Emmanuel 'Bonaparte' Macron, cuatro paralelismos con el emperador de Francia
Favorito de los sondeos frente a Le Pen, el actual presidente cierra campaña por la izquierda tras atracar a la derecha y gobernar al estilo bonapartista.
24 abril, 2022 02:58Noticias relacionadas
¿Pero este Macron es de derechas o de izquierdas? En los últimos cinco años me han hecho esa pregunta infinidad de veces desde la España polarizada. Este artículo, escrito la víspera de la segunda vuelta de las elecciones en la que Emmanuel Macron ha salido reelegido, es la respuesta. No es sencilla porque el personaje tiene sus meandros. Para los impacientes, adelanto la conclusión, Macron es un bonapartista. Pasen y lean, por favor.
Macron (Amiens, 21-12-1977), escolar brillante, tuvo una formación de élite (Sciences Po, ENA) a la que siguió el ingreso en la Inspección de Finanzas (2005). Cumplidos los 30, ficha por la Banque Rothschild y se casa con Brigitte (Amiens 13-4-1953), la profesora que dirigía el grupo de teatro en el liceo donde había estudiado Macron. Mantenían una relación desde que él tenía 17 años lo que originó un comprensible escándalo en su momento porque ella estaba casada y tenía tres hijos.
Militante del Partido Socialista (2006-2009), toma parte en la campaña que lleva al Elíseo a François Hollande en 2012. Su carrera política es breve y sube un escalón cada dos años. Entra en el equipo del nuevo presidente como secretario general adjunto. En 2014 es nombrado ministro de Finanzas del gobierno que dirige Manuel Valls. En un acto con empresarios, se define como "socialista". Dimite en 2016 para ser candidato a la presidencia con su propia marca 'En Marcha', que coincide con sus propias iniciales.
Gana tras aplastar al PS (6,3%) y acuñar un lema bipartisano "al mismo tiempo". Su primer gobierno tiene socialistas en Interior y Exteriores pero está dirigido por un hombre procedente de la derecha, Édouard Philippe. La cartera de Economía es para otro hombre de derechas, el brillante Bruno Le Maire, quien conservará el cargo durante toda la legislatura.
Su obra de gobierno está llena de medidas propias de la derecha liberal, singularmente, la supresión del Impuesto sobre la Fortuna (Patrimonio). Las crisis de los chalecos amarillos y de la Covid han teñido su trayectoria de patriotismo económico (reindustralización) y de apoyo a los sectores paralizados por el confinamiento (cultura, restauracíón). Au revoir, control del déficit; Bonjour, Monsieur Colbert.
Ha bajado impuestos por valor de 50.000 millones, en cinco años. El paro ha descendido hasta el 7,4% de la población activa, el mejor registro desde 2008. Las reformas institucionales, aplazadas. Ídem con la reforma de la jubilación cuyo trámite parlamentarlo abortó la pandemia. No logró apenas nada en Europa con excepción del Fondo de recuperación (750.000 millones), financiado mediante un préstamo mancomunado de la UE, una primicia importante. Cierto es que las crisis (chalecos amarillos, Covid, Brexit, Ucrania) tampoco han dejado mucho margen de actuación a nadie.
Un balance aseado. Pero, de derechas. Encaró tarde los problemas de seguridad e inmigración clandestina, así que en materia de seguridad sólo puede presumir de haber contratado 10.000 policías más. Su apuesta, tardía, por la energía nuclear ha quedado sólo esbozada.
Tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2019, en la que su lista Renacimiento terminó a unas décimas de la pro Le Pen, sus eurodiputados se integraron en el grupo centrista con Ciudadanos.
Convencido de que su reelección sólo era posible si lograba robarle los votos a la derecha, como en 2017 hizo con la izquierda, ha cultivado una relación especial con su auténtico líder, Nicolas Sarkozy. Trenzada en tres pilares: admiración mutua, desprecio común por Hollande, y buena química entre sus esposas, Brigitte y Carla Bruni.
