En un barco de rescate bajo los bombardeos en Jersón: "¡Quietos! Tenéis drones encima"
EL ESPAÑOL acompaña a voluntarios que evacuan civiles tras el derribo de la presa. La artillería del Kremlin atacó la ciudad tras la visita de Zelenski.
9 junio, 2023 03:09El hombre grita, pero no entendemos. El ruido del motor de la lancha enmascara sus palabras, aunque parece apagarse cuando escuchamos el silbido de un proyectil sobre nuestras cabezas. Medio pensamiento y una mueca. No hay tiempo para más cuando pasa tan cerca. El patrón suspira. Esta vez el fuego ruso ha pinchado en tierra.
La barca a la que se ha subido EL ESPAÑOL para cubrir el desastre humanitario tras la voladura de la presa de Nova Kajovka acelera. Nos rodean cabezas de farolas y señales de tráfico. Estamos en la Jersón inundada y aquí el número de pisos de los edificios es una incógnita. Al de en frente, el agua le llega por el tejado, según comprobamos al alcanzar la posición de dos uniformados que utilizan los cables rotos de la luz para mantener su bote pegado a la pared de la vivienda.
“¡Quietos! Tenéis drones encima. Están corrigiendo las coordenadas (de la artillería rusa)”. En la guerra, cuando el walkie talkie ordena, el resto obedece. Por más que el suelo sea ahora un mar improvisado, un paso en falso termina con cualquiera.
Son las once de la mañana y Zelenski ha aparecido en la ciudad. Mientras, Yulia, Eugene, Darik, Pieter y un grupo de amigos preparan botes hinchables con los que rescatar perros, gatos y personas -por ese orden, porque cada vez menos vecinos quieren abandonar su hogar-. Algunos llevan motor, otros tan solo un par de remos con los que recorrer las calles de Jersón más cercanas al río Dniéper.
Según fuentes oficiales consultadas por Associated Press, al menos 14 personas habrían fallecido desde el martes. Y se prevé que la cifra vaya en aumento. También hay desaparecidos y decenas de miles de ucranianos sin agua potable. Muchos de ellos son los que aguardan la llegada de botes para su evacuación. Al menos en el lado controlado por Kiev.
"La gente está sentada en los tejados, sin comida ni agua, expuesta al sol y a los bombardeos", criticó este jueves Mikhail Podolyak, asesor del mandatario ucraniano, ante la inacción del Kremlin en la orilla ocupada.
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Google Maps en la ciudad hundida
Diez minutos en coche, una hora y 12 minutos a pie. Google Maps señala que estamos a 5,7 kilómetros del centro de Jersón. Lo que no dice la aplicación es cuanto se tarda en barca. Por eso la ayuda de vecinos curiosos que han decidido quedarse es vital para encontrar a los que quieren ponerse a salvo.
A las dificultades habituales de un rescate, se le añade la comunicación. La mayoría de viviendas ya no tiene acceso a la red eléctrica. Las indicaciones de familiares para encontrar a sus parientes casi nunca son suficientes y hace falta gritar bloque por bloque.
“Mientras me queden conservas y pan, no pienso moverme”, chilla una señora desde la orilla para que no perdamos tiempo en acercarnos. Un mensaje que se repite a lo largo de varias horas. Hombres y mujeres que aguardan la bajada del nivel del agua. Parecen entretenidos. Y, quizás, a falta de radio y televisión, no haya mayor pasatiempo que observar decenas de lanchas dando vueltas entre árboles caídos, postes de luz, cúpulas doradas y carteles de negocios que tardarán mucho tiempo en volver a abrir, por más que baje la marea.
“Mira, ahora estamos encima de la gasolinera”, dice Darik, mientras suelta el timón para grabar un vídeo con el móvil. Yulia se encarga de darle órdenes para evitar golpear la embarcación con los objetos que sobresalen del agua.
También se ven contenedores flotando. Y lanchas llenas de objetos de valor. Y una señora tomando el sol en bikini en el techo de su portal. Y nueve perros callejeros caminando por el tejado de un antiguo bazar. Su hambre es tan grande que ni siquiera el fuerte ruido metálico de la endeble cubierta les asusta. Un caso raro. Como nadie puede reclamarlos, no los suben a bordo. Los siguientes días habrá que regresar para alimentarlos.
Después de varios intentos infructuosos recorriendo las afueras de la capital, toca regresar a la base improvisada junto a la orilla occidental de Jersón, para que un nuevo equipo continue el trabajo.
Discutir a río abierto bajo fuego ruso
Sin embargo, siempre hay algo que puede salir mal. Por ejemplo, acabar navegando bajo fuego ruso. Y aunque discutir en medio de un ataque artillero no parece buena idea, menos aún si compartes una pequeña barca y hay que remar para ayudar al motor, son muchas horas dando vueltas bajo el sol. Por eso a Pieter le irrita que Darik se ría por su petición de cruzar el río a toda velocidad.
“Son los Caesar franceses. Un lujo para Ucrania. Muy buena calidad”, responde con tono burlón. Su sonrisa desaparece al escuchar el primer silbido sobre nuestras cabezas. ¡PUM! El humo del centro de Jersón confirma lo que Pieter intuía. No eran disparos de salida. Al incrédulo del grupo no le queda más opción que apretar al máximo su muñeca para darle gas al bote.
La embarcación rompe las olas. Estamos solos atravesando unas aguas en las que ya no queda nadie. Y ahora sí, las baterías ucranianas responden, regalando unos minutos extra para intentar alcanzar los bloques de edificios más cercanos a la orilla.
¿Sería mejor haberse quedado en los suburbios? ¿Es buena idea ir donde los rusos atacan? No parece el mejor escenario para seguir la discusión. Sólo se oye el ruido de motor de una lancha que parece apagarse cuando un nuevo fiiiiiiiiiiu se escucha sobre nuestras cabezas. Medio pensamiento y una mueca. No hay tiempo para más cuando pasa tan cerca. El patrón suspira. El fuego ruso ha pinchado en tierra.
“¡Cubríos! ¡Que no es nuestra gente, son los putos rusos!”, gritan dos uniformados parapetados tras la pared de un edificio inundado. No muy lejos, en una ubicación que piden no revelar, más soldados se refugian en viviendas que ahora tienen “salida al mar”.
El resto, aunque lento, sucede muy deprisa. Conversaciones militares, órdenes por el walkie talkie y una misión: alcanzar la orilla, moviendo el bote de edificio en edificio, rozando la barca a babor y estribor. Hasta que hartos de la espera, los jefes de expedición deciden salir del agua. Y entonces solo queda acelerar. Y los gritos de la policía, y una carrera hasta la segunda línea de edificios, donde los equipos de emergencias se esconden de un ataque que ha dejado nueve heridos en la misión de rescate.
"Esto es peor que Afganistán", resopla Pieter, que también cubrió el conflicto durante ocho años. "Allí los acuerdos se respetaban y había algo de humanidad". Los ocho meses de ocupación, las cámaras de tortura y los centenares de muertos por bombardeos tras recuperar Ucrania el control es la impronta rusa en la ciudad. No hace falta que nadie se lo explique a los habitantes de Jersón.