El 'no' de Xi a la invitación de Trump a asistir a su toma de posesión estrena otra etapa de la nueva guerra fría
- Trump decidió invitar al presidente chino a su investidura del 20 de enero pese a basar buena parte de su campaña en el ataque sistemático al gigante asiático. Xi no ha dudado a la hora de rechazar el ofrecimiento.
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El presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, parece obsesionado con hacer de su investidura un verdadero espectáculo internacional. Con la idea de remarcar la grandeza de su país y ensalzar su figura como líder mundial, Trump está en negociaciones con dirigentes de todo el mundo para que acudan a Washington el próximo 20 de enero. Aunque es habitual que los países manden delegaciones a la Casa Blanca cuando toma posesión un nuevo presidente, el perfil normalmente suele ser bajo, quedando más bien como un evento nacional mezcla de política, música y festejo.
Sin embargo, Trump ha decidido apostar por todo lo alto. Descartado Vladimir Putin por razones obvias -ambos países están en guerra, o al menos eso sostiene el Kremlin-, el líder republicano decidió mandar una invitación a Xi Jinping, presidente chino y secretario general del Partido Comunista. La maniobra pilló a todo el mundo con el pie cambiado, especialmente teniendo en cuenta la beligerancia de Trump respecto a la economía china, el anuncio de inmensos aranceles a sus productos como uno de sus activos electorales y la elección de Marco Rubio como próximo Secretario de Estado, un firme defensor de la independencia de Taiwán.
La apuesta era claramente personalista. Trump presume de mano de hierro en lo público y de carisma en lo privado. Es algo que ha hecho siempre, desde sus inicios en la fama allá por los años setenta y ochenta. La invitación a Xi era una manera de decirle: “Mira, nuestros países tienen intereses encontrados en muchos aspectos, pero tú y yo podemos llevarnos bien y arreglarlos”. Es un enfoque idéntico al que mantiene con el propio Putin y no en vano ha mostrado repetidas veces su admiración pública por ambos autócratas.
La guerra económica que viene
Ahora bien, desde Pekín no han tardado en rechazar la invitación por considerarla inoportuna. La imagen de Xi Jinping en medio de un homenaje a un presidente estadounidense elegido democráticamente sería del todo inapropiada e incompatible con sus valores y sus aspiraciones de gran potencia mundial. Ni a Xi ni al resto de su gobierno le gustan los juegos ni los dobles lenguajes. En ese sentido, son tremendamente prácticos en todo lo que respecta a su política exterior: si alguien hace del enfrentamiento económico su caballo de batalla, no puede esperar a cambio distensión alguna.
La imprevisibilidad de Trump incomoda a los dirigentes del Partido Comunista Chino desde que llegara por primera vez a la presidencia en 2017. Hay muchos intereses en juego como para depender del pie con el que se levante el multimillonario. Trump combina los elogios personales hacia Xi con lo que considera un “saqueo” por parte de China a Estados Unidos. Los desorbitados aranceles que pretende imponer a los productos asiáticos han puesto en alerta a la segunda mayor economía del mundo, que se está preparando para activar contramedidas que puedan dañar a Estados Unidos y afectar irremediablemente al comercio mundial.
China fue el objeto de ataques feroces durante la primera campaña de Trump a la presidencia, allá por 2016, con el fin de ganar el voto de las zonas industriales que veían como cerraban sus empresas por no poder competir con los bajos precios y calidades de los productos asiáticos. Lo ha vuelto a ser ahora y eso en Pekín no se perdona. Xi no parece tener el ego de Trump y ni siquiera de Putin y este tipo de coqueteos no van demasiado con él. China lleva tiempo fortaleciendo sus lazos con Rusia, Irán y otros países contrarios a los intereses estadounidenses. Una invitación a Washington no va a hacer cambiar a Xi de idea.
La cuestión de Taiwán
Aparte, por supuesto, está el asunto del control del Pacífico. Trump ha configurado una administración en materia de defensa y relaciones internacionales llena de “halcones” en lo que a China y su posible expansión militar se refiere. Hay que tener en cuenta que ya en su momento el propio Xi Jinping presentó un plan de 30 años para conseguir la “reunificación total” de China, es decir, la anexión de Taiwán y la caída de todas sus instituciones democráticas para convertirse en una región más dentro del estado totalitario.
El año que da inicio a esa ventana es precisamente 2025… y pocos dudan de que, si Xi ve la más mínima oportunidad, intentará algo contra la isla de Formosa. El hecho de que todos los ojos y los recursos militares estén puestos en Europa del Este y en Oriente Próximo hace que China pueda aprovechar el río revuelto para abrir un nuevo frente y confiar en que Trump se abstenga de defender a su aliado. Sobre el papel, el compromiso estadounidense con Taiwán es absoluto… pero en una administración personalista que depende continuamente de los impulsos del gran líder, todo es posible. Y en Pekín lo saben.
El ejemplo de Ucrania puede ser crucial. Este jueves, Trump manifestó su “profundo desacuerdo” con la decisión de Biden de permitir a Ucrania defenderse en suelo ruso. Era la primera vez que el futuro presidente se pronunciaba abiertamente al respecto y sus declaraciones despejaban las dudas sobre si la autorización estadounidense había sido fruto de una entente entre demócratas y republicanos o se trataba de un último acto desesperado de la administración saliente.
Durante casi tres años, la política norteamericana se ha basado en mostrar fuerza frente a Rusia para mandar a la vez un mensaje a China e impedir que haga con Taiwán lo mismo que Putin ha hecho con Ucrania. Ahora, todo puede cambiar. Trump puede decir un día que China es un régimen abyecto y que habría que eliminarlo -como hizo con Corea del Norte y Kim Jong-Un, por ejemplo- y al día siguiente enviar otra invitación a su admirado Xi para cenar en Mar-A-Lago y limar asperezas. La duda es si el empresario sabe lo que está haciendo. Muchos de los que colaboraron con él en su primera administración ya han dejado claro que no en diversos testimonios. Esperemos que las cosas hayan cambiado.