El 10 de diciembre de 2019, el primer ministro etíope Abiy Ahmed Alí recibía en Oslo el premio Nobel de la paz por su contribución al fin del conflicto territorial entre su país y el estado vecino de Eritrea, rescoldo aún ardiente de la guerra que enfrentó a ambos países entre 1998 y 2000. Las escaramuzas de los siguientes dieciocho años habían deparado miles de muertos, ataques paramilitares y secuestros a occidentales, principalmente para conseguir atención en los medios… y dinero para financiar las distintas guerrillas.
La llegada de Abiy Ahmed a la presidencia en 2018, después de seis años de gobierno de acero de Hailemariam Desalegn, tres de ellos con continuas revueltas en las calles, reprimidas con inusitada violencia, cambió por completo la situación. Abiy Ahmed, como suele suceder, antes de la paz vivió la guerra: soldado desde los catorce años, combatiente contra Eritrea a finales del siglo anterior, este hombre de cuarenta y dos años decidió cortar por lo sano y aceptar sin condiciones los distintos acuerdos a los que los gobiernos anteriores habían llegado tanto con Eritrea como con los distintos árbitros y negociadores de las Naciones Unidas.
En su discurso de aceptación del Nobel, Abiy Ahmed avisaba de los peligros de las redes sociales y sus mensajes de odio, en referencia velada a Facebook. Etiopía es un país de más de cien millones de habitantes, el segundo más poblado del continente africano, y en él conviven multitud de etnias y culturas en precario equilibrio. Las campañas de enfrentamiento de milicias como Fano o el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray, llenas de desinformación e incitaciones al enfrentamiento tuvieron en la red de Mark Zuckerberg amplia cobertura.
Aunque solo el 20% de los etíopes tienen conexión a internet, varios expertos coinciden en que estas campañas tuvieron una gran importancia en el recrudecimiento de las hostilidades que llevaron a la guerra civil en noviembre de 2020. Recientemente, la confidente Frances Haugen reconocía ante el Congreso de los Estados Unidos que tanto la dirección como los empleados de Facebook eran conscientes de ello.
Sus consecuencias exactas son imposibles de medir, aunque el método estaba claro: a base de grupos inventados y noticias falsas, informando de atrocidades que jamás sucedieron por parte del otro bando, se movilizaba al propio y se incitaba a acciones reales y tremendas.
El conflicto abierto con Tigray
Sea como fuere, poco menos de un año después de recibir el Premio Nobel de la Paz, Abiy Ahmed dirigía un país que volvía a estar en guerra… contra sí mismo. Jawar Mohammed, con amplia presencia en todo tipo de redes, y reconocido líder de las protestas contra Desalegn, no tardó en convertirse en un molesto incordio para Ahmed, al que, de alguna manera, había ayudado a llegar al poder. La lucha entre dos activistas relativamente jóvenes -Mohammed tiene treinta y cinco años; Ahmed, diez más- ha ido derivando en un descontrol absoluto en el gobierno del país.
Durante sus tres años de mandato, Ahmed ha visto cómo una granada le explotaba a diecisiete metros durante una manifestación, ha vivido varios intentos de golpe de estado, ha sufrido la hostilidad de los numerosos aliados de Mohammed… y, sobre todo, se ha visto involucrado en la terrible guerra de Tigray, región del norte del país, en la que los rebeldes del FLPT han visto crecer su poder en medio de violaciones constantes de los derechos humanos, tanto por parte de los milicianos como por parte del ejército regular, que depende, en principio, del presidente.
Después de declarar su soberanía respecto al gobierno de Addis Abeba a mediados de 2020 y organizar sus propias elecciones locales, los milicianos de Tigray tuvieron que aguantar durante meses los ataques del ejército y aguantaron con éxito. Para desesperación de Ahmed, el FLPT no solo no se rindió frente al acoso militar, sino que se hizo cada vez más fuerte y avanzó hacia la capital.
Esta misma semana, se han hecho con dos ciudades a poco más de doscientos kilómetros del palacio presidencial, tras lo cual a Ahmed no le ha quedado más remedio que declarar el estado de emergencia en todo el país, además de dar un discurso que no da margen a segundas interpretaciones: “Sacrificaremos nuestra sangre y nuestros huesos para enterrar al enemigo y defender la dignidad y la bandera de Etiopía”. Irónicamente, Facebook paralizó al momento cualquier difusión del discurso por considerarlo demasiado violento.
