La guerra empezó el mismo miércoles, cuando se confirmó la derrota electoral del doctor Mehmet Öz, uno de los populares rostros del movimiento MAGA y candidato de Donald Trump para ocupar el tradicionalmente republicano escaño de senador por Pensilvania. Öz perdió ante John Fetterman, el gigante demócrata que aún está recuperándose de un ictus, como perdió -y por catorce puntos de diferencia- otro de sus protegidos, Douglas Mastriano, la elección a gobernador en ese mismo estado.
Algo no iba bien y se podía ver desde el primer momento. El Partido Republicano estaba llamado a arrasar en las elecciones legislativas de 2022 como lo había hecho en 2010, durante el primer mandato de Obama como presidente, cuando a lomos del Tea Party, el GOP consiguió 242 escaños en la Cámara de Representantes, su mejor resultado desde 1946. Además, logró una ganancia neta de seis senadores, aunque no pudo quitarles a los demócratas el control de dicha cámara.
Las condiciones eran ideales para una repetición de aquella “marea roja”: un presidente anciano y con un 40% de aprobación, una situación económica desastrosa, aunque no tanto como en 2010, y la tendencia habitual a castigar al partido que ostenta el ejecutivo. Sin embargo, todo ha fallado. Y muchos piensan que la culpa es de Trump. Como declaró David Urban, su exasesor, al poco de conocerse la debacle de Pensilvania: “El Partido Republicano ha seguido a Trump hasta el borde de un precipicio”. Y ahora no sabe qué hacer para no caerse.
[El auge del trumpismo: 164 candidatos que negaron la victoria de Biden ganan las 'midterms']
No ha sido Urban el único en alzar la voz. Peter King, excongresista republicano por Long Island y seguidor de Donald Trump de la primera ola, afirmaba que este “no podía seguir siendo el rostro del Partido Republicano”. Tanto el New York Post como la cadena Fox News a través de algunos de sus analistas -ambos medios están controlados por el magnate Rupert Murdoch- han responsabilizado directamente al expresidente de que estemos a viernes y ni siquiera podamos asegurar aún que los republicanos vayan a llegar a los 218 representantes necesarios para dominar la Cámara. Del Senado, mejor ni hablamos.
Los peores resultados
Y es que los resultados del Partido Republicano van camino de ser los peores de un partido en la oposición desde que George W. Bush arrasara a sus rivales en 2002, un año después de la masacre del 11-S y con los índices de popularidad por las nubes tras la intervención militar en Afganistán. En 2006, durante el segundo mandato de Bush, los demócratas consiguieron 233 representantes y recuperaron el Senado. En 2010, como hemos dicho, el Tea Party se quedó a un paso de repetir la hazaña a la inversa.
En 2014, aún bajo la presidencia de Obama, los republicanos batieron su propio récord con 247 representantes y recuperaron el Senado con una victoria incontestable. Las elecciones de 2018, tras la victoria de Trump dos años antes, estaban llamadas a ver un contundente triunfo demócrata y así fue: 235 representantes en la Cámara… aunque se les escapó el Senado, donde los republicanos incluso ampliaron su mayoría hasta los 53 senadores. Algo parecido va a pasar en 2022, aunque con peores resultados para los republicanos bajo la presidencia de Biden.
A la espera de confirmar que el GOP no va a poder recuperar el Senado, es casi imposible que se acerque a los 235 representantes en la Cámara. Si se dan ambas cosas, que ahora mismo es el escenario más probable, estaríamos ante un resultado muy decepcionante para los conservadores. Para este viaje, pensarán muchos, no hacían falta tantas alforjas: ni cuestionar el sistema democrático estadounidense, ni entregarse a los brazos de un megalómano ni mucho menos organizar un intento de golpe de estado tomando por las bravas el Capitolio en plena sesión de elección del nuevo presidente.
El Senado, en manos de tres trumpistas
La figura de Trump, apenas contestada antes del martes, se ve ahora en una situación comprometida. Ha sido él quien ha decidido protagonizar las legislativas, apoyando vehementemente a determinados candidatos y dividiendo el partido entre republicanos “de verdad” y republicanos “de boquilla” (RINOs, en su propia terminología). Su empeño en polarizar todo lo que toca le llevó incluso a tener un rifirrafe dialéctico con Ron de Santis, el pujante gobernador de Florida, llamado a ser su gran rival en las próximas primarias presidenciales del Partido Republicano.
La cosa aún puede ir a peor: a la derrota de Öz en Pensilvania, se pueden unir en las próximas horas las de Adam Laxalt en Nevada, Herschel Walker en Georgia (tendrá una segunda oportunidad en la repetición de las elecciones) y, sobre todo, Blake Masters en Arizona. Masters es una apuesta personal del propio Trump y se presentó junto a la candidata a gobernadora Kari Lake como máximos representantes del movimiento America First. Arizona, partido tradicionalmente republicano gracias a los esfuerzos de John McCain, ha visto como todo el legado del exsenador se ha ido al garete en cuatro años.
De momento, la reacción de Trump en su red social Truth, ha sido la esperada: culpar de todo a los medios y a los poderes fácticos e insinuar que su derrota es producto de un fraude electoral; especialmente, cómo no, en Pensilvania. Lo cierto es que, desde su entrada en política en 2015, Trump solo puede presumir del éxito de 2016, un éxito que vino a expensas de perder el voto popular por casi tres millones de diferencia. Desde entonces, todo han sido malas noticias: en 2018, los republicanos perdieron la Cámara de Representantes; en 2020, la Casa Blanca y el Senado.
[Georgia, Nevada, Arizona y Wisconsin, claves para que los demócratas conserven el Senado]
2022 era el año de la revancha, pero esta revancha no ha llegado. O no del todo. Los republicanos se impondrán en la Cámara, pero con una ventaja tan reducida que hay dudas de si todos votarán juntos, es decir, de si las excentricidades de los congresistas MAGA serán respaldadas por el resto de sus compañeros de partido. El intento de minar el poder de Mitch McConnell como referencia del partido en el Senado probablemente quede en nada salvo que el propio McConnell renuncie. Trump tiene 76 años y llegará, por lo tanto, a 2024, con 78 y tres batacazos electorales detrás. ¿Tendrá sentido entonces volver a intentarlo? Lo tienen que decidir sus votantes potenciales.
O gestiona tu suscripción con Google
¿Qué incluye tu suscripción?
- +Acceso limitado a todo el contenido
- +Navega sin publicidad intrusiva
- +La Primera del Domingo
- +Newsletters informativas
- +Revistas Spain media
- +Zona Ñ
- +La Edición
- +Eventos