una derrota militar de Hezbolá de tal magnitud que se convierta en una fuerza irrelevante para el futuro del Líbano.
De esta manera, el gobierno de Beirut -del que, por cierto, apenas se sabe nada estos días- podría actuar contra los terroristas y establecer algo parecido a un Estado normalizado con el que llegar a un acuerdo sólido de paz, como se hizo en su momento con Egipto y Jordania.
Eliminar a Hamás y a Hezbolá, según esta doctrina, sería sólo un paso para la normalización de Palestina y del Líbano, probablemente con la ayuda de los países árabes encabezados por Arabia Saudí, Qatar y Emiratos Árabes Unidos. Lo siguiente sería lograr algo parecido con Irak y con Siria, otros dos Estados fallidos donde, a través del llamado Eje de Resistencia, la Guardia Revolucionaria iraní opera a sus anchas donde antes lo hacía el Estado Islámico. El último paso sería derrotar al propio régimen de los ayatolás con un proceso parecido.
Terror fundamentalista chií
Netanyahu es consciente del poco apoyo popular del régimen de Jamenéi y sabe que para ganar la guerra bastaría con golpear al gobierno establecido y permitir que las fuerzas progresistas se hicieran con el poder. Estados Unidos no tiene nada claro que eso vaya a suceder, pero de momento apoya a su aliado. Si se produce el previsible contraataque sobre Teherán, no será como el de abril: irá a por líderes y buscará desactivar el programa nuclear antes de que sea demasiado tarde.
La infiltración del Mosad, demostrada en el asesinato de Ismail Haniyeh, líder de Hamás, en la capital iraní el día antes de la investidura del nuevo presidente, Masoud Pezeshkian, haría el resto.
Aquí, sin embargo, la cosa se complica sobremanera. Aunque los saudíes y probablemente el resto de países árabes condenaran el ataque y sus consecuencias, tampoco mirarían con malos ojos una caída del régimen chií, el otro gran enemigo de la región junto a Israel.
No está tan clara la postura de Rusia al respecto. Putin acaba de firmar un acuerdo de colaboración militar con el régimen de los ayatolás y estos le han surtido de municiones, bombas y misiles de corta y media distancia para su guerra en Ucrania.
¿Se atreverá Rusia, en su situación actual, a entrar en el conflicto para ayudar a su aliado o mirará también para otro lado haciéndose la escandalizada? ¿Le compensa enfrentarse abiertamente con una potencia militar como Israel después de lo que ha demostrado en los últimos dos meses?
Lo lógico sería dudarlo. Después de dos años y medio de guerra en Ucrania, Putin aún no ha conseguido ni apropiarse de la totalidad del Donbás y su ejército ha perdido en torno al medio millón de hombres entre muertos y heridos. No parece en disposición de ir mucho más lejos o al menos así lo entiende Israel, desde luego. El tiempo dirá si se equivoca o acierta.