A la guerra energética que Putin declaró sobre Occidente tras atacar Ucrania se suma ahora, de facto, un nuevo frente. La retirada unilateral de Rusia del ‘pacto del grano -rubricado el pasado mes de julio bajo el beneplácito de la ONU- que permitía a Ucrania exportar a través del mar Negro productos agrícolas y fertilizantes de forma segura, amenaza con agravar la recesión que se cierne este invierno sobre el viejo continente.
Ucrania es el granero de Europa. De sus puertos parten grandes cargueros copados de la materia prima con la que Europa transforma, elabora y cocina. Su sitio naval por parte de Moscú impidió, durante los primeros compases de la guerra, la exportación de estos materiales a Europa, generando una tirante situación que quedó resuelta con el mencionado pacto.
Apenas tres meses ha durado este acuerdo. El pretexto de la ruptura ha sido el ataque con drones que el ejército ucraniano ha perpetrado sobre la flota rusa ubicada en el estratégico enclave de Sebastopol, dentro de la anexionada Crimea. El bandazo reviste de una gravedad, por el momento, incalculable, aunque el propio ministro de Exteriores de Ucrania, Dmitro Kuleba, ya defina como los prolegómenos de unos “juegos del hambre”.
Antes de comenzar la guerra, Ucrania exportaba seis millones de toneladas anuales. Esta cifra ha quedado mermada, reducida a una cuantía que amenaza con provocar una escasez de provisiones en pleno invierno. Kiev solo fue capaz de exportar tres millones de toneladas durante el periodo en el que el corredor estuvo abierto, la mitad de lo que anualmente acostumbra a enviar lejos de sus fronteras.
En cifras del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, en el momento de la firma del acuerdo, 47 millones de personas corrían riesgo de sufrir “hambre de forma aguda” debido a las carencias que producía la mencionada tesitura. Aunque esas cifras no fueron actualizadas en la tarde de ayer, se presume que, incluso, podrían ser superiores.
La cosecha, en términos absolutos, no ha sido buena. Parte del campo ha sufrido incendios por los combates, la infraestructura -tractores y demás enseres- fueron requeridos para su uso en parte del frente y, para más inri, gran parte de la fuerza laboral no está disponible para recoger la siembra dado que se encuentran en el frente.
No en vano, la tesitura preocupa a Europa, cuya reacción apenas se demoró en la tarde de ayer. La Unión Europea (UE) remarcó su apoyo a los esfuerzos, liderados en este caso por la ONU, para mantener vivo el acuerdo. "Subrayamos que todas las partes deben abstenerse de cualquier acción unilateral que ponga en peligro la Iniciativa de Granos del Mar Negro, que es un esfuerzo humanitario crítico que está teniendo un claro impacto positivo en el acceso a los alimentos para millones de personas en todo el mundo", aseveró Nabila Massrali, portavoz de Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Comisión Europea.
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El acuerdo debía prolongarse durante 120 días y renovarse en caso de que la guerra no hubiera terminado dentro de ese periodo. Los barcos que se desplazaban al mar Negro eran revisados exhaustivamente antes de entrar en las ‘aguas de conflicto’ para asegurar que no portaban armas. Este fue uno de los puntos en los que más insistió Putin, llegando incluso a retrasar la entrada en vigor del pacto.
No solo Europa, también parte de África se enfrenta ahora a esta amenaza. En este sentido, en aras de continuar aumentando su influencia en el continente, Rusia pretende aprovechar la tesitura y erigirse en salvador del pueblo africano. Primero, impidiendo que Ucrania le envíe grano y, segundo, enviando gratis los alimentos. En la misma tarde de ayer, Moscú se mostró dispuesta a enviar 500.000 toneladas de grano a los países pobres. Una nueva tentativa por parte de Rusia a fin de buscar nuevos aliados en países lejanos, pues entre sus vecinos, se queda sin ellos.