Macron le llama por teléfono con frecuencia, le consulta las grandes decisiones y tiene en cuenta sus recomendaciones en los nombramientos clave. Así en la remodelación de verano de 2020, fueron nombrados Jean Castex (primer ministro) que había sido secretario general del Elíseo con Sarkozy y Gérald Darmanin (ministro de Interior) su portavoz.
Ahora, 'Sarko' aspira a un acuerdo en las legislativas que permita a la derecha salvar los muebles (50 escaños). Y le ha sugerido que nombre a Christinne Lagarde primera ministra, según reveló Les Echos. Cabe recordar que la hoy directora del Banco Central Europeo fue ministra en el mandato de Sarkozy. Hace un par de meses, Macron la condecoró con la Orden del Mérito, en una ceremonia muy privada.
Todos esos enjuagues debieron tener como marco el Elíseo, donde Macron invitó a comer a Sarkozy el 28 de enero, día de su cumpleaños. Atento al detalle, el presidente le regaló una caja de sus chocolates preferidos.
El líder incontestable de la derecha, fuera de juego por sus problemas con la Justicia, ha hecho estos meses todo lo que estaba en su mano por la victoria de Macron: primero, no apoyó a la candidata de su partido, Valérie Pécresse. Tras su eliminación bochornosa, Sarkozy ha roto su silencio para anunciar que votará por Macron.
Además de cortejar a su antecesor, el presidente saliente ha llevado a cabo en estos años una campaña de demolición metódica de la derecha. Notables como los alcaldes de Niza o Tolón, o diputados de postín como Éric Woerth se integraron en la mayoría presidencial hace tiempo.
Luego están las ideas. La candidata de la derecha, Pécresse, acusó a su rival de "fotocopiar" su programa en referencia al retraso de la edad de la jubilación a 65 años, la reforma del impuesto de sucesión o la obligación de quienes reciban un subsidio llamado renta de inserción a dedicar 20 horas semanales a una actividad de preparación profesional.
Desde el día siguiente a la primera vuelta, Macron ha salido de cacería en tierras de la izquierda. Literalmente. Este jueves estuvo en Saint Denis, al norte de París, una ciudad con alcalde socialista y donde el candidato izquierdista Jean Luc Mélenchon recogió hace dos domingos el 61% de los votos mientras él se quedaba en el 16%.
Acogido con gritos de "Saint Denis en cólera, hartos de miseria", escuchó que un paisano le reprochara su "arrogancia" como repiten los partidarios de Le Pen desde que su lideresa perdiera el debate. Él no se arrugó: "Dicen eso porque se han quedado sin argumentos. Si no me gustara la gente, ¿cree usted que iría a su encuentro cada día?" Y siguió con el baño de masas, los selfies etc. Hasta se quitó la chaqueta y se puso unos guantes de boxeo para intercambiar unos golpes con un entrenador. Macron es bueno en las distancias cortas. Doy fe. Y tiene una gran cualidad. Parece no tener prisa. Estrecha todas las manos y sale sonriente en todas las fotos.
Entonces, ¿Macron es "al mismo tiempo" de derechas y de izquierdas? Sinceramente, creo que lo que mejor define su estilo de hacer política es el término 'bonapartista'.
No, no pasea, la mano entre los botones de la camisa, por el Elíseo, donde Napoleón planificó la campaña de Rusia y firmó su abdicación tras la derrota de Waterloo. Ni va a reclamar el trono de Francia cuando concluya su segundo mandato, si gana en las urnas. El bonapartismo no es una ideología, ni una corriente política ni una logia, pero Macron participa de tal modo de sus características esenciales que es "más bonapartista de lo que él se cree o incluso desea".
La cita procede del libro "Emmanuel el audaz" escrito por Alain Duhamel, el analista político más agudo de Francia, que ha entrevistado a todos los presidentes desde Mitterrand. Un capítulo está dedicado al bonapartismo de Macron.
