Hace nueve días, el ejército ucraniano conseguía atravesar la "temible" primera línea de defensa de los rusos en torno al asentamiento de Robotyne y se disponía a asediar el pueblo. En sí, ya era una noticia formidable para Kiev: hasta entonces, todos los avances se habían producido antes de llegar a esa primera línea de fortificaciones, minas y trincheras que llenan ahora mismo el territorio controlado por los rusos en el sur de Ucrania. No hacía ni una semana que la prensa estadounidense criticaba su incapacidad para cruzar esa línea y era importante demostrar que ese prejuicio, como tantos otros, era erróneo.
La defensa de Robotyne no se tomó a la ligera por parte del alto mando ruso. Hasta allí se dirigieron tropas de élite para evitar la liberación de un poblado de inmensa importancia estratégica, pues acerca a Ucrania a Tokmak y en consecuencia a Melitopol. Aunque los aliados occidentales probablemente quisieran ver un ataque masivo en un solo punto del mapa, lo cierto es que los ucranianos siguen con su táctica de agrandar el frente y complicar la logística rusa.
En consecuencia, aunque el siguiente movimiento lógico sería continuar hacia el sur, en dirección a Novoprokopivka, a apenas veinticinco kilómetros de la ciudad clave de Tokmak, no hay que descartar que el ejército de Zaluzhnyi decida seguir ensanchando el ataque, evitando el envite frontal para avanzar hacia las localidades de Verbove (este) o Kopani (oeste). La orografía del terreno (Novoprokopivka está en altitud respecto a Robotyne, lo que facilita su defensa) hace más atractiva la posibilidad de rodear el asentamiento en vez de intentar tomarlo por las bravas.
Un año a la defensiva
La noticia de la liberación total de Robotyne se produce tres días después de la toma de Urozhaine y a la vez que los ucranianos avanzan en Klischiivka, junto a Bakhmut y en las inmediaciones de Donetsk capital. Lentamente, y después de meses de castigar las líneas de comunicación rusas, Ucrania empieza a ver los resultados de su ofensiva. El territorio recuperado se mide ya en centenares de kilómetros cuadrados y, lo más importante, no parece encontrar un enemigo motivado, preparado y capaz de lanzar contraataques para incomodar las conquistas ucranianas.
Al contrario, Rusia lleva perdiendo territorio de manera casi ininterrumpida desde que en julio de 2022 decidieron poner punto final a la que iba a ser la primera parte de su campaña con la toma de Severodonetsk y Lisichansk, en la región de Lugansk. Desde entonces, los avances han sido mínimos si descontamos lo conseguido por el Grupo Wagner en Bakhmut y al precio que se consiguió. Aquello se trató de un empeño personal de Eugeni Prigozhin para apuntalar su carrera política que no solo costó decenas de miles de vidas sino que puso en jaque la propia estabilidad del gobierno con una asonada que dejó grogui a Putin por primera vez en veintitrés años.
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Choca que Rusia se esté dejando empujar, aunque sea lentamente, cada vez más al sur. Cuando se habla de su defensa, se hace simplemente de sus trincheras y sus campos minados. Ni una referencia a sus tanques, su artillería, su fuerza aérea... Da la sensación de que Ucrania lucha contra un ejército completamente roto en pedazos: buena parte de sus líderes han sido purgados por sus críticas al ministro de defensa, Sergei Shoigú y al jefe de las Fuerzas Armadas, Valeri Gerasimov. El resto no sabe bien a qué carta atenerse entre tanta lucha de poder.
En medio, quedan decenas de miles de hombres perdidos en tierra hostil. Llevan meses a la defensiva, intentando limitar el número de bajas y poco más. Un bando compuesto en buena parte por movilizados sin apenas experiencia y presidiarios que buscan eludir sus condenas. El considerado "segundo ejército más poderoso del mundo" antes del 22 de febrero de 2022 lucha ahora por agarrarse a sus posesiones proponiendo una táctica que parece sacada de la I Guerra Mundial. No siempre con éxito.
La posible excepción de Kupiansk
El único punto del mapa donde Rusia podría estar avanzando, y es difícil afirmarlo porque extrañamente no hay confirmaciones visuales y la propaganda rusa se empeña en aportar como pruebas vídeos de hace meses, es en el área de Kupiansk. Se trata de una ciudad liberada el pasado mes de septiembre junto a buena parte del sudeste de Járkov y su importancia estratégica no es baladí: protegida por el río Oskil, conecta con la propia capital de la región por el este y con el eje Sloviansk-Kramatorsk por el sur. Incluso amenaza la seguridad de Izium, ciudad que fuera clave en los avances rusos por el Donbás la primavera del año pasado.
Por lo demás, es muy complicado saber exactamente cuál es la situación ahora mismo, pues toda la información que tenemos es de informadores rusos. Los ucranianos siguen su política de silencio absoluto en todos los frentes, anunciando solo aquello que pueden dar por seguro y confirmado. Este mismo lunes, la cadena CNN afirmaba que se estaba desalojando a los civiles de Kupiansk y que los rusos se encontrarían ya en la vecina Sinkivka. Las redes sociales no eran tan contundentes al respecto.
Lo más probable, en cualquier caso, es que la intención de este ataque sea distractoria. Igual que Ucrania no renuncia a incordiar a Rusia desde Jersón hasta la propia Kupiansk, un frente de cientos de kilómetros, es lógico que Rusia, a su vez, también quiera buscar alternativas que obliguen al ejército enemigo a desviar recursos desde zonas donde en principio serían más necesarios. Ahora bien, intentar averiguar qué hace Rusia atacando en el Oskil cuando no hace más que replegarse en Zaporiyia es tarea imposible. Tanto que el análisis habrá que dejarlo para más adelante, cuando las imágenes corroboren los teletipos.