Un domingo en las trincheras de Bakhmut: bombardeos y barro a 500 metros de las líneas rusas
Los soldados ucranianos establecen nuevas posiciones en la zona de combate más disputada de la guerra en Ucrania.
30 abril, 2023 03:14Cada vez que impacta un proyectil retumba la trinchera entera, incluso se desprenden trozos de tierra del techo y caen sobre nuestras cabezas. Pero Stepan e Iiya ni se inmutan: están intentando conectar sus móviles a internet –sin éxito–, parece que alguna de las bombas que están cayendo sobre nosotros ha debido afectar al receptor de Starlink, que está fuera del refugio para poder captar la señal. "Ahora no es buena idea salir para revisarlo", dice Stepan con media sonrisa en la cara.
Estamos a 500 metros de las líneas rusas, enfrente de Bakhmut, que humea a lo lejos por los continuos bombardeos que la sacuden también. Me pregunto qué queda deaquella bella ciudad, frecuentada como balneario de verano y cuajada de recargados spa y bellos parques. En el fondo sé la respuesta: quedan ruinas, escombros, cenizas y cristales rotos. No queda nada.
Un nuevo impacto sacude la trinchera, que está excavada en la tierra y fortificada con troncos finos de madera. Es muy pequeña, pero duermen cuatro personas dentro. Ahora está anegada de agua, porque la lluvia de primavera no está dando tregua en el Donetsk este año. Los soldados han colocado cajas de madera boca abajo y tablones para no tener los pies en remojo, pero la humedad no hay forma de disimularla.
Hay que entrar agachados, y permanecer sentados en su interior. No tendrá más de un metro y medio de altura. "Me alisté en otoño, no podía quedarme sentado en casa cuando hay una guerra en nuestro país y la gente está muriendo", relata Stepan, que no quiere desvelar su edad, aunque lleva escrito en la cara que es jovencísimo.
Su compañero Iiya tiene 21, hace dos años le llamaron para hacer el servicio militar, le gustó el Ejército y firmó un contrato para quedarse. Es de Chernigiv, pero los primeros compases de la invasión rusa le sorprendieron en el Dombás. "Recuerdo aquel 24 de febrero, cuando nos dijeron que estaban atacando Kiev; miré a mis compañeros y dije 'no bromees, estamos en el Dombás'... No podíamos creerlo", recuerda. El ataque continúa ahí fuera, pero dentro de la trinchera las conversaciones parecen normales. Sólo se detienen cuando algo cae muy cerca y retumba incluso el suelo; entonces se hace el silencio y todos dirigen la mirada al exterior, conteniendo la respiración.
Cuerpo a cuerpo fuera de Bakhmut
La posición en la que me encuentro, en primera línea del frente de combate de Bakhmut, no es la más avanzada del lado ucraniano. Unos minutos antes de que comenzara el ataque y tuviéramos que refugiarnos en la trinchera, me estaban mostrado dónde estaban exactamente las líneas rusas, y también las ucranianas: ambas estaban separadas por unos 20 metros, dos líneas una enfrente de la otra a tan sólo 20 metros de distancia.
"Hay días en los están separados por seis o siete metros nada más", explicaba el comandante Andrii, de la 57 Brigada, al ver mi cara de asombro. Mientras me mostraban el punto exacto, agazapados para no alertar al invasor, dos soldados excavaban nuevas trincheras entre la maleza –a mano, con palas–. Así es como van adelantando posiciones, casi metro a metro.
Toda esa franja que denominamos "frente de combate" está salpicada de posiciones como ésta. Están operadas por distintas brigadas: las de artillería son las encargadas de dar apoyo a las de infantería; los carros de combate trabajan como artillería móvil, y acompañan a las tropas de asalto, y la artillería antiaérea trata de neutralizar los proyectiles rusos una vez que estos se encuentran en el aire.
Se comunican por radio entre ellas, rotan cada pocos días y cambian de ubicación muy rápido para que no les detecten los drones rusos. Ucrania lleva varios meses instalada en una guerra de posiciones con frentes estáticos, pero la actividad en ellos es frenética.
Al salir de la trinchera vemos restos de metal incrustados en los árboles: nos han atacado con bombas de racimo, prohibidas por los tratados internacionales que se firmaron en la Convención sobre Municiones de 2010, pero que el Kremlin emplea contra militares y civiles ucranianos de manera indiscriminada.
