Si algo tienen en común todos los avances ucranianos en los últimos meses es su carácter inesperado. Mientras Rusia habla de exigencias y armas nucleares, publicita sus ataques sobre Bakhmut o lanza misiles contra civiles indefensos en Jersón en plena nochebuena, Ucrania trabaja en silencio, horadando poco a poco la resistencia enemiga hasta que, de un plumazo, el frente de defensa cae por su propio peso.
Sucedió en Járkov en septiembre, sucedió en Jersón en noviembre y puede que esté a punto de suceder en el eje Kreminna-Svatove, clave para sostener la defensa de Lugansk, la única región ucraniana controlada casi en su totalidad por fuerzas rusas.
Aunque la meteorología no invita a pensar aún en grandes operaciones ofensivas -más barro que nieve, mayor dificultad para el avance de tanques-, las noticias que nos llegan del frente apuntan al posible inicio de una batalla clave para el futuro inmediato de la guerra. En las últimas horas, se ha confirmado la toma de Dibrova y Chervonopopivka, pequeñas localidades al oeste y al norte de Kreminna. De esta manera, la ciudad, clave en la estrategia defensiva rusa en el Donbás, queda prácticamente rodeada. Dibrova está a once kilómetros en línea recta; Chervonopopivka, a doce por la autopista P66.
[Al menos tres militares muertos en un ataque de un dron ucraniano a una base aérea de Rusia]
Los rumores que llegan de Kreminna son desalentadores para las tropas rusas: saqueos constantes a la población en una especie de sálvese quien pueda que ya hemos visto antes en anteriores contraofensivas y primeros tiroteos en las inmediaciones. Es imposible saber cuánto tiempo va a conseguir resistir Rusia ni si empleará para ello las tropas del Grupo Wagner que llevan meses golpeándose contra un muro en la relativamente cercana Artemivsk. De producirse la toma de la ciudad, Rusia se encontraría con un frente abierto con el que no contaba, justo cuando parecía tomar cuerpo un nuevo intento de ataque sobre Kiev para la próxima primavera.
La carretera (y el río) que protegen el Donbás ruso
Para hacerse una idea de la importancia de Kreminna, baste con decir que la P66 sobre la que descansa es la misma carretera que une Svatove en el norte y el complejo Sievierodonetsk-Lisichansk en el sur. En otras palabras, tomar la ciudad no solo implicaría tener acceso directo en dos direcciones a nuevos objetivos estratégicos, sino que impide el suministro directo de hombres, armas y avituallamiento entre ciudades prorrusas.
Del mismo modo, obligaría a fijar la línea de defensa más al oeste del río Krasna, es decir, establecería una nueva frontera natural a la hora de intentar recuperar terreno y acercarse a Limán y otros territorios cedidos por Rusia en la contraofensiva de septiembre. Si se confirma la toma de Zhytlivka, sobre la que aún hay dudas, podremos afirmar que las primeras tropas ucranianas ya habrían cruzado el río.
Hasta hace poco, Kreminna era la sede del mando militar ruso en Lugansk, que se ha retirado a la ciudad de Rubizhne, unos veinte kilómetros al este. De seguir reculando, Rusia pronto volverá a las fronteras del 24 de febrero. Dicho esto, no sería sensato pensar en una caída inmediata del frente como sucedió en las dos anteriores ocasiones. Principalmente, porque Rusia ha tenido tiempo para fortalecer sus defensas en la zona y minar los accesos. Incluso en el caso de una probable retirada de Kreminna y del eje Svatove-Sievierodonetsk, que tanto les costó controlar el pasado mes de junio, Ucrania tendría difícil tomar como tal las ciudades y seguir atacando.
Ahora bien, como se puede ver en las imágenes, el limpiado de trincheras a base de granadas ya ha empezado. Será un trabajo arduo y presumiblemente largo. Por otro lado, para Moscú sería muy difícil justificar una nueva retirada y una nueva pérdida de terreno en unas regiones que se supone que se ha anexionado y que, en términos de la propia legalidad rusa, son parte de la Federación. Tan difícil de justificar como el ataque a la base militar de Engels que se produjo el mismo día de Navidad con un puñado de drones, matando como mínimo a tres soldados y provocando enormes daños. Engels, localidad cercana a Volgogrado, se sitúa a unos setecientos kilómetros de la frontera con Ucrania. El desastre en términos de defensa antiaérea es tremendo.
Ir a por Kiev como solución al desastre
Como se mencionaba antes, estas noticias llegan justo cuando la narrativa rusa apuntaba a un cambio de iniciativa en la guerra, un establecimiento de las líneas de defensa y un asedio a Bakhmut que no acaba de culminar nunca. En las últimas semanas, se han intensificado los rumores de un nuevo intento de tomar Kiev atacando desde Bielorrusia, sea con ayuda o no de las fuerzas armadas de dicho país. Putin y Lukashenko se reunieron recientemente para acordar unos ejercicios militares conjuntos que recuerdan a los pactados en febrero de este año, justo antes del inicio de la invasión de Ucrania.
Visto lo visto, puede que sea el último recurso de Putin -quien, por cierto, también pretende reunirse con Xi Jinping antes del final del año- para darle la vuelta a la situación de su “operación militar especial”. Si no es capaz siquiera de defender el Donbás, donde lleva ocho años en guerra, su única opción sería descabezar el estado ucraniano y confiar en colocar en su lugar a un títere prorruso que detuviera las hostilidades. Ahora bien, esta solución no sería aceptada por occidente, lo que supondría un aumento de la tensión en la zona.
La otra opción para Putin es retirarse cuanto antes de los pocos territorios aún en su poder, confiar en que Ucrania acepte lo firmado en Minsk y poder así mantener Crimea junto a algunos territorios fronterizos en el este. Algo parece impedirle tomar esa decisión y ese algo se llamaría orgullo. Cuando la alternativa a tragarse el sapo es amenazar con holocaustos nucleares, exponerse a bombardeos masivos y mandar a miles de soldados a morir sin sentido, tal vez alguien debería reconsiderar las prioridades antes de que sea aún más tarde.