Antonio había estado dos veces en la sala de conciertos donde el Estado Islámico atentó este viernes. La primera, hace cinco años, cuando aún vivía en Moscú. La segunda, la semana pasada. El vallisoletano se encuentra de visita en la capital rusa, y sus amigos lo llevaron al Crocus City Hall para ver una banda de rock duro. "Yo no soy para nada de ese estilo, pero me convencieron", cuenta a EL ESPAÑOL por teléfono. Es la primera risa que le brota desde el inicio de la llamada. Los primeros cinco minutos han sido llanto y lamento por no entender qué acaba de ocurrir.
Este viernes, a las 18:30 —16:30 españolas—, Antonio se encontraba de vuelta en el recinto. Había ido a pasar la tarde al oceanario de Moscú, que forma parte del mismo complejo que la sala de conciertos. Allí trabaja su amiga Yulia, con quien se fue andando a lo largo del río Moscova de vuelta al distrito de Krasnogorsk. Justo antes de las 19:00, Yulia y Antonio cruzaban el puente. Allí, sobre el río, escucharon los primeros disparos.
"Pensé que eran petardos", dice. "Recordé que por estas fechas es el equinoccio de primavera. Es algo que se suele celebrar aquí y pensé en eso antes que en cualquier otra cosa", explica. Pero luego llegaron ráfagas que se atropellaban, se superponían y parecían algo más agresivo que un festejo por el final del invierno. Durante un rato no se oyó nada, y Antonio y Yulia prosiguieron la marcha.
De pronto, ya desde el otro lado del Moscova, escucharon la explosión lejana de lo que sólo podía ser una bomba. Y luego otra, y las sucesivas cada vez más grandes. Sobre el mismo lugar en el que disfrutaron de un concierto la semana pasada, vieron emerger una enorme nube de humo.
Yulia estaba desesperada. Dentro del edificio prácticamente en llamas trabaja su mejor amigo, Vladímir, como técnico de sonido. Pero ni un coche de policía se asomó: "La espera se hizo eterna. Tardaron una hora en llegar. No estamos tan lejos del centro, y cerca de aquí está una de las bases militares más grandes de Moscú", dice Antonio suspicaz.
A la hora sí: llegaron decenas de coches con torretas, la policía militar, el FSB —Servicio Federal de Seguridad—, el Omón —unidades especiales del ejército—, la Guardia Nacional... "Pero, ¿tanto se tarda?", se pregunta. "Nadie puede entender esa tardanza. Es incomprensible en un sitio tan militarizado como la capital de Rusia".
Es paradójico: en su visita al Crocus City Hall la semana pasada, a Antonio le sorprendieron los "tantísimos" controles de seguridad para ingresar al recinto. "Me pidieron de todo, me cachearon entero, me hicieron sacar de mi bolsillo hasta el último rublo que tenía suelto", explica. "Y esta vez entran sin ningún problema. Me parece una torpeza, cuanto menos", sostiene desde el apartamento de Blav, su amigo y anfitrión en Moscú. "Él dice que, quien sea que haya entrado, alguien les ha dejado pasar", comparte unas horas antes de que el Estado Islámico reivindique la autoría de los atentados de la noche del viernes.
[El Estado Islámico reivindica la autoría del atentado en la sala de conciertos de Moscú]
Mientras Antonio habla con el periodista, Blav está intranquilo. Siete de sus amigos están en ese momento en alguna instalación del complejo atacado: el centro comercial, la expo o alguna de las salas de conciertos. Los mensajes no llegan, y ya ha intentado bajar una vez para intentar enterarse de alguna novedad en la calle. Sin embargo, el alcalde de Moscú ha ordenado a todo el mundo a permanecer en casa, y "cuando ha salido al rellano la vecina le ha dicho que no saliera, que no, que niet", cuenta el vallisoletano en su lugar.
A las 2:18 del sábado, tres amigos de Blav han dado señales de estar a salvo. Para Yulia, la amiga de Antonio que trabaja en el oceanario, la suerte no ha sido la misma. "Acabo de enterarme de que Vladímir ha muerto", cuenta a su colega español entre lágrimas en un mensaje de voz. La policía ha confirmado que el técnico de sonido está entre los más de 40 fallecidos en el ataque del Estado Islámico al Crocus City Hall.