¿Vidas paralelas? No, no es eso. "Bonaparte es un genio. Macron, alguien con talento. No hablamos de Napoleón, monstruo de gloria inigualada que llevó a Francia a lo más alto, devorando soldados, arruinando pueblos, tiranizando Europa, el monarca más grande de Francia y el peor enterrador de hombres, Estados y libertades. Macron no es ni un genio, ni un héroe ni un mito. Su desmesura no traspasa los límites de la legitimidad republicana. No es, desde luego Bonaparte. Sólo bonapartista".
"Y esto implica carisma y arrogancia, concentración de poder y vastas ambiciones, democracia plebiscitaria y personalización, modernidad, hambre de reformas, gusto por la ruptura y las puestas en escena teatrales. Se proclamó disruptivo y lo es. Hombre de rupturas y descomposiciones, más hábil para deshacer que para reconstruir".
Duhamel sintetiza el bonapartismo en cuatro características esenciales. Que, por supuesto, cumple Macron. Primero, la ruptura. La ruptura de Napoleón es, claro está, el golpe de Estado del 18 de Brumario, "un cambio de régimen, el entierro del Directorio y el fin de la Revolución". La victoria de Macron en 2017, es una ruptura política que supuso el hundimiento de los dos partidos que eran los pilares institucionales de la V República. Los conservadores herederos del gaullismo y los socialistas.
Segundo componente, la ambición. Para Duhamel, "Napoleón soñaba conquistar el mundo. En Italia se imaginaba César; en Egipto, un nuevo Alejandro. La ambición de Macron, menos homérica, es política. Quiere ser más que una alternancia de poder pero menos que un cambio de régimen. Aspira a transformar la sociedad, quiere una Francia más ambiciosa y una soberanía europea inédita".
Tercer plato: la autoridad, que en Bonaparte "se vuelve rápidamente autocracia". Cómo no ver el paralelismo entre "el Emperador que no toma nunca una decisión en consejo de ministros. Los ministros le visitan, exponen y le dejan la decisión a él solo", según observa el historiador Patrice Gueniffey, y la gestión de la pandemia de Macron. Rodeado de un consejo científico pero tomando las decisiones solo. El consejo de ministros se siguió reuniendo todos los miércoles pero el debate tenía lugar en un consejo de Defensa. Restringido a los ministros concernidos pero con otros cargos invitados. Protegido por el secreto de un gabinete de guerra, antes excepcional, ahora semanal.
Queda la encarnación. "Macron la vive, la mantiene y la pone en escena", apunta Duhamel. Abundan los ejemplos. Empezando por la celebración de su victoria electoral de 2017 en el Louvre, con la pirámide a su espalda y frente el Arco de Triunfo del Carrusel a la gloria de Napoleón. Llegó al escenario solo, en penumbra, a los acordes de la "oda a la alegría" de Beethoven, el himno de la Unión Europea. "La atención extrema que presta a su comunicación y a su imagen le une al bonapartismo". El Emperador tenía a David; Macron, la televisión.
Y así llegamos a la conmemoración del bicentenario de la muerte de Napoleón. Macron, a diferencia de sus predecesores, sí celebró una efeméride bonapartista. Con un discurso, para matizar luces y sombras, ante el Instituto de Francia, que reúne a las cinco academias y cuyos miembros visten un uniforme que data del primer consulado y se tocan con bicornio. "La vida de Napoleón es una oda a la acción política, a los que se niegan a aceptar los destinos asignados de antemano, las existencias escritas ya por adelantado", dijo en mayo de 2021, al cumplirse 200 años de la muerte del Emperador en su exilio de Santa Elena.
Y luego, solo, depositó una corona de flores ante la tumba de los Inválidos. Allí yace Bonaparte en un sepulcro majestuoso. Pero el bonapartismo está vivo.