Mijaíl Shishkin: "Rusia ya está preparada para un nuevo zar, pero Prigozhin no lo estaba para serlo"
Este exitoso novelista ruso escribió un libro para explicar la Rusia de Putin a los europeos. Se cumplieron sus malos presagios y empeoran para el futuro.
11 junio, 2024 02:29Mijaíl Shishkin (Unión Soviética, 1961) apoya una mano sobre Mi Rusia (Impedimenta, 2024), al fin en castellano. El autor pregunta con un inglés precario: “¿Le gusta la portada?”. La solapa es oscura, de inspiración cubista, con lobos de colmillos afilados y ojos vigilantes entre las alambradas. Es hermosa, a su modo. “No me gusta”. ¿Por qué? “Esa no es mi Rusia”. Así que la Rusia de Shishkin es otra, pero ¿cuál?
Shishkin nació en un año asombroso para los soviéticos. Primero enviaron a un hombre al espacio. Luego levantaron el Muro de Berlín. ¿No es paradójico? Su padre era ruso y combatió en la Segunda Guerra Mundial. Su madre era ucraniana y directora de escuela. Murieron antes de que la patria del marido machacara la patria de la esposa, pero a tiempo de que la primera se devorase a sí misma. En los noventa, Shishkin creyó que la democracia abría un camino hacia su Rusia. El sueño de los europeos rusos fue breve. Shishkin terminó por salir de la otra Rusia y se trasladó a Suiza. Se llevó consigo su suelo firme —una lengua, una literatura—, y no le quedan más que un puñado de reconocimientos artísticos por reunir.
En 2019, Shiskin escribió este ensayo —una historia de su país y su familia— lleno de malos presagios. Y es extraño: parece escrito en 2024. Lo que no le sorprende es nuestro gesto de sorpresa. A fin de cuentas, sostiene, fuese con Gorbachov o con Putin, los occidentales siempre vimos la Rusia que quisimos ver.
¿Qué se siente al leer un libro prohibido? Mi generación desconoce esa experiencia.
Me gusta su pregunta. ¿Qué se siente? Cuando tenía 16 años, el sueño de mi vida era viajar por el mundo entero y convertirme en escritor. Pero llega un momento en el que te das cuenta de que eso es imposible. Has nacido esclavo detrás de una alambrada. Nadie te va a dejar cruzarla. Nadie va a publicar tus libros si no cantas glorias a la Unión Soviética. Te das cuenta de que eres enemigo de tu Estado, de tu país. Tu cuerpo pertenece al régimen. Puede hacer contigo cuanto se le antoje. Por ejemplo, te puede mandar a la guerra de Afganistán. El único espacio de libertad que te queda se encuentra dentro de tu cráneo. No pueden entrar ahí. Buscas la salvación negándote a leer los libros que te proponen ellos, leyendo otra literatura. Lo más importante del mundo es conservar tu dignidad humana. La vida y la literatura que proponen ellos te humilla. La literatura prohibida de Nabokov y Joyce era salvadora, pero el precio al que te arriesgabas era la cárcel. Mi hermano mayor, al final, fue encarcelado en la época de Andrópov. Así que te enfrentas a la elección más importante: conservar la dignidad o vivir en el miedo.
¿Es igualmente liberador escribir un libro prohibido que leerlo?
[Se da unos segundos] ¿Por qué escribimos? Es una desviación de la norma. Una persona normal no escribe. Es una enfermedad, pero es una enfermedad sana: puedes llegar a una edad muy avanzada con ella. Cuando eres un niño con muchísimos libros y pocos amigos, al final juegas a hacer libros: escribes. Desde que tengo conciencia de mí mismo, he sido escritor. Para mí, escribir o no escribir nunca fue una cuestión. Otra cosa es que, si quieres que publiquen lo que escribes, te tienes que convertir en un conformista: tienes que escribir algo que les guste a ellos. Pero, entonces, pierdes el respeto por ti mismo. Yo tuve claro desde el principio que iba a escribir aquello que me gustara a mí, y no lo que esperase otra persona. Mientras existió la Unión Soviética, no publiqué nada, en ningún sitio. Mi primera publicación fue en el año 93 y recibí el premio por el mejor debut del año.
