Unos 79 kilómetros conectan Israel y Líbano. O los separan. Suman algunos metros aquellos que incluyen las Granjas de Sheeba, un pequeño injerto de tierra ocupado por el primero, pero reclamado como propio por el segundo. Y por Siria. Sobre papel, un trazo imaginario de un mapa no siempre aceptado por todos. En la práctica, una línea de fuego cruzado entre el Ejército israelí y Hezbolá, la milicia chií respaldada por Irán. Creada, de hecho, a imagen y semejanza de la Guardia Revolucionaria de la república islámica.
Israel
Aliados de Israel
Grupos armados aliados de Irán
Irán
Aliados de Irán
De esta frontera depende hoy la estabilidad de Oriente Medio. Desde hace unas semanas, misiles y cohetes traspasan la divisoria cada vez con mayor frecuencia e intensidad. Soldados israelíes, con tanques y blindados, cruzan ahora a diario en lo que se ha hecho llamar una “incursión terrestre limitada”. La operación Flechas del Norte. La antesala a una posible invasión total. Al otro lado, miles de personas huyen del sur libanés para escapar de los ataques —oficialmente “selectivos”—, orientados a destruir la infraestructura de Hezbolá. Estos bombardeos, de hecho, han acabado con altos cargos de la milicia. Entre ellos, el jefe máximo: Hasán Nasralá.
Tras meses de intercambios de ataques aéreos entre Israel y el grupo chií en la frontera, miles de buscas, walkie-talkies y otros aparatos electrónicos en Líbano saltaron por los aires en lo que parecía una ofensiva quirúrgica (y a distancia) que en apenas dos días dejó casi 40 muertos y más de 3.000 heridos, entre ellos numerosos combatientes. Marcó un punto de inflexión. Luego, los bombardeos se intensificaron. En total, más de mil muertos en cuestión de una semana. Y la cifra ha ido engrosándose. En respuesta, Irán lanzó durante una hora casi 200 misiles balísticos contra Israel, que ahora evalúa cómo responder. Esta espiral de violencia, sin embargo, comenzó mucho antes y en otra frontera: en la de la Franja de Gaza, el 7 de octubre de 2023. Porque, para entender cómo hemos llegado hasta aquí, hay que remontarse a hace un año.
7 de octubre, el sabbat negro
Eran las 06:30 horas del sábado en Israel. Última jornada del Sucot, la fiesta judía de otoño. Era un día de celebración en Israel, pero acabó convirtiéndose en uno de los días más negros de la historia del país. La organización islamista Hamás, que controla la Franja de Gaza desde 2006, lanzó una ofensiva sin precedentes por tierra, mar y aire. Lanzó miles de cohetes —2.000, según Israel, y 5.000, según Hamás— sobre diversos puntos del país. Un ataque masivo y previamente organizado que consiguió colapsar la Cúpula de Hierro, el sistema de defensa aérea israelí.
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Mientras la lluvia de proyectiles activaba las alarmas aéreas en todo Israel, cientos de militantes palestinos cruzaban la valla fronteriza. Un muro de seis metros de alto de alambre (en la superficie) y de hormigón (bajo tierra) vigilado por cientos de cámaras, radares y sensores. Tecnología de última generación que no evitó que los terroristas se infiltraran desde más de 20 puntos de los más de 65 kilómetros que tiene la verja. Lo hicieron a pie, pero también en motocicletas, camionetas y en parapentes.
Los combatientes palestinos encendieron sus GoPros y sus teléfonos móviles y comenzaron a grabar cómo mataban a sangre fría a más de 1.200 personas en pleno sabbat (el día de descanso de los judíos) y secuestaban a centenares de jóvenes, mujeres, niños y ancianos. En cuestión de horas, arrasaron más de una veintena de pueblos y aldeas fronterizas, como los kibutz (cooperativas agrícolas) de Nir OZ, Be'eri o Sederot, pero también en el festival Tribe of Nova. Una fiesta por la paz que acabó en tragedia: unos 260 cuerpos magullados se encontraron en la zona. Decenas de personas desaparecieron, fueron secuestradas en medio de un horror que aún permanece incrustado en la memoria de los israelíes.
Festival Tribe of Nova,
símbolo de la masacre
A sólo 5,5 kilómetros de la valla de la Franja de Gaza, en el corazón del desierto de Néguev, cerca de 4.000 personas bailan al son de la música trance en el festival Tribe of Nova. Son las 6:30 de la mañana cuando decenas de cohetes de Hamás salen disparados del enclave palestino. La Cúpula de Hierro intercepta los primeros proyectiles. En cuestión de segundos, el personal de seguridad privada del evento da la orden de evacuar el recinto.