"Han atacado también con lanzacohetes Grad, y hay dos heridos en una posición de infantería a 200 metros de aquí; ahora tenemos que salir muy deprisa y no detenernos", da instrucciones el comandante. Nos despedimos muy rápido de Stepan, Iiya y sus dos compañeros –que se quedan ahí, turnándose para cavar las nuevas trincheras–.
Barro y Ferrero Rocher
No es fácil moverse deprisa con el terreno convertido en una pista de patinaje de barro. Tampoco fue fácil llegar hasta allí. Primero hubo que ganarse la confianza del comandante, que nos mostró otras posiciones a lo largo de la mañana, para observar como reaccionamos a los continuos ataques que lanza la artillería rusa. Quedarse bloqueado en el frente de combate no es una opción, y no todo el mundo reacciona igual ante un ataque real en medio de una guerra real.
La decisión de llegar hasta la primera línea se tomó en una posición de descanso, a tres o cuatro kilómetros de las líneas rusas. Allí los soldados –que intentaban arrancar el barro de sus botas calentándolas con una vela de trinchera–, nos recibieron contentos de ver caras nuevas un domingo al mediodía.
La hospitalidad ucraniana pervive incluso entre el barro del frente de combate, y los militares se apresuraron en calentar agua para ofrecernos un café. Nos brindaron también bombones Ferrero Rocher. Imposible no recordar el anuncio que protagonizaba hace años Isabel Preysler, pero sin mayordomo ni música de cuerda, sólo con el sonido de la artillería de fondo –en la guerra se recuerdan muchas cosas aleatorias–.
Tras el café, finalmente nos ponemos en marcha para acercarnos a las líneas rusas. El camino es una tortura: más barro, socavones y senderos anegados por los que el vehículo 4x4 va dando tumbos, hasta que llegamos a un punto en medio de la nada y nos dicen que el resto del camino se hace andando.
Cubrimos el vehículo con ramas, por si algún dron ruso alza el vuelo cerca, y emprendemos la marcha. No hay sendero –nadie dijo que fuera fácil–, así que nuestros pasos van alternando tramos de maleza, con otros dibujados por las rodadas de los carros de combate.
A cada paso, las piernas se hunden en el barro –negro y pegajoso– hasta la rodilla. Se queda en las botas, que pesan cada vez más, y en la ropa. En algunos tramos nos indican que hay que correr, porque estamos a tiro. Pero finalmente completamos los casi dos kilómetros que hay hasta la posición, y conocemos a Stepan e Iiya.
Grad y granizo
"Realmente extraño mi vida anterior, pero ahora no sé si podré vivir como antes después de pasar por todo lo que he pasado”, dice Iiya. "He perdido a muchos hermanos, y creo que hasta que los responsables no paguen por ello no podré estar en paz; creo que será muy difícil recuperarme de todo esto, tal vez viajando por el mundo cuando todo acabe", añade.
Es difícil asimilar en qué condiciones viven –y mueren– estos jovencísimos soldados que hoy están luchando en primera línea. Lo más probable es que, antes de que invasión rusa, sólo hubieran visto algo parecido en las películas de la Segunda Guerra Mundial –si es que los chicos de veinte años aún ven películas de la Segunda Guerra Mundial–.
"Cuando estoy en las trincheras, bajo los bombardeos sistemáticos, sólo tengo una cosa en la cabeza: todos aquellos que de alguna manera están involucrados en estas acciones contra Ucrania son indignos de tener derecho a la vida, por decirlo suavemente", apostilla Iiya.
Al abandonar las trincheras de primera línea, dejando a los cuatro soldados en su posición, no miramos atrás. Volvemos al barro, hundiendo nuestros pies para desandar el camino. Nos sorprende una intensa tormenta de granizo a la mitad, por si no fuera suficientemente complicado digerir todo y seguir caminando.
"¡Después de los Grad, ahora granizo del otro!", exclama el comandante, que camina unos metros por delante, mientras seguimos hundiendo nuestros pies en el barro. El sentido del humor de los ucranianos no se apaga ni en medio de un bombardeo, y al final nos arranca una carcajada a todos.
Tal vez ese sentido del humor sea lo que mantiene alta la moral de los combatientes, a os que no veo desfallecer ni por un instante. Pero me queda clara una última conclusión: por mucha moral que haya entre la tropa, la contraofensiva va a tener que esperar, tal vez toda la primavera. Las predicciones meteorológicas anuncian lluvias durante el mes de mayo, y es del todo imposible lanzar una contraofensiva en mitad del este lodazal.