Los mediadores en Gaza fracasan: Egipto, Qatar y EEUU tropiezan una y otra vez con Hamás e Israel
Blinken vuelve a Oriente Próximo para que tanto Netanyahu como el grupo terrorista, presionado por El Cairo y Doha, acepten el plan de paz de Biden.
11 junio, 2024 02:23El Secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, empezó este lunes su octava visita a Oriente Próximo desde la matanza perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023. Su objetivo es doble: por un lado, presionar a Egipto y a Qatar para que obliguen a Hamás a aceptar el plan de alto el fuego que desarrolló Joe Biden en televisión el viernes 31 de mayo; por el otro, convencer a Netanyahu de que él mismo declare públicamente su apoyo a dicho plan, pues se supone que fueron sus negociadores los que lo pusieron sobre la mesa.
El contexto en el que llega la visita de Blinken no puede ser más complejo para todas las partes. El pasado sábado, los terroristas de Hamás recibieron, probablemente, su primer gran golpe desde el inicio de la guerra con la liberación de cuatro rehenes israelíes en el campo de refugiados de Nuseirat, en la zona central de la Franja. Hasta ahora, los gazatíes habían sido golpeados con dureza, sus viviendas derruidas y sus propias vidas sesgadas. Ahora bien, Hamás seguía transmitiendo una imagen de cierta invulnerabilidad dentro del caos. Esa imagen se ha venido abajo.
La operación de las FDI para liberar a los rehenes puso en evidencia varias cuestiones: que los rehenes pueden ser liberados sin necesidad de ceder en una negociación, que los túneles no son recursos infinitos y que, desgraciadamente, los terroristas siguen utilizando a los civiles como escudos en su guerra infinita. En las horas posteriores a la operación se especuló con la muerte de Mohammed Deif, máximo responsable militar de la banda junto a Yahya Sinwar, pero no se ha vuelto a saber del asunto. El golpe habría sido casi definitivo.
Los problemas de Qatar y Egipto
Blinken, por supuesto, quiere saber cómo respira Hamás después de lo sucedido. Si esa fragilidad le acerca o le aleja de la aceptación del plan de paz. Lo quiere saber Blinken y lo quiere saber toda la Administración Biden, incluyendo al Consejero Nacional de Seguridad, Jake Sullivan, quien declaró este lunes al New York Times: “No soy capaz de ponerme en su piel, no sé de qué manera van a reaccionar”. Para ello, no queda más remedio que recurrir a Egipto y a Qatar, sus dos interlocutores. Blinken tiene contacto constante con Doha y este lunes visitó al presidente egipcio Al-Sisi como primera escala de su viaje.
Ahora bien, Egipto y Qatar han demostrado poca maña a la hora de entregar resultados. Las intenciones de Egipto podemos darlas por buenas, pues a ningún país le interesa una guerra abierta junto a sus fronteras con cientos de miles de refugiados llamando a las puertas. Con Qatar hay más ambivalencia. Qatar es un aliado estadounidense en la zona que los israelíes han aceptado como mediador. Dicho esto, no hay que olvidar que la cúpula política de Hamás lleva años refugiada en Doha -como lo estuvieron en su día los talibanes- y que el emirato envía partidas de millones de dólares anuales a la organización para alejarla de la influencia iraní.
Qatar ha organizado en su territorio multitud de “cumbres” y ha amenazado públicamente con expulsar a Ismail Haniyeh y su corte de terroristas si no se toman en serio el proceso de paz. Más allá de esas amenazas, lo cierto es que no ha hecho nada. Hamás no ha obedecido ninguna de sus órdenes ni ha seguido ninguno de sus consejos. Hamás, en definitiva, ha dejado de ser la organización de Haniyeh para pasar a ser la de Sinwar y Deif, es decir, ha dejado de ser -si alguna vez lo fue- la niña de los ojos de Qatar para abrazar por completo el proyecto totalitario de los ayatolas.
El ninguneo de Israel
Esos son los socios con los que tiene que manejarse Estados Unidos en estas negociaciones sin fin. De ahí, probablemente, que después de diez días, nadie en Hamás se haya dignado siquiera a responder a la propuesta de Israel explicitada por Biden. Ni Qatar ni Egipto parecen tener autoridad ninguna sobre la banda terrorista y eso dificulta muchísimo cualquier acuerdo. Las presiones no hacen efecto alguno sobre los líderes de Hamás porque saben que la opinión pública tanto egipcia como qatarí no va a permitir represalias contra los terroristas. Mucho menos si estas pueden, de alguna manera, beneficiar a Israel.