Muchos de los asistentes creen que las explosiones son en realidad fuegos artificiales, que forman parte del espectáculo… hasta que suena la primera sirena. “Apagué la música y avisé por megafonía a todo el mundo de que se fuera”, explica Omri Sassi, uno de los productores del festival. El aviso hace reaccionar a algunas personas, que empiezan a marcharse. Otras, bajo los efectos del alcohol o las drogas, se quedan en el lugar, desorientados.
“Me dio un ataque de pánico y eso me salvó la vida: yo me hubiera quedado allí, pero mi novio me arrastró hasta el coche”, recuerda Tal, una joven de 25 años, a EL ESPAÑOL. Los más rápidos consiguen llegar al parking . Toman la carretera 232 , hoy conocida como “la ruta de la muerte”. Algunos huyen hacia el norte, otros hacia el sur. Los agentes de seguridad que están en el festival reciben el aviso de que hay terroristas en el norte de la carretera. Se dirigen hacia allí para bloquear como pueden el acceso al recinto. Son las 7:00 de la mañana.
Unos metros más al norte, en el cruce de Mefalsim, los milicianos de Hamás obstruyen el paso. Avanzan
imparables desde los kibutz de Alumim y Be’eri. Abren fuego contra todo lo que se
mueve.
En el sur, la escena es similar. Los terroristas reciben con disparos a los asistentes del festival que intentan de
escapar en
dirección a Re’im, donde hay una base militar israelí.
Por el camino, los combatientes palestinos lo queman todo. Lanzan granadas dentro de los refugios situados junto a las paradas de autobús, donde se esconden decenas de festivaleros. En la carretera, interceptan a los vehículos… con fuego.
La barricada improvisada que han levantado los agentes de seguridad en la entrada al festival produce un gran atasco en dirección al norte del país. La policía comienza a desviar los coches por un camino de tierra hacia este. Empiezan una carrera desesperada por el desierto en dirección a las ciudades más cercanas. Algunos se esconden entre los arbustos y cactus o se entierran en la arena. Permanecerán así hasta 10 horas antes de ser rescatados. En el festival aún quedan centenares de personas.
Los combatientes de la milicia palestina llegan al recinto. Atacan primero a quienes están en el aparcamiento, situado al norte. Destruyen y prenden fuego a los vehículos. Luego, entran en la zona de baile, donde está el escenario, y disparan a quemarropa contra todos y contra todo. Por el sur llegan más terroristas y se produce un efecto embudo . No hay hacia dónde escapar.
Los combatientes de Hamás abren fuego de manera desordenada, buscan causar el mayor número de muertos posible. Al no poder discernir desde qué dirección llegan los atacantes, cunde el pánico. Los asistentes huyen en masa hacia el este. Se produce una gran estampida y los terroristas aprovechan para secuestrar a varias personas, israelíes y extranjeros. Se los llevan en camiones y motocicletas. Algunos, están gravemente malheridos. “La última imagen que tengo de mi hijo fue subiendo a una furgoneta con el brazo amputado”, nos explicaba hace unos meses Rachel Goldberg, madre de Hersh, un joven de 22 años secuestrado y luego asesinado en Gaza.
Ya en la zona de la fiesta, los terroristas lanzan granadas y disparan contra la pista de baile. Es cuando se producen la mayoría de los asesinatos . Numerosas personas consiguen huir y se esconden en un riachuelo cercano.
Los militantes de Hamás consiguen controlar la zona. Siguen disparando contra los asistentes. Se pasean entre las ruinas y los cadáveres. Prenden fuego a los árboles y a las infraestructuras. Las imágenes muestran cómo varios combatientes hurgan entre los objetos personales de los asesinados. En algunos puntos, hay fuego cruzado entre los terroristas y los guardias de seguridad. Tratan de proteger a los festivaleros. Hay informes que hablan de batallas de hasta seis horas.
Muchos supervivientes aguardan escondidos en los sitios más inimaginables: en los baños portátiles , en cámaras de refrigeración, bajo los cadáveres de sus amigos y compañeros…
Las primeras unidades militares israelíes llegan a las 12:30, según se puede ver en las imágenes. Comienzan entonces los combates, que durarán horas.
En medio del caos, varios festivaleros corren hacia los vehículos militares. Es el caso de la Michal Ohana. Herida de un disparo en una pierna, la joven logró sobrevivir porque se escondió durante horas debajo de un tanque. "Es un milagro", sostiene.
Las fuerzas israelíes rescatan a algunas personas escondidas y las evacúan en camiones acondicionados, incluyendo a aquellas atrapadas en baños portátiles y otras estructuras. Los enfrentamientos persisten a lo largo de las horas siguientes. No es hasta las 17:00 cuando las fuerzas israelíes se hacen con el control de la zona.
El ejército israelí tardó 48 horas en recuperar el control de las zonas fronterizas y expulsar a todos los asaltantes. Ese mismo 7 de octubre, el día del ataque más letal de la historia del Estado hebreo, Israel declaró la guerra a Hamás y cercó totalmente Gaza. Desde entonces, las fuerzas israelíes han bombardeando día y noche el pequeño territorio palestino de apenas 365 kilómetros cuadrados, bloqueado por Israel desde hace ya 16 años.
