Durante décadas, el gaullismo ha definido la esencia republicana francesa. Esa mezcla de patriotismo, orden y racionalismo que tan bien define al país de René Descartes. Desde el final de la II Guerra Mundial, Francia ha sido básicamente un desarrollo del gaullismo con algunas excepciones muy contadas: más allá de sus sucesores "oficiales" -Pompidou, Giscard D'Estaing, Jacques Chirac o Nicolas Sarkozy- incluso el socialismo tuvo que encontrar a una figura como François Mitterrand para llegar por fin al Elíseo. Mitterrand, rival de De Gaulle en 1965, era un ferviente admirador del general, algo que no ocultó nunca durante su carrera política.
Quizá, por eso mismo, Mitterrand siempre entendió que su supervivencia política dependía exclusivamente de que el gaullismo estuviera dividido, o de que el votante conservador encontrara otra alternativa. Mitterrand partía de la base de que, si Francia puede votar a un candidato de centroderecha, sensato, y con un alto sentido de su país, lo va a hacer siempre, más allá de revoluciones y mayos del 68. De entrada, si consiguió ganar las elecciones de 1981 fue por la traición de Chirac a Giscard D'Estaing. Avanzada la década, hizo todo lo posible por fortalecer electoralmente a un político de provincias sin importancia alguna y con un partido minoritario, llamado Jean-Marie Le Pen. Su objetivo, de nuevo, sembrar cizaña.
La reforma electoral de 1985, por la cual el modelo de mayorías daba paso a uno proporcional en la Asamblea Nacional francesa, hizo que el Frente Nacional pasara de cero a treinta y cinco diputados en 1986, en las únicas elecciones legislativas que se han celebrado bajo este sistema, pues en 1988 se volvió a la doble vuelta. La llegada de Le Pen a las instituciones, a los medios y al debate político abrió una fractura en la derecha y entre algunos votantes de izquierdas que se sentían amenazados por la inmigración en ciudades como Marsella. Mitterrand necesitaba a Le Pen para mantener a raya a los Balladur, Chirac y compañía y ocupar él mismo el centro. Nunca pensó que el experimento se le fuera a ir de las manos.
O quizá sí, nunca lo sabremos. Cuando François Mitterrand murió en 1996, parecía imposible que Le Pen consiguiera intercalarse entre los dos partidos mayoritarios de la derecha (la UDF y el RPR) y los dos representantes de la izquierda (el PCF y el PS). Seis años más tarde, en las elecciones presidenciales de 2002, sucedió lo impensable: el primer ministro socialista Lionel Jospin caía por menos de doscientos mil votos al tercer puesto en la primera vuelta… lo que convertía la segunda vuelta en un duelo entre Le Pen y Chirac. Jospin apeló entonces a la unidad de los demócratas y Chirac ganó sin demasiadas complicaciones, con el porcentaje más alto, de hecho, de cualquier candidato en una segunda vuelta (82,21%).
Cómo Zemmour ha descolocado las expectativas
Aquellas elecciones marcaron un antes y un después para la extrema derecha francesa. Pese a la crisis de liderazgo que se llevó por delante a Le Pen y los problemas que encontró su hija Marine para reflotar el proyecto, nadie supo aprovecharse en Francia de la crisis financiera de 2008 como el Frente Nacional. En 2012, superaron los seis millones de votos en la primera vuelta; en 2014, ganaron las elecciones al Parlamento Europeo (cosa que repetirían en 2019) y en 2017 se aprovecharon de la división del centroderecha y de los escándalos de François Fillon para volver a colarse en la segunda vuelta de las presidenciales.
A falta de seis meses para las elecciones, Fillon dominaba en los sondeos, seguido de lejos por Le Pen, Melenchon y el ambiguo Macron, sin duda el más personalista de todos ellos y capaz, como De Gaulle, de inventarse y liderar un proyecto propio que dependiera únicamente de su carisma y apelaciones difusas al republicanismo. Poco tardó Macron en adelantar a todos y menos aún tardó Fillon y el gaullismo en venirse abajo entre las acusaciones de corrupción y la desidia que acompaña a todo partido que se cree ganador antes de tiempo. En su lucha contra Le Pen en la segunda vuelta, el líder de La Republique En Marche! ganó con el 66,10 por ciento de los votos, más de quince puntos menos de los conseguidos por Chirac quince años antes.
Marine Le Pen había conseguido un aura de legitimidad que la hacía candidata a todo cinco años después. De hecho, Le Pen y Macron se han ido repartiendo el primer lugar en los sondeos durante los últimos dos años. Todo, hasta este verano, cuando los medios empezaron a avivar la posible candidatura del polemista Eric Zemmour. Tanto empujó la prensa que Zemmour, un hombre de ideas basadas en el supremacismo y un nacionalismo racial que entiende al extranjero como un enemigo, no tuvo más remedio que presentarse, para espanto del Frente Nacional, que veía cómo su votante potencial encontraba otra opción más radical y, quizá, más deseable.
