Varios cientos de civiles ucranianos armados con fusiles de madera juegan a la guerra en las ruinas de una antigua fábrica de tractores en Kiev, donde aprenden los rudimentos de la defensa de la ciudad en caso de invasión rusa.
"Hoy nos enfrentamos a la mayor amenaza de un ataque ruso desde 2014", explica el primer comandante del batallón ultranacionalista Azov, Andréi Biletski, en alusión a la anexión rusa de Crimea y la sublevación armada en el Donbás.
A la fábrica ATEC, convertida en centro de entrenamiento de esa formación paramilitar que combatió contra las milicias prorrusas en el este del país y ahora está integrada en el Ejército, acuden más de 500 hombres y mujeres.
"No caigas en el pánico, prepárate", es la convocatoria lanzada por Azov, que ha movilizado a miles de residentes en la capital ucraniana para participar en ejercicios de instrucción militar y defensa civil.
La concentración de más de 100.000 tropas rusas en las cercanías de la frontera ucraniana es una amenaza de "gran envergadura" a la que no se puede dar una respuesta simétrica, afirma Biletski, ya que "Rusia es una potencia nuclear y su poderío militar y demográfico supera varias veces" el de Ucrania.
Por ello, añade, es preciso estar preparados para dar una "respuesta asimétrica" en la que los civiles jugarían un papel primordial. En estas circunstancias, es vital que prime la organización y no el pánico.
Los voluntarios que llegan a la fábrica se organizan en tres columnas: una para los más experimentados, algunos veteranos del este ucraniano; otra para novatos que quieren aprender elementos tácticos básicos y adiestrarse en el uso de armas; y un tercero, interesado en la defensa civil.
A diferencia de las tropas regulares ucranianas o las emergentes Unidades de Defensa Territorial, que precisan de trámites de alistamiento y juran como soldados, a este ejercicio ha acudido un público diverso, mayormente joven, sobre los 20 años de edad, que no tiene más compromiso que su deseo de defender la patria.
A cada paso hay carteles con el escudo de Azov, adornado con el símbolo rúnico del batallón que recuerda a la cruz gamada nazi, aunque el grupo paramilitar niegue su vinculación con esta ideología.
Más sudor, menos sangre
Algunos voluntarios visten uniforme militar, ya sea de camuflaje, caqui o negro, pero la mayoría simplemente va de civil, con el único requisito de no helarse durante una larga jornada invernal de ejercicios al aire libre.
El general Serguéi Krivonós, vicesecretario del Consejo de Seguridad y Defensa de Ucrania (SNBO), arenga lacónico a la formación.
"Mientras más suden en estos ejercicios, menos sangre se derramará en el combate", advierte el militar, curtido en batallas como comandante adjunto de las Fuerzas de Operaciones Especiales en el Donbás.
Los voluntarios se reparten en grupos para hacer ejercicios tácticos, practicar la evacuación de heridos, aprender a actuar en los puestos de control en caso de detección de sospechosos, dominar el manejo de armas o la fabricación de cócteles Mólotov.
"Son conocimientos que es bueno tener incluso si nunca llego a necesitarlos", comenta Irina, una economista que pasa de los 30 años y que expresa su confianza en que no haya una guerra con Rusia.
Tener conocimientos básicos sobre primeros auxilios o sobre cuál debe ser la conducta en caso de emergencias "ayuda a evitar el estrés, la ansiedad, y sentirse mejor preparadas desde el punto de vista psicológico", dice.
Reparten a los voluntarios fusiles de madera. Con ellos practican desplazamientos en el terreno, aprenden tácticas de ofensiva o retirada, descubren cómo combatir en interiores en las ruinas de la fábrica.
Para mayor veracidad imitan los disparos con la boca, por lo que por momentos parece más un juego de niños que un ejercicio militar.
Sustituir al Estado
Sin embargo, se trata de algo muy serio, según Biletski, quien lamenta que los esfuerzos de los veteranos del Donbás y particularmente de Azov, encaminados a legalizar la defensa territorial del país, concluyeran con la aprobación de una ley que es papel mojado.
"El Estado entierra su cabeza en la arena como un avestruz", denuncia. Por ello, Azov tuvo que emprender esta iniciativa, en la que participan unos 70 instructores, todos con experiencia de combate en el este de Ucrania.
No son condescendientes ni complacientes, las potentes voces de mando se escuchan desde diversas partes de la fábrica, mientras los voluntarios repiten una y otra vez los ejercicios.
"Esperamos lo mejor, nos preparamos para lo peor", dice Nadezhda, una joven que se define irónicamente como "plancton de oficina" bien distante de estos avatares castrenses.
Es la primera vez que participa y piensa regresar, ya que mientras se mantengan las tensiones entre Moscú y Kiev "no quedará más remedio".