Un martilleo constante que, unido al despliegue de fuerzas terrestres, ha dejado en un año más de 41.788 palestinos muertos —entre ellos decenas de miles niños, según Save the Children—, 97.7940 heridos y 1,9 millones de desplazados internos en una zona habitada por 2,3 millones de personas. Más de la mitad de los edificios del territorio palestino han sido derruidos. Esas son, al menos, las últimas cifras que arroja el Ministerio de Sanidad gazatí, entidad controlada por Hamás, pero única fuente de datos disponible.
Actualmente, las autoridades israelíes calculan que todavía quedan 101 rehenes en Gaza, 35 de ellos están declarados muertos. En total, Israel ha conseguido liberar 117 personas de las 250 que fueron secuestradas. Más de un centenar, durante el alto el fuego de una semana declarado en noviembre y en el que por su parte, se liberó a 240 palestinos detenidos en Israel.
Hezbolá en Líbano,
el otro frente
Paralelamente al conflicto en Gaza, desde el 8 de octubre, la milicia islamista Hezbolá, también respaldada por Irán, ha atacado las poblaciones del norte de Israel desde sus posiciones en el sur del Líbano. ¿Sus argumentos? La solidaridad con el pueblo palestino. Durante los primeros once meses, Israel se limitó, prácticamente, a defenderse de los ataques de Hezbolá. Desplazó por seguridad a unos 60.000 habitantes de las áreas afectadas y contragolpeó con artillería. Todo cambió cuando, a finales de verano, el equipo del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, comunicó un cambio de “objetivo”. Con la situación mejor controlada en Gaza, decidieron que era el momento de ocuparse de Hezbolá.
El punto de inflexión fue el 17 de septiembre. Los israelíes detonaron cerca de 5.000 buscas en las manos y en los bolsillos de los milicianos y sus colaboradores. Nunca antes se había visto una maniobra parecida. Y aunque todavía se desconocen los detalles, la hipótesis más plausible es que el Mossad (una de las agencias de inteligencia israelíes) se las ingenió para introducir, durante la fabricación o la distribución de los aparatos, una ligera carga explosiva dentro de sus baterías. En apenas unas horas, Israel demostró unos niveles de penetración inimaginables dentro de la organización armada y financiada con miles de millones de dólares por Irán, temida durante años y utilizada como principal recurso de disuasión no nuclear por parte de los ayatolás.
El golpe psicológico fue irreparable para Hezbolá y para Irán, y apenas fue el prólogo de lo que vino a continuación. Al día siguiente, detonaron teléfonos, radios y hasta placas solares. Y, diez días después, Israel había eliminado con ataques selectivos a los hombres más poderosos de la organización, uno por uno hasta llegar a Hasán Nasralá, líder de Hezbolá y símbolo de la llama eterna de la resistencia contra Israel.
Netanyahu, al advertir la debilidad del enemigo, dio un paso más y ordenó la invasión del sur del Líbano para hacer retroceder a los combatientes de Hezbolá y conseguir que sus compatriotas del norte del país vuelvan a sus casas. Por el momento se desconoce si es posible conseguir ese objetivo por la vía militar. La apuesta israelí, que contradice la Resolución 1701 de Naciones Unidas —la que puso fin a la guerra entre las dos partes en 2006 y delimitó una zona de amortiguación de 32 kilómetros de ancho a lo largo de la frontera— vino seguida de una respuesta de Irán.
El 1 de octubre, Jamenei, líder supremo de Irán, ordenó el lanzamiento de una lluvia de misiles balísticos contra Israel, sin daños significativos para el Estado hebreo. “Pagará por ello”, respondió Netanyahu, vertiendo incertidumbre sobre el futuro más próximo. ¿Atacará Israel las reservas petrolíferas de Irán? ¿Atentará contra sus centrales nucleares? ¿Escalará la guerra hacia un conflicto más amplio? ¿Logrará la comunidad internacional frenar la escalada?
Por el momento, lo único que queda claro es que el 7 de octubre de 2023, hace justo un año, el mundo cambió… aunque todavía no sepamos cuánto.
La información y los gráficos de este reportaje visual se han elaborado contrastando fuentes fiables y recopilando las informaciones propias de EL ESPAÑOL. Asimismo, se han utilizado testimonios de supervivientes de los atentados del 7 de octubre recogidos por este periódico durante un viaje a Israel. Los datos oficiales proceden del Gobierno de Israel. del Ministerio de Salud de Gaza (controlado por Hamás) y del Ministerio de Salud Pública de Líbano.
Las imágenes multimedia provienen de agencias y servidores de distribución audiovisual EuropaPress TV, EFE, Atlas agencia y el archivo propio de EL ESPAÑOL.