Estaba en su naturaleza.
Simplemente no sé ser de otra manera.
"Tenía la esperanza de que Putin no fuera tan idiota como para empezar una guerra que no podría ganar"
Usted decidió escribir Mi Rusia en alemán, y me acordé de los rumanos que se esfuerzan por olvidar el ruso, los ucranianos a los que su lengua materna les sabe a ceniza...
Yo no tengo ninguna intención de renegar de mi lengua. Toda mi vida he tenido como una tierra muy firme bajo de mí: mi lengua, mi cultura, mi literatura. Ahora, con esta guerra, realmente sí siento vacío debajo. Esta guerra ha convertido mi lengua en una lengua de criminales de guerra, en una lengua de asesinos. Sin embargo, la historia ya conoce casos como este. Le pasó a la Alemania nazi. Los criminales de guerra cometen los crímenes. No es la lengua. Mi tarea o mi misión, si quiere, es preservar la dignidad de mi lengua. Ahora viajo mucho y hablo mucho en el mundo. Siempre que tengo la posibilidad de hacer una intervención en ruso, lo hago. Mi tarea es demostrar que la lengua rusa no pertenece a un dictador, sino a la cultura mundial.
¿Por qué escribió este libro en una lengua extranjera?
Porque es un libro de no ficción. No es una novela. La ficción, el proyecto artístico, siempre será en mi lengua. Para mí, trabajar con la lengua es escribir incorrectamente. Si uno escribe correctamente, ya no es arte. Es como un manual de cómo hay que escribir correctamente en ruso. El arte de la prosa está en la zona gris de la desviación de la norma. En una lengua extranjera, uno se ve obligado a escribir correctamente. Escribo en una lengua extranjera sólo cuando tengo que expresar mis pensamientos, mi opinión, y escribí este libro para el lector occidental.
No hay demasiados europeos occidentales que entiendan la Rusia de Putin.
En los últimos años he leído muchos libros escritos por los supuestos especialistas en Rusia donde argumentan por qué había que construir puentes con Putin. Esa gente o bien no entiende cómo funciona Rusia o bien cobra dinero de Rusia. Gracias a esos expertos nos encontramos en esta catástrofe. Quería explicarle al lector occidental cómo está organizada Rusia, cómo funciona y por qué estamos en esta guerra. Escribí este libro en alemán porque, en ruso, ¿a quién iría dirigido? En Rusia vivimos una guerra civil. La gente que está conmigo, en este lado del frente, lo entiende todo. No tengo que explicarles nada. Para la gente que está al otro lado del frente, yo soy un traidor. No me van a leer. En este libro también escribí sobre el futuro. Lamentablemente, nos encontramos en ese futuro. El libro se publicó antes de que empezara la guerra, y ahora está siendo traducido a todas las lenguas. No he cambiado una sola palabra. Solamente he añadido un prólogo y un epílogo. Nada más.
Noté en el prólogo una amargura más profunda. ¿Será que uno tiene unos presagios y los escribe con la esperanza de equivocarse?
Cuando escribí este libro, todavía esperaba que no fuera a ocurrir esta guerra. [Sonríe con tristeza] Algunos teníamos la esperanza de que Putin no fuera tan idiota como para empezar una guerra que no podría ganar. Pero, en estos años, el mundo se ha vuelto un lugar más terrible. Hay menos esperanza. En 2022, cuando Putin empezó su "operación militar especial", hubo una ola tan fuerte de solidaridad con Ucrania que parecía que Rusia iba a perder la guerra muy pronto. Parecía que, si todos los países occidentales se unían y ayudaban a Ucrania, la victoria sería inminente. Fui muy ingenuo. Humanamente, esperar lo mejor es ingenuidad. Lo que vemos es que los gobiernos occidentales no están en absoluto interesados en que la Federación Rusa pierda esta guerra. Tienen miedo de que la derrota de Rusia implique la pérdida de control sobre el arsenal nuclear. Todo el mundo quiere paz y es muy normal, y muy bonito, quererla. Yo también quiero paz. Los ucranianos quieren paz. Los rusos quieren paz. La pregunta es: ¿cómo salir de esta guerra para llegar a la paz?