Descontrol de las tropas
La situación se ha hecho más grave en lo político para Ahmed, aunque es probable que los nuevos acontecimientos sirvan para salvar vidas y no tener que sacrificar sangre ni huesos ni nada por el estilo. Las tropas rebeldes de Tigray se han unido a otros ocho grupos opositores que piden la marcha de Abiy Ahmed. Es altamente improbable que cambiar de primer ministro vaya a acabar mágicamente con todos los problemas, pero puede que de momento impida una guerra civil aún más cruenta y con más focos de los actuales.
Mientras tanto, Ahmed resiste entre las acusaciones a sus tropas de abusos sexuales, matanzas indiscriminadas y vulneraciones constantes de los derechos humanos. Determinadas organizaciones occidentales ya han pedido públicamente que se le retire el Premio Nobel recibido hace apenas dos años, lo que debe de suponer un récord absoluto de precocidad. De señor de la paz a señor de la guerra en media legislatura. Estas peticiones, en cualquier caso, no son más que un brindis al sol, pues el Comité Noruego ya ha aclarado en anteriores ocasiones que no se puede retirar un premio ya coincidido en ninguna de sus modalidades.
En concreto, la última vez que tuvo que pronunciarse al respecto fue en agosto de 2018, ante el escándalo provocado por las acusaciones de genocidio a la dirigente birmana Aung San Suu Kyi. Activista contra la dictadura en los años ochenta y en arresto domiciliario hasta 2010, Suu Kyi ganó las primeras elecciones democráticas y acabó ella misma convirtiéndose en la presidenta de un estado autoritario.
Las investigaciones de la ONU hablan de masacres con intenciones genocidas contra la comunidad rohingya en el estado de Rajine. Su caso es hasta cierto punto similar al de Ahmed: no se la acusa de responsabilidad directa ni de haber dado órdenes específicas al respecto, sino de no haber conseguido evitar las acciones de su ejército y haber mirado hacia otro lado.
La difícil solución
Las polémicas en torno a los galardonados con este premio suelen ser habituales, pero ninguno había pasado de la gloria a la ignominia en menos de un año. Parece que cualquier acuerdo pasará por la destitución, la detención o el exilio de Abiy. El problema, como es habitual en estos países construidos con escuadra y cartabón, es tribal: muchos no quieren a Abiy como presidente, pero tampoco aceptarían bajo ninguna circunstancia una coalición que incluya al FLPT, cuya influencia en la política etíope está más llena de sombras que de luces.
De origen marxista-leninista, aunque renunciara a esa filiación tras la caída de la Unión Soviética, el FLPT ha estado detrás de las distintas coaliciones que gobernaron Etiopía de 1991 a 2018, avivaron la guerra con Eritrea y persiguieron a los demás grupos étnicos.
Como siempre, el papel mediador de Estados Unidos promete ser clave en este asunto de difícil solución. Los ánimos están muy encendidos: ni unos quieren lo que hay ahora ni otros quieren volver a lo que había antes, que es lo que, básicamente, supondría un triunfo de los rebeldes. El problema es que Estados Unidos y su enviado especial a la zona, Jeffrey Feltman, están ahora mismo muy liados con el golpe de estado de Sudán, enclave decisivo para la seguridad del Cuerno de África y del resto del planeta.
Aunque Feltman ha participado en negociaciones con distintos grupos del gobierno y la oposición, la conclusión de la embajada estadounidense no ha podido ser más contundente: que todos los ciudadanos americanos abandonen el país “lo antes posible”. Con el Frente de Liberación del Pueblo de Trigay llamando a las puertas de la capital y el gobierno deteniendo arbitrariamente a miembros de esa etnia por sospecha de colaboración, no tiene pinta de que la cosa vaya a acabar bien.
En ese sentido, lo que queda de año será decisivo: ¿conseguirá Abiy Ahmed defender Addis Abbeba, se verá abandonado por su propio partido, decidirán los rebeldes marchar hacia la capital? Todo está en el aire ahora mismo. Los mensajes de uno y otro lado, tranquilizadores, no son.