Rusia lanzó este jueves un brutal ataque aéreo sobre un enorme número de infraestructuras energéticas ucranianas, el undécimo de esta envergadura en lo que va de año. Aunque las líneas entre lo civil y lo militar sean difusas en cualquier guerra, a nadie se le escapa que este bombardeo masivo pretende desmoralizar a la población ucraniana y condenarla al frío y al miedo en el que será el tercer invierno completo de conflicto, el cuarto si contamos los días de febrero y marzo de 2022.
Las obras de reparación prometen ser largas y costosas. El 70 por ciento de los hogares quedará sin suministro durante al menos doce horas en medio de temperaturas mínimas que ya rozan los cinco o incluso los diez bajo cero en algunas partes del país. Putin intuye que, si el ejército ucraniano no se rinde, bien lo podrían hacer sus ciudadanos. Este ataque y los anteriores pretenden sumir al pueblo en la angustia para ver si así alguien se moviliza contra el gobierno de Zelenski y exige unas negociaciones que en realidad escondan una rendición.
Este miércoles, Sergei Sarishkin, director del Servicio de Inteligencia Exterior ruso, volvió a dejar claro, frente a los propagandistas que intentan vender lo contrario, que el Kremlin no aceptará nada mediante un acuerdo de paz que no crea que puede conseguir mediante la fuerza. El 99% de Lugansk ya está en sus manos, así como el 65% de Donetsk y los avances son mayores que en ningún otro momento de la guerra salvo durante la ofensiva inicial de febrero a junio de 2022. Dicho esto, según apunta el Institute for the Study of War, incluso manteniendo el ritmo actual, que está por ver, las tropas rusas necesitarían un año más para hacerse con todo el oblast.
Ahí se esconde la razón de que Putin insista en castigar a los civiles: no hay manera más rápida de acabar la guerra. Las amenazas nucleares pueden disuadir a terceros países, pero no afectan a Ucrania, que se juega en cualquier caso su existencia como estado. El Kremlin necesita una rendición moral antes de forzar la militar, no puede hacerlo a la inversa salvo que quiera perder otro medio millón de hombres entre muertos y heridos. Será tarea europea y estadounidense ayudar en todo lo que se pueda a restaurar la energía eléctrica en todo el país… y mandar, como ya dijo el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, sistemas antiaéreos sofisticados que impidan esta clase de bombardeos.
La justificación de Putin
Precisamente la involucración de Occidente en favor de Ucrania ha servido una vez más al presidente ruso para excusar sus barbaries. Según Putin, el ataque de este jueves respondía al uso de ATACMS estadounidenses por parte de Ucrania en la región de Kursk. “Ninguna provocación quedará sin respuesta”, aseguró el autócrata sin mencionar exactamente cuál fue la provocación que justificó los diez anteriores ataques o, de entrada, la invasión de febrero de 2022.
Putin tiene que estar preocupado por varios motivos: el lanzamiento del misil hipersónico Oreshnik conmocionó en un principio a la comunidad internacional, pero, poco a poco, la reacción está siendo de unidad y de compromiso. La OTAN se reunió con el embajador de Ucrania en Varsovia y no hubo disensiones. La gran esperanza del Kremlin siempre ha sido Donald Trump, amigo personal de Putin y en cuya promesa de “acabar la guerra en 24 horas” descansan buena parte de las aspiraciones de Moscú.
Trump y el ala republicana más cercana al movimiento MAGA -si es que ambas cosas son distinguibles ahora mismo- se han mostrado contrarios a la entrega de armas a Ucrania y a la financiación de su guerra sin recibir nada a cambio. Parte de la razón es sentimental -Trump se siente mucho más cercano a Putin que a Zelenski, quien ya le costó un intento de “impeachment” en 2019- y parte, claramente económica. Ahí es donde la mayoría de los votantes se posicionan: no entienden por qué tienen que gastar millones de dólares en un conflicto que aparentemente les es ajeno.
El esperanzador nombramiento del general Kellogg
Sin embargo, los movimientos prácticos de Trump a la hora de configurar su futura administración, especialmente en materia exterior, son confusos al respecto. De entrada, sorprende su silencio ante la decisión de Biden de permitir después de casi tres años los ataques con misiles de larga distancia sobre objetivos militares en suelo ruso. Si se tiene en cuenta que Biden se reunió con el presidente electo horas antes de anunciar la medida y que Trump no es de los que se calla sus descontentos, crece la posibilidad de que se trate de una estrategia consensuada para mandarle el mensaje a Putin de que no todo va a serle tan fácil.
También es motivo de optimismo en Kiev el nombramiento del general retirado Keith Kellogg como enviado especial de Estados Unidos en Ucrania y Rusia. Kellogg, que ya fue consejero de seguridad nacional del vicepresidente Mike Pence durante el primer mandato de Trump, siempre se ha mostrado partidario de ayudar a Ucrania en su lucha o, al menos, de no abandonarla sin más. De hecho, en una entrevista concedida a una televisión estadounidense en marzo de 2022, tras una visita a los alrededores de Bucha y horrorizado por lo visto, Kellogg afirmó que “el fin de la guerra llegará cuando Ucrania expulse a Rusia de su territorio” y alabó la firmeza con la que el país se había lanzado a la lucha en vez de aceptar la rendición.
Se trata, por lo tanto, de un hombre experimentado y partidario de una paz justa. Kellogg tiene 80 años y su formación como militar habrá estado durante buena parte de su carrera centrada en el examen del comportamiento soviético. El hecho de que Trump no haya elegido a un fanático de la cuerda de su vicepresidente J.D. Vance es una excelente señal y parece reafirmar el pacto atlántico por el que tanto se ha temido -y con razón- en las últimas semanas. Quedan menos de dos meses para el traspaso de poderes y todo el mundo espera acciones rápidas y contundentes por parte de Trump en Ucrania. Él lo ha prometido así y ahora tendrá que cumplir. Está por ver de qué manera y a quién beneficia o perjudica.