"Una verdadera guerra civil sólo es posible cuando hay dos zares de verdad, y Putin no lo es"
¿Y bien?
Imagine a dos personas en un duelo. Una de las personas tira su espada y tiende la mano. Bien, se la van a cortar. La dictadura sólo entiende un lenguaje y es el lenguaje de la fuerza. Por eso el camino hacia la paz con la dictadura de Putin sólo pasa por la victoria de Ucrania. Pero no nos encaminamos hacia una victoria, en absoluto. Al contrario, lo que estamos viendo es que todo el mundo quiere congelar el conflicto. Está claro que la Federación Rusa está interesada en congelar el conflicto porque no tiene fuerzas para vencer y para ganar Kyiv mañana.
¿Y nosotros?
Los gobiernos occidentales también están interesados en congelar el conflicto, pues permite la pervivencia de la dictadura del régimen de Putin. Es decir, el arsenal nuclear va a estar controlado. La estrategia que Rusia sigue ahora es horrorizar a la población civil de Odesa, de Járkiv, que se cansen y exijan a su Gobierno: "Venga, vale ya, vamos a hacer lo que sea para que esto pare". Occidente presiona al Gobierno de Ucrania para que empiece las negociaciones de paz al no dar suficientes armas. Eso quiere decir que Zelenski, o el que venga detrás de Zelenski, tendrá que acceder a esas negociaciones. Ese conflicto congelado podrá durar años, no se sabe cuánto. Tenemos la experiencia del conflicto palestino-israelí, que dura generaciones, y cada nueva generación ha tenido su propia guerra. En general, soy optimista. Creo que algún día la cosa será mejor, pero me temo que ya será sin nosotros. De momento, la cosa va de mal en peor. Lo que me duele especialmente es que, al fin y al cabo, a Occidente le da igual si Rusia tiene un régimen dictatorial o no. Lo importante es que alguien controle el armamento nuclear, el famoso botón rojo. Los políticos occidentales estrecharán la mano de cualquier Putin que lo garantice. Pero, de nuevo, la mano estrechada puede ser cortada.
Es cierto que las derrotas de Rusia contra Japón y en Afganistán abrieron ventanas al cambio.
Esa era mi esperanza. Pero no veo quién va a ser capaz de vencer a Rusia en un futuro próximo, y para crear una democracia se tienen que cumplir una serie de condiciones. Las condiciones son, en primer lugar, la derrota de Rusia. Y segundo, reconocer la culpa nacional. La responsabilidad nacional. No me imagino al próximo presidente ruso arrodillándose para pedir perdón, como el canciller alemán en Varsovia después de la Segunda Guerra Mundial. No me lo imagino pidiendo perdón en Kyiv, en Vilna, en Budapest, en Tiflis, en todos los países donde estuvieron los tanques rusos. Se tiene que celebrar un Núremberg ruso con un castigo ejemplar para todos los criminales rusos. En Alemania, todo esto fue organizado por las fuerzas que ocupaban el país en ese momento. En Rusia, ¿van a ser los propios criminales de guerra quienes se juzguen a sí mismos? Además, para que funcione una democracia se necesita un número mínimo de personas que entienda cómo funciona una democracia, qué es un Estado de derecho.
¿No las hay?