No acaban ahí los problemas de Blinken. De hecho, podría decirse que, si Estados Unidos acepta esta farsa, es porque ellos mismos participan en ella. Es difícil criticar a Egipto y a Qatar por su incapacidad para influir en Hamás cuando la administración Biden tampoco cumple con su parte y acepta que Israel ignore continuamente sus peticiones. Desde el mismo 7 de octubre, la Casa Blanca ha mostrado su apoyo a Israel, ha defendido su derecho a la respuesta y ha enviado armas y dinero para colaborar en la operación en Gaza. Con todo, a la vez que todo eso sucedía, desde Washington se apostaba por algo parecido a la paz.
Algo que estuvo a punto de concretarse a finales de noviembre, con el intercambio de rehenes por prisioneros y el alto el fuego de cinco días, pero que no tuvo continuidad. Tal vez, Biden dio por hecho demasiado pronto que, a cambio de todo el apoyo logístico, Netanyahu, su viejo amigo de décadas, respondería con una cierta gratitud diplomática. No ha sido así. El gobierno israelí no ha perdido ocasión de dejar al estadounidense en evidencia.
De crisis en crisis
Estados Unidos pidió desde el inicio a Israel mesura en la respuesta, pero Israel prefirió guiarse por su propio instinto. Estados Unidos conminó a Israel a un alto el fuego para facilitar la ayuda humanitaria y tuvo que acabar construyendo su propio puerto portátil para hacer entrar dicha ayuda en la Franja. Estados Unidos solicitó públicamente a Israel que no respondiera al ataque con misiles de Irán… e Israel no tardó ni una semana en mandar los misiles de vuelta a pesar del apoyo de las defensas antiaéreas estadounidenses en su defensa inicial.
Estados Unidos ha pedido que se respeten las vidas de los civiles y los cooperantes e incluso ha amenazado con retirar el apoyo militar si las matanzas seguían produciéndose. Estados Unidos ha exigido durante dos meses que Israel no entrara en Rafah sin un plan de protección de los refugiados y lo único que ha conseguido es ver cómo seguían ardiendo los campos y, con ellos, sus habitantes hacinados. En otras palabras, Estados Unidos no ha conseguido cambiar una coma del plan militar de Israel y, en ese sentido, se ha mostrado tan incapaz como sus homólogos árabes.
Es por todo ello que la reunión de Blinken con Netanyahu adopta una vital importancia. Blinken quiere saber por dónde respira Hamás después de la operación de rescate israelí, pero también necesita saber qué esperar del gobierno hebreo. Pese a perder el apoyo de Benny Gantz, quien abandonó el gobierno de coalición y el Gabinete de Guerra este fin de semana por considerar que Netanyahu dilataba innecesariamente sus decisiones, a nadie se le escapa que el primer ministro israelí sabrá vender la operación de las FDI como una victoria, lo que, a su vez, le permitirá seguir en posiciones maximalistas.
Presión ante la ONU
Para añadir más presión, Estados Unidos ha logrado que el Consejo de Seguridad de la ONU apruebe una resolución a favor de un alto el fuego en Gaza. Según sus representantes, el objetivo era pronunciarse contra el silencio de Hamás, pero a Hamás le da absolutamente igual lo que diga la ONU, con lo que hay que entender que el destinatario del pronunciamiento es Israel.
Aunque normalmente las resoluciones del Consejo nacen muertas según quién las proponga, éste no ha sido el caso. Estados Unidos ha votado sistemáticamente en contra de una petición de alto el fuego cuando el ponente ha sido cualquier otro país. La única otra ocasión en la que se decidieron a poner ellos la proposición sobre la mesa, fueron China y Rusia los que ejercieron su veto, negándole así a Biden su momento de gloria.
Un momento de gloria que el presidente estadounidense necesitaba en medio de la incertidumbre propia de todo año electoral. Aunque los votantes no citan el conflicto en Gaza como una de sus preocupaciones a la hora de elegir candidato, los matices cuentan y mucho. La imagen de un líder débil en su política exterior, timorato ante Putin y metido en un lío tremendo en Oriente Próximo sin salida aparente, es un chollo para el Partido Republicano, que venderá dicha debilidad como algo inherente a un hombre de 81 años que ya no puede servir al país.
Para romper ese bucle y demostrar fortaleza como dirigente, Biden necesita dar de una vez un golpe sobre la mesa internacional. Macron parece mucho más decidido al enfrentamiento contra Rusia que él, mientras que Netanyahu le ignora, en el mejor de los casos. No es lo que se espera de una superpotencia ni de su presidente. Da la sensación de que el actual gobierno israelí -y desde luego el ruso- piensan que las cosas les van a ir mejor con Trump en la Casa Blanca. No se equivocan. De ahí, quizá, su falta absoluta de voluntad política a la hora de echarle al menos un salvavidas para que Biden se agarre entre las olas.