Igual que sabemos que Mitterrand fue uno de los responsables del auge del Frente Nacional en los ochenta, aún no está del todo claro quién está detrás del fenómeno Zemmour. Lo que sí sabemos es que ha provocado un cataclismo que se veía venir casi desde el primer momento: como lleva tiempo anunciando EL ESPAÑOL, la división de voto de la ultraderecha podía provocar que ninguno de sus dos candidatos llegara al 20 por ciento que casi garantiza alcanzar la segunda vuelta. A su vez, eso abría la puerta a Les Republicains, los gaullistas de toda la vida, quienes, de meterse en la vuelta final podrían amenazar el triunfo del hasta ahora indiscutido Macron.
Marine Le Pen, ¿fuera en la primera vuelta?
Dicha asunción partía de la propia asunción de Mitterrand: si los franceses pueden votar a un candidato razonable de centroderecha, tienden a hacerlo. En este caso, a una candidata, Valérie Pécresse, presidenta del Consejo Regional de la Ile-de-France (el departamento que incluye a la capital, París) desde 2015. Pécresse se impuso hace menos de un mes en las primarias a cuatro rivales de la formación neogaullista, entre ellos, al gran favorito en las encuestas, Xavier Bertrand. El impacto de su elección ha sido inmediato: los sondeos publicados en los últimos días ya la colocan en un empate con Le Pen por el segundo puesto… y muy cerca de Macron en una posible segunda vuelta.
Empecemos por el principio. ¿Qué puede pasar en la primera vuelta? Solo un escándalo de proporciones gigantescas podría dejar fuera al actual presidente Macron. No es una apuesta demasiado arriesgada considerar que esta primera vuelta de las presidenciales es, en realidad, una especie de primaria para elegir a su rival. Tampoco es arriesgar demasiado descartar a Zemmour de esa pelea. Pese a su presencia mediática y el impulso inicial de su candidatura, ninguna encuestadora le da por encima del 12-13 por ciento, y con eso no se va a ningún lado.
El asunto, ahora mismo, parece cosa de dos: Marine Le Pen y la citada Valérie Pécresse. Ambas están empatadas en torno al 16-17 por ciento de los votos -la media de sondeos coloca a Le Pen unas décimas por delante, siempre en las cifras señaladas- y la clave estará en quién consiga movilizar mejor al votante de Zemmour que, a última hora, decida recurrir al voto útil. Si la candidatura del columnista no termina de despegar, es más que probable que una parte de su electorado decida apoyar otras opciones que puedan competir mejor contra Macron. En principio, eso beneficiaría a Marine Le Pen, pero habrá que ver qué es capaz de hacer Pécresse.
La reelección de Macron, en peligro
Igual que en 2002, o en 2017, llegar a la segunda vuelta había sido un éxito histórico para el Frente Nacional, quedarse fuera en 2022 sería un batacazo descomunal. Hablamos, insisto, de un partido que ha ganado las dos últimas elecciones europeas, que disputó el Elíseo a Macron en la última convocatoria de las presidenciales y que ha liderado los sondeos con más de diez puntos de ventaja sobre el tercero durante más de dos años. Nadie dudaba de que Marine Le Pen volvería a luchar por la presidencia. La duda era hasta qué punto podría recortarle a Macron los treinta puntos de diferencia de 2017.
Ahora, eso ya no está tan claro. Del mismo modo, Macron tiene muchos motivos para la inquietud. Si su rival volvía a ser Le Pen, lo lógico era pensar en unos resultados muy similares a los de hace cinco años. Aunque la extrema derecha ya no dé el miedo que daba hace dos décadas, el "republicanismo" sigue siendo mayoritario en Francia y volvería a volcarse con el candidato más cercano al sistema. Macron lo tenía hecho para la reelección. En una segunda vuelta contra una candidata de centroderecha, la cosa cambia.
Eso no quiere decir que el actual presidente no siga siendo el favorito. Lo es. Las mismas encuestas de las que hablábamos con anterioridad, le dan una ventaja de seis puntos sobre Pécresse… por doce que sacaría a Le Pen en caso de que el Frente Nacional pasara a la segunda vuelta. Ahora bien, seis puntos no es nada y Macron no podría contar con una movilización externa como la de 2017. El votante de Melenchon o el votante de Hidalgo -que alguno habrá- puede movilizarse a favor de un candidato centrista si en la otra esquina percibe una amenaza a la República como tal.
Otra cosa es lo que ese votante vaya a hacer ante un duelo entre centristas y gaullistas. Ahí ganará el que mejor sepa encarnar los valores del viejo general. A Macron, la verdad, se le da bastante bien: es autoritario cuando tiene que serlo, sabe hacer suyo el país y no teme dar su opinión en aspectos internacionales, aún a riesgo de molestar a este o al otro. Con todo, el aparato gaullista como tal está en el otro lado, en el de Pécresse. Y es un aparato electoralmente potente. Las elecciones, que han parecido un trámite durante los últimos dos o tres años, han dejado de serlo. Cada movimiento a partir de ahora y hasta el 10 de abril puede resultar decisivo.