Millones de ciudadanos potenciales de esa democracia rusa han abandonado el país. Yo crecí en la Unión Soviética, de la que uno no se podía escapar porque las fronteras estaban cerradas. La dictadura de Putin es una dictadura actualizada, una dictadura del siglo XXI. Las fronteras están abiertas. Medvedev, que le calentó el asiento a Putin durante un tiempo, dijo: "Ningún problema. Si a alguien no le gusta lo que está pasando aquí, que se vaya. Las fronteras están abiertas". No puedes convertirte en un ciudadano de pleno derecho en un abrir y cerrar de ojos. La democracia empieza con unas elecciones libres. Pero, dígame, ¿quién va a organizarlas? ¿Kadírov y otros criminales de guerra? ¿Y quién va a ganar esas elecciones libres? Imagine que vuelven Kaspárov y otras personas maravillosas de Rusia.
Lo imagino.
De entrada, para la población local son traidores. Y si dicen que van a construir una democracia, les van a responder: "Ah, una democracia, como en los 90. ¿Y qué tuvimos? El caos, una anarquía tremenda. Las calles llenas de criminales. No queremos democracia. Queremos orden". Y si no, saldrá Ígor Guirkin o alguno de estos nacionalistas encarcelados, con un eslogan del tipo Make Russia Great Again, prometiendo orden. La necesidad de la población de tener una mano fuerte hace que aparezca esa mano fuerte. De momento, no se da ninguna condición para introducir la democracia en Rusia en un plazo más o menos razonable.
¿Qué sintió con el asesinato de Navalny?
Todos sentimos lo mismo. Al final lo han matado. Durante todos estos años estuvimos esperando. Lo van a matar, tarde o temprano. Ya lo habían intentado envenenándolo. Navalny era la esperanza. De repente, apareció una persona que se oponía al régimen de una forma no violenta. Realmente se centraban muchísimas esperanzas en él. Era una cuestión de principios para Navalny. Él quería una transmisión de poder a través de unas elecciones libres, a través de una vía no violenta, como en Europa. Matando a Navalny, mataron la esperanza. Es imposible cambiar el régimen por la vía pacífica. Pero ¿qué nos queda? ¿La vía armada? La memoria histórica rusa nos dice que una guerra civil acaba con el establecimiento de una nueva dictadura. Es como un círculo vicioso. No puedes cambiar el régimen ni por la vía pacífica ni por la vía armada. ¿Cómo salir de ese círculo vicioso? No todas las preguntas tienen respuesta.
Usted se expresa con toda claridad. Pero estas visiones llegan a cuentagotas a este lado de Europa.
¿De dónde procede la mayor parte de la información sobre Rusia? De periódicos estadounidenses, por ejemplo. ¿Cómo llega la información a los periódicos americanos o a los periódicos españoles? Es un montón de información, llega a borbotones. Hay dos o tres periodistas que, de toda esa masa tremenda de información, tienen que elegir dos o tres cosas que se van a poder entender para sus lectores en Estados Unidos o en España. Porque, realmente, están sirviendo a las expectativas de sus lectores. Ese filtro retiene muchas cosas, muchas partes de la información que son sumamente importantes para entender lo que está ocurriendo.
"Rusia ya no es mi casa. En esta casa no hay sitio para mí. Me han declarado enemigo. Me han declarado traidor"
Recuerdo leer un análisis de la historiadora Anne Applebaum sobre el levantamiento de Prigozhin. Anticipó una guerra civil en Rusia, pero se está retrasando...
Rusia está esperando un nuevo zar. El zar viejo es de mentira. Un zar de verdad tiene que traer victorias. Tenemos una guerra. No tenemos victoria. Todos los nacionalistas, al estilo Guirkin, pregonan que si no hay victoria, es que el zar no es de verdad y, por tanto, es de mentira. En esas apareció un nuevo zar sobre un tanque dispuesto a ocupar el Kremlin. Le quedaban 300 kilómetros. Luego, 200. Estaba cada vez más cerca. Nadie salió a defender al zar de mentira. Nadie se opuso. Pero esperar una guerra civil de una rebelión como esta era una tontería suprema. Significa no entender lo que está pasando. Una verdadera guerra civil sólo es posible cuando hay dos zares de verdad. Prigozhin fue percibido como un zar de verdad. En Rostov, la población recibió al grupo Wagner con flores y helados. Si Prigozhin hubiese llegado hasta el Kremlin y hubiese dicho "yo soy el zar", todo el mundo le habría jurado lealtad. La única legitimidad en Rusia es la fuerza. Las elecciones pueden ser falsificadas. Rusia ya está preparada para recibir un nuevo zar, pero Prigozhin no estaba preparado para serlo. Resultó ser más débil que Putin, así que fue eliminado.
Su pesimismo para Rusia, ¿se extiende para Europa?
No, tengo mucha esperanza de que en Europa ya se haya establecido firmemente la conciencia individual que se opone a la conciencia tribal. Porque ¿cómo se instala una dictadura en un país? Primero, la gente tiene nostalgia de una mano fuerte y luego esa mano fuerte llega. En Europa hay suficiente gente que no quiere esa mano fuerte, que quiere gobernarse a sí misma. Yo no me imagino que, en Suiza, alguien se presente por sorpresa en Berna y, enfrente del Parlamento, diga: "Suizos, a partir de ahora soy vuestro dictador". ¿Qué harían los suizos? Fuck off. ¿En España? Ustedes lo sabrán mejor. ¿En Rusia? Si viene un nuevo Prigozhin, dirán: "Sí, señor". En Europa, el poder depende de los votantes. Ese mecanismo no desaparecerá. El problema es que el presidente siempre dice lo que quieren oír sus votantes, y la esperanza es que los votantes sean lo suficientemente inteligentes como para desear algo bueno.
Pero las fuerzas radicales tienen cada vez más representación en Europa.
En todos los países, en España, en Alemania, donde sea, hay radicales de izquierdas y de derechas. Pero la fuerza de una sociedad verdaderamente democrática es que ninguna de esas fuerzas radicales pueda llegar al poder, puesto que la mayoría de la población no los va a apoyar. Es cierto que esto está cambiando. Y si los islamistas organizan, yo qué sé, diez atentados en Madrid o en Berlín, habrá más posibilidades de que los partidos de extrema derecha ganen las elecciones. Las sociedades democráticas tienen que saber defenderse tanto de los islamistas como de los putinistas.
Hemos hablado de las decepciones, pero ¿qué más sigue en usted inalterable?
En la vida de cualquier persona siempre tiene que haber algo sólido a lo que te puedas agarrar. Para mí, es la literatura rusa, a pesar de todo. Hoy, justo hoy [30 de mayo], se ha publicado mi nuevo libro en ruso. Lógicamente, no en Rusia. Pero están surgiendo nuevas editoriales en la emigración. Y para mí es un libro muy importante. Es un libro de ensayos sobre escritores rusos. Cada ensayo comienza con un "mi". Mi Pushkin. Mi Gógol. Mi Turguénev. Mi Tolstói. Mi Chéjov. Es una mirada a la literatura rusa con las lentes actuales, con las lentes de esta guerra.
¿Es su manera de volver a casa?
Es una buena pregunta porque es obvio que Rusia ya no es mi casa. En esta casa no hay sitio para mí. Me han declarado enemigo. Me han declarado traidor. Estoy de acuerdo con usted. Todos necesitamos una casa, y la casa que yo necesito es la literatura rusa. Es la casa que yo defiendo y ellos quieren destruir. O apropiársela. Se quieren quedar con mi Pushkin, y yo estoy defendiendo mi casa, explicando que Pushkin no les pertenece a ellos, sino a la cultura universal.
¿Sería ese su último deseo? ¿Dejar la casa a buen recaudo?
Espero vivir bastante todavía. Espero poder decir más cosas. Pero me resulta muy importante que esta literatura y mi lengua no se asocien con aquel territorio, sino con la cultura universal. Hay madres que son malas, que son alcohólicas, que pegan a sus hijos. Pero sus hijos la siguen queriendo, aunque no haya razón para hacerlo. No quieren a la mujer en concreto, sino la idea de madre. Yo no quiero que mi país sea este monstruo. Me gustaría que mi país fuese libre, maravilloso. Y aunque sé que lo más seguro es que nunca tenga una madre, guardo cariño a